Fortaleza. Brasil. El partido inaugural se jugaba a unos dos mil kilómetros de distancia pero en esta ciudad pasaba de todo: desde cientos de policías literalmente vestidos como “robocop” que detenían a cuanto manifestante les gritaba en la cara, hasta los compases estridentes de jóvenes brutalmente drogados que no sabían si la pelota corría o no.
Es jueves en la tarde. Empieza el campeonato mundial de fútbol. Juega Brasil contra Croacia. En una playa de más de siete kilómetros de arenas blancas, la FIFA construyó un gigantesco centro de conciertos llamado “Fan Fest” adonde se concentran más de 50 mil personas.
Esa multitud llegó ahí a ver el encuentro en gigantescas pantallas de televisión. Los brasileños saben que los croatas no son gente a quienes se les vence con sencillez. Miro los rostros a la gente que me rodea: la mayoría son jóvenes. Los viejos se quedaron en casa. Pero muchos, muchísimos, están drogados. Otros simplemente están borrachos.
Eso sí: una inmensa mayoría no parecen adictos a nada. Están en el enorme “Fan fest” para apoyar a Brasil, bailar, gritar, apoyar. De todas maneras, Brasil es uno de los países donde más se disfruta el fútbol. Eso se consta desde este día.
La ciudad de Fortaleza, fundada hace más de doscientos años por conquistadores holandeses, adonde me encuentro ahora, está paralizada desde el mediodía del jueves.
Por decisión del gobierno, los empleados públicos no laboran cuando juega la selección. Los trabajadores del comercio y sector privado laboraron hasta mediodía el día del partido inaugural.
Signos de violencia
Arranca el partido y todos saben en Brasil que el país está inquieto, más inquieto que en muchas décadas. Más de dos millones de personas están dispuestas a protestar en las calles por la enorme inversión en construcciones y reconstrucciones de estadios de fútbol.
Juran que hubo gastos innecesarios. Que alguien se echó mucho dinero en el bolsillo. Creen que cuando Ignacio Lula da Silva consiguió el mundial para Brasil, no lo pensó bien. Aunque lo quieren y lo respetan, creen que se equivocó.
En Fortaleza me encuentro los primeros signos callejeros del descontento: en el “Fan Fest” que construyó la FIFA (y otras ciudades de Brasil), están apostados unos mil policías militares, armados hasta los dientes.
De pronto, antes de que los croatas metieran el primer gol y aventajaran a los sorprendidos brasileños con un autogol de Pepe, un grupo de manifestantes comenzaron a chocar con los policías.
Se escucha el ruido. Los gritos, las ofensas en portugués. Los policías, altos y bien entrenados, sacan sus equipos y los garrotes y golpean a cuanta persona se les pone enfrente.
Llegan más patrullas. También refuerzos. Los robocop actúan. Detienen a varias mujeres que vuelven su cara hacia los periodistas para decirles que en Brasil ya no hay libertad de expresión. Que nadie puede manifestar en sus calles las opiniones.
Desde entonces, muchos no pudimos mirar el partido de fútbol inaugural tranquilos: cada cinco minutos, al menos, las autoridades detenían a hombres y mujeres que gritaban consignas contra las inversiones en instalaciones deportivas.
Ellos no estaban dentro de las instalaciones construidas por la FIFA. Ahí no los dejaban entrar. Estaban en la calle que está paralela a la playa de Iracema, una extensísima tierra que pocos pueden usar para bañarse porque dicen que hay muchos y peligrosos tiburones.
El problema de la violencia está planteado desde antes: un taxista me lo explicó en Río de Janeiro. La gente está convencida que no debieron gastarse cientos de millones de dólares en el estadio Maracaná cuando en los hospitales públicos no hay gasas ni hilos para operar a un mortal.
¿Penal o no?
No sé si el segundo gol de Brasil fue penal o no. La decisión del árbitro me pareció forzada. Pero, en medio de los empujones, los garrotazos callejeros de los policías, las solicitudes de dinero de los alcohólicos y las miradas extraviadas de muchos jóvenes drogados, 200 millones de brasileños celebraron, a su medida, el segundo gol de Neymar.
El partido se juega en Sao Paulo pero lo disfruta todo Brasil. Muchas calles públicas de Fortaleza las cerraron las autoridades a propósito: unas para que quienes protestan contra el mundial no perturben más el tránsito público. Otras las cerraron para dar paso libre a la gente y a los turistas hacia los lugares donde se podía mirar el partido al aire libre.
Tercer gol de Brasil. Las calles se vuelven locas. La gente revienta pólvora como si fuese un alegre 31 de diciembre. Lanzan cerveza al aire. Gritan. Se abrazan. Pero otros no descansan: ni los policías y menos quienes protestan contra una excesiva inversión pública en estadios y no en salud o educación.
Al final, la gente que estaba dentro del “Fan Fest” de la FIFA salió ordenadamente. El inmenso número de policías militares amedrentaban a cualquiera. También el número de autos policiales y los equipos para lanzar agua y dispersar gente. Lo mejor era irse a festejar a otro sitio. Y así lo hicieron los brasileños. El campeonato mundial empezó.
Mi criterio de las barras que apoyan a sus equipos:
a. Los más hirientes: los mexicanos. Unos quince mil mexicanos que caminan por las ciudades de Brasil no pierden el tiempo para ofender a cualquiera. Muchos son matones, ofenden con frases groseras. Son agresivos, sobre todo con licor.
b. Los que caen mal: los uruguayos que han comenzado a poblar Fortaleza donde jugarán contra Costa Rica. A los costarricenses no los ofenden. A quienes más atacan es a los brasileños a quienes siempre les recuerdan el Maracanazo. Muchos uruguayos pasan por las calles gritando que, esta vez, darán el marcanazo dos. !Cosas de juventud!
c. Los sobrios y señores: los croatas que perdieron ayer con Brasil. Se comportan como gente adulta. Callados, cultos, nobles, sencillos. No se complican.
d. Los negociantes: los seguidores de Colombia. Todo lo mercadean, lo canjean. Son chispas, listos para los brevísimos negocios. Hasta entradas en reventa ofrecen en las calles.
e. Los más serios y callados: los alemanes. Pareciera que el asunto no es jamás con ellos. Serios, dubitativos, como máquinas. Así se comportan.
f. Los alegres: los holandeses. Gozan a su manera. Cantan, toman cerveza. Se divierten pero sin chocar con nadie. Igual que los franceses.