Hace medio siglo, en 1964, el gobierno de la República, el de coroneles y generales, expresó su preocupación por el exceso de colonias y lotificaciones que se estaban llevando a cabo en casi todos los municipios del país. Un año antes se había planteado la necesidad de crear un distrito central capitalino, uniendo ocho municipios conurbados y convertirlos en uno solo.
Se habló, hubo reuniones, estudios, proyectos de decretos que llegaron hasta la Asamblea Legislativa; pero el tiempo pasó y pasó. Cinco décadas después seguimos en peores condiciones urbanísticas que en aquel momento, que pudo ser oportuno, pero se desaprovechó.
Actualmente unos siete millones de personas nos movemos en un poco más de veinte mil kilómetros cuadrados. Centenares de terrenos agrícolas y ganaderos se convirtieron en caseríos, los cantones en colonias y barrios y los municipios en áreas metropolitanas.
La industrialización hizo lo suyo y miles de manzanas se convirtieron en ciudades dormitorios, en casas, y más casas, de las más miserables a las más ostentosas, con servicios básicos o sin ellos, actualmente todas con televisor, además tres o cuatro teléfonos celulares y bastantes con carro.
El medio centenar de municipios más grandes del país han casi terminado con fincas de café, haciendas, ríos, lagos y lagunas, cerros, volcanes y playas. Lo hemos urbanizado y/o habitado casi todo, y la deforestación ha provocado más calor ayudado por los miles de kilómetros de calles, avenidas y carreteras, llenas de asfalto y cemento.
Un consultor italiano me dijo que era increíble como no se pueden recorrer más de tres kilómetros de carretera sin ver casas, carros en esas casas, pozos, etc.
Ahora bien, el país se ve bastante verde porque el terreno es enormemente fértil, que nos tocó en suerte, permite que los árboles y las plantas crezcan hasta en el cemento y el asfalto y que la gente que adquiere su lote para construir su vivienda, también siembre árboles, generalmente frutales, para su propio abastecimiento y sombra. Algo mantenemos, algo ganamos al territorio.
Pero el espejismo solamente nos aleja de momento de la realidad: problemas de abastecimiento de agua, hacinamiento en los hogares con las consecuencias del caso, enfermedades a causa de la quema de leña, de la poca que se puede obtener, delincuencia de todo tipo y un largo etcétera.
Las fértiles campiñas y los ríos majestuosos de la oración a la bandera salvadoreña, se han ido quedando atrás, sobre todo los ríos y los apacibles lagos cargados de contaminación de jabones y otros químicos.
Hemos poblado y construido hasta en terrenos difíciles como los volcanes, vean los problemas acentuados cada vez que un volcán entra en erupción, dado que están habitados hasta casi en los bordes de los cráteres. El Chaparrastique y su entorno, ejemplifica lo dicho, hoy día.
No siempre cualquier tiempo pasado fue mejor. Es el desorden, la falta de aplicación de las planificaciones, que sí se hacen, pero quedan en papel o si se ponen en marcha los detiene cada gobierno entrante, para elaborar otro generalmente, lo que nos causa problemas.
Hay países sobre poblados que han buscado y han encontrado verdaderas soluciones, además de un desarrollo sostenible: Taiwán, Alemania, Japón, Holanda y otros. Me dirán entonces que son de primer mundo, pero eso no lo es todo.
Desde los aviones que se acercan al aeropuerto en vuelos nocturnos, se aprecia que todo el territorio nacional está iluminado y eso que todavía queda un mínimo sector sin energía eléctrica. Al salvadoreño promedio no le gusta vivir en edificios de departamentos elevados, dicen que no es lo mismo que el suelo, que sólo compran o alquilan aire a partir del segundo nivel. ¡Ah, la idiosincrasia!
Pero debemos preguntarnos ¿Cuánto tiempo deberá pasar para que ya no quede territorio cultivable? ¿Para que seamos una sola mancha urbana de Ahuachapán a La Unión y de Chalatenango y Morazán a las costas? O tal vez la pregunta sea en relación a la cantidad de habitantes que deberemos tener para que eso suceda y en que lapso.
Como siempre, es ese tiempo el que tendrá la respuesta y pondrá las cosas en su lugar, si es que llegara a quedar alguno.