Fortaleza. No hay necesidad de narrar lo que ocurría en un pequeño bar poblado por descendientes de holandeses, en una ciudad fundada por holandeses, y en un partido que los holandeses humillaban a España.
En ese bar de Fortaleza, una ciudad de casi cuatro millones de personas, fundada por barbudos holandeses allá por la segunda mitad del siglo XVII, el único que tenía un poco de sangre española, pero mucho más de costarricense, era yo.
Sospecho que al final, algunos holandeses casi criollos que estaban ahí, y todos sus descendientes no se de cuantas generaciones, se apiadaban de mí o al menos me miraban con compasión: Iker Casillas era la torpeza andando, a Arjen Robben no lo alcanzaban ni con una motocicleta y Robin van Persie les bailó un tango a los españoles.
La verdad es que un marcador de cinco a uno frente a una España favorita de muchos, fue una vergüenza para todos los españoles. Parecía, en ese bar de Fortaleza, que algún haitiano le metió vudú al césped para avergonzar a los españoles.
Entonces, cuando el sonido ambiente del estadio de Salvador de Bahía se escuchaba, en medio de la catástrofe española, un olé, olé, olé, olé, en el bar se triplicaban esos vocablos. Realmente disfrutan los entuertos españoles que pasaban más en el suelo que de pie ante la velocidad y las genialidades.
Y como los holandeses y sus viejos descendientes, muchos de ellos de clarísimos ojos celestes, me escucharon pedir una cerveza en mi español reciclado con portugués (para que me entendieran al menos un poco), pronto acataron, o quizá creyeron, que era español.
Y entonces (esa fue la única ganancia) empezaron a enviarme cervezas gratis, posiblemente para que me consolara. Otros me abrazaban y me decían en portugués que era un “bon jogo”, que sentían lo que estaba pasando. No sé si aquello era cinismo puro o, verdaderamente, voces de aliento en medio de un luto que no era mi luto.
Entonces preferí no callarme. Les dije que estaba en Fortaleza porque el sábado juega Costa Rica, mi país de origen, contra Uruguay. “Ahhhhh… Costa Rica… Costa Rica… buen país”, me dijo alguien que no sabía si ese país lindaba con Brasil o quedaba en América del Norte.
Los apoyos eran pírricos. Sospecho que todos siguieron creyendo que era español, a pesar de mi insistencia de explicarles que existen tres américas y que mis dos nacionalidades (costarricense y salvadoreña) se originaban en América Central.
Y como pensé que esos holandeses y sus descendientes en no sé cuántas generaciones seguirían pensando que era una de los millones de almas que habían destrozado Persie, Robbin y otros más, pues al final fruncía el ceño ante las erráticas jugadas de los españoles (como cuando Torres desperdició un gol que mi nieta hubiese metido).
No había remedio: con el cinco a uno encima me hice español en memoria de mis buenos amigos de ese país (!Cuánto pensé en sus sufrimientos porque sé cómo se apasionan ante el fútbol!), y fingí sufrir mucho hasta que el árbitro pitó el final del encuentro.
Tal vez habría valido la pena que el juego continuara porque, después del final, entraron al bar de Fortaleza unos siete uruguayos con sus banderas amarradas del cuello, y en esos, por lo menos en estas horas, sí me sacan un poco de quicio o, al menos, me perturban un poco la paz.
La verdad es que en Fortaleza hay como cien uruguayos por cada tico que está aquí para mirar el encuentro entre Costa Rica y Uruguay. Se vinieron hasta en coche. Como viven cerca de la frontera con Brasil, creo que eso les facilitó las cosas para venirse.
Tal vez es por eso que los uruguayos salen hasta en la sopa. Eso sí: no ofenden a los costarricenses. Con los brasileños si levantan la bronca porque saben que no los quieren desde que les ganaron un campeonato mundial en el propio estadio Maracaná, en 1950.
Mientras desayunaba en el hotel, mire de reojo a un padre uruguayo y a sus dos hijos que tomaban mate que transportaban en un termo casero. Es fácil detectar a un uruguayo: hablan distinto a los argentinos pero sus inflexiones se parecen bastante. Sé que lo que acabo de escribir es una tontera pero es la única forma de diferenciar a un argentino de un uruguayo.
Yo sabía que los uruguayos también me miraban. Ellos escucharon mi voz. Miraron una gorra de Costa Rica que valientemente me eché encima. Por eso es que cuando unos chilenos medio traidores les preguntaron, a los uruguayos, cómo ir a playa y les dijeron que ganarían tres a cero a Costa Rica, ellos me miraron antes de responder y dijeron con sus ronquetas voces: “el fútbol es el fútbol, nadie sabe qué va a pasar”.
Desde ese momento siento que los uruguayos respetan al equipo de los costarricenses. O al menos fingen hacerlo. Sobre todo el hijo de ese uruguayo que estudia periodismo deportivo y anda como loquito detrás de la cachucha que dice Costa Rica.
No quise ir a ver a Costa Rica entrenar y reconocer la cancha de Fortaleza. Sospecho que si los ves, los nervios se descontrolarían en esta ciudad llena de rascacielos construidos frente a sus playas blancas. Lo mismo me ocurriría si jugara El Salvador. Esos son mis dos países: en uno nací, en el otro me naturalicé como una forma de agradecer que me recibieran cuando en mi propio país algunos me lanzaban escupas políticas.
México, México
Unas horas antes de sentirme especiado y sitiado por uruguayos o manoseado, verbalmente, por holandeses o sus descendientes, miré el partido México-Camerún en el mercado central de Fortaleza. Y ahí me convencí que a los mexicanos les pasa, en Brasil, lo de los argentinos: pocos dicen quererlos.
Quizá por eso es que en las calles donde los brasileños instalaron televisores caseros, los negritos de Camerún eran los jugadores preferidos en todo Brasil.
En las calles del centro de Fortaleza, y aún en el mercado central, la gente empujaba con toda su alma a los cameruneses jefeados por Samuel Eto’o.
Pero, bajo una intensa e irreverente lluvia, los mexicanos -próximos rivales de Brasil precisamente en esta ciudad de Fortaleza- ganaron el encuentro un gol a cero.
El resultado no gustó a los brasileños, a pesar que, al igual que los uruguayos (aunque estos en predominio), los mexicanos se miran por todo lados. Están en todos los rincones. Algunos hasta se cubren el rostro con máscaras de luchadores.
Las autoridades brasileñas calculan que durante el campeonato mundial de fútbol llegarán a este país unos 40 mil mexicanos. Al menos la mitad de ellos ya están en Brasil. Los visitantes más nutridos son los argentinos, los uruguayos, paraguayos y mexicanos. Aunque también hay aquí muchísimos españoles que salieron humillados de un estadio de fútbol. Los mexicanos, sin embargo, se hacen sentir estén donde estén.
Como los mexicanos muchas veces hacen sentir su humor negro, y tienen sus particularidades para enamorar a las brasileñas con hilo dental en las playas, muchos brasileños los tienen como inaguantables. Los perciben también como excesivamente gritones.
Pero, créanme que el gane de México pocos lo alabaron, al menos en el área de comidas del mercado central adonde venden los alimentos por kilos, un estilo muy utilizado en Brasil. Almorzar de esa forma resulta barato en un país groseramente caro.
Fue en ese mercado donde me encontré un guatemalteco: no sé cómo lo hacía pero vende entradas de reventa en casi todos los estadios de Brasil. Me pidió que le mandara clientes. No sé el monto en el que vende las entradas.
Mucho menos puedo adivinar cómo consigue las entradas y si son genuinas. Pero el guatemalteco me levantó el ego: “Hermano, voy con Costa Rica. Donde quieran que jueguen voy con ustedes”.
El balance de este día no fue necesariamente malo.
Libreta de apuntes
1. Un exprofesor de la presidenta brasileña Dilma Rousseff dice que los problemas de Brasil es que sufre una crisis política institucional irreversible que solo se sanará con una convocatoria a una constituyente que debe manejarse con mucho cuidado.
2. El profesor Jao Manuel Cardoso dice que una campaña en Brasil cuesta $350 millones y que eso provoca pactos entre políticos y empresarios no muy cristianos. Además, dice que en Brasil se nombran 20 mil cargos de confianza cuando llega alguien al poder. Manejar este país es una odisea permanente.
3. Aquí hay un nuevo héroe: Neymar, el jugador de fútbol. Hasta las madres caminan por los comercios informales comprando camisas con su nombre. Las más baratas cuestan $10. Son hechizas, no autorizadas. Posiblemente hechas en China.
4. Fortaleza es más barato que Río de Janeiro. Hasta los taxis cobran menos. La comida también tiene precios más decentes. Eso sí, cuesta encontrar un sitio donde cambien dólares por reales. Por cierto, quienes vaticinaban que el tipo de cambio del dólar por reales subiría durante el mundial se equivocaron. Más bien bajó a 2.10 por dólar. Se creía que llegaría a 2.80 por dólar.