El Salvador
jueves 9 de enero de 2025

El discurso del domingo no fue el patíbulo de Salvador

por Lafitte Fernández

Un estreno presidencial siempre es un patíbulo. Sobre todo cuando el estreno lo mira todo el país: desde la última comunidad de pobres hasta las casas de las alturas de Santa Elena.

En este estreno, Salvador Sánchez Cerén pasó la prueba: en su discurso del domingo fue habilidoso, sesudo, se transformó en un colegial de las esperanzas, asumió fuertes riesgos personales y tendió las manos para entenderse con un país entero.

Cuando los amigos de un gobernante que empieza, sabe que tendrá que pararse frente a un auditorio de seis mil personas y que todo el mundo lo está oyendo, más de uno te dice antes: “o te creces o te matan”.

Salvador tuvo el domingo varias virtudes: se presentó tal como es y no como muchos quisieran que fuera. A los setenta años uno ya no puede ser lo que no se es. Mucho menos al asumir el papel de gobernante.

Pero hay muchos otros asuntos que se pueden sacar del discurso del presidente Salvador Sánchez Cerén: para empezar, este lunes no amaneció en un canal de televisión, como lo han hecho la mayoría de sus predecesores, al día siguiente de tomar el poder. Aquí empiezan las diferencias.

Se puede adivinar: posiblemente tendremos un gobernante que no buscará pósters, ni grandes protagonismos, ni estará agobiado por lo que dicen las encuestas. No es, ni será, un actor endógeno. Mucho menos un narcisista agudo. Será siempre como es. Es la impresión que me da.

El político siempre es un artista nato. Si no es artista, no tiene nada que hacer en la política. Salvador Sánchez no fue necesariamente un buen político. Y no lo fue porque el arte político tiene grandes zonas de impurezas, de engaños, de simulaciones, de destrezas malintencionadas, de habilidades indeseables. Sin ser historiador creo que su vida política no tuvo esos sellos.

Si por esas razones Salvador fue mal político (definiéndose bien las malas artes), nos toca esperar que sea un buen gobernante. No todo buen político es buen gobernante. Ni todo buen gobernante fue buen político. Tendremos que esperar para ver el resultado final.

Preocupaciones

El Salvador es un país políticamente partido a la mitad. Aquí están polarizados hasta los altares.

Por eso es que Salvador Sánchez Cerén posiblemente ascendió ayer al podio mientras un buen número de gente pensaba que, por su pasado guerrillero, “el zorro cambia de pelo, pero no de costumbres”.

A Sánchez Cerén le hicieron una nueva guerra ya viejo. Fue ideológica. En temas de honradez, de vida familiar, de vicios, tiene una vida intachable.

Por eso la crisis de Venezuela fue tan recordada en la campaña. También el socialismo del siglo XXI. Hay espiritistas políticos que creen que el nuevo mandatario es más agitador que moderado. Más revolucionario que evolucionista. Y hasta tendría varias sonrisas de la cuenta.

Muchos creen que no pasará mucho tiempo para ver agarrado a Salvador del chavismo, de Fidel o del antiimperialismo.

Salvador, sin embargo, no dio ninguna muestra, en su discurso, de ser lo que sus adversarios dicen. El nuevo gobernante no hizo ningún comentario ideológico durante la mudanza del poder.

En esto hay que tener sentido común. Si, como dice, el gobernante está empeñado en unir al país, las referencias ideológicas habrían colocado una zanja con aquella gente que se quiere entender.

El gobernante tampoco atacó a sus adversarios, ni citó culpables o salvadores de todas esas cosas que afectan la realidad o las esperanzas.

Para mi gusto, eso muestra una buena dosis de pragmatismo en él: sabe que si llama a la unidad, a la distensión, no puede atacar a quienes piensen diferente en esta sociedad partida en dos. Ese es, entonces, un paso inteligente. Es realismo político.

Eso también es reconocer que en la receta de cocimiento de los entendimientos, nadie debe ser tan fuerte ni nadie tan débil como puede parecer. Las cosas se ven parejas aunque las distancias en el pensamiento sean gigantes.

Si el slogan que Salvador repitió como seis veces (“unidos crecemos todos”) va en esa dirección de reconocer lo que se tiene al frente, se estaría cumpliendo una regla de oro: la confianza entre las partes es la que genera estabilidad y progreso.

Tal vez por eso tampoco Sánchez Cerén no habló del ¨buen vivir” como variante de la nueva izquierda que entiende de exportaciones y de fortalecimiento de la economía, de competitividad y de eficiencia. Pero también de salario justo para los trabajadores que sí lo citó.

El nuevo presidente más bien clamó por comprensión y ayuda, entre otros, de los Estados Unidos, y habló de diálogo respetuoso de las ideas diferentes y de oír las opiniones de los demás sin enfadarse.

Como cada gobierno que arranca siempre es apenas un proyecto de “casamiento” (se tiene el género, el arroz y los frijoles pero falta el cocimiento, el sabor y el punto), en las primeras de cambio Salvador Sánchez Cerén parece no crearle ansiedades a muchos. Su discurso lo han calificado de moderado hasta por sus adversarios. Y así fue, aunque sin grandes anuncios.

Salvador fue prudente. Y todo buen gobernante debe serlo: hay que tragarse las cosas, ejercer silencios, hacerse el distraído. No hay que decir lo que no se debe. Pero, eso no significa engaño. Significa acumular energías para que los grandes acuerdos se produzcan sin ruido.

Meter el escalpelo

Si se desmenuza y se le mete el escalpelo al discurso de ascenso al poder de Salvador Sánchez Cerén hay que advertir que, sin duda, tendrá un perfil de gobernante diferente a otros.

Incluso, en el caso de la inseguridad puso el pecho. Dijo que él presidirá el Sistema Nacional de Seguridad Ciudadana. De alguna manera lo que quiso decir es que si, en asuntos de seguridad, las batallas siguen perdiéndose, él será el responsable tanto como su ministro o el jefe de la policía.

Esa dosis de responsabilidad no se la habíamos visto a ningún gobernante que, generalmente, salen en defensa de sus ministros pero no apechugan sus errores o debilidades. Ahí hay, entonces, otra dosis de un nuevo estilo. El gobernante es valiente: sobre todo si tomamos en cuenta que nadie puede garantizar una victoria en asuntos de seguridad cuando se tienen sesenta mil mareros sueltos en las calles.

El discurso de Sánchez Cerén no estuvo nunca cargado de vocablos de una izquierda sesentera ni fue una torre de Babel. De muchas maneras, y así lo entiendo yo, si el lema de su gobierno es que “unidos todos crecemos”, tendremos cinco años en los que su gobierno se comprometerá a encontrar soluciones entre todos y en un país donde todos cabemos. No hay nada más justo que eso.