El Salvador
martes 28 de enero de 2025

Adriana Prado, noble amiga de El Salvador

por Lafitte Fernández

Mimí es actriz pero esa tarea primaria la mezcló con otros estudios. Es también politóloga, estratega política, especialista en comunicaciones pero, sobre todo, sabe que es el conocimiento el que le da la fuerza moral a la razón.

Se llama Adriana Prado Castro. Le dicen Mimí. No sé por qué. Yo también la llamo así. Mimí se va de regreso a Costa Rica. Hace cuatro años llegó a El Salvador como embajadora de Costa Rica. En muy pocos días, ya tenía en sus pupilas la paleta cromática salvadoreña. Muy pronto entendió los problemas salvadoreños como si hubiese vivido aquí, toda su vida. Creo que su capacidad es tal que, cuando hizo la mudanza de su talento hacia la diplomacia, no tuvo estallidos de nervios ni noches siniestras.

Hace pocos días, un grupo de diputados salvadoreños tuvo una genial idea. Le pidieron a todos los diputados de la Asamblea Legislativa que declararan a Mimí Prado “Noble amiga de El Salvador”. No sé quiénes inventan los títulos de esas condecoraciones y homenajes pero éste es justo: Mimí es noble y sé que ama a El Salvador.

Por eso es que la votación de los diputados fue unánime. La apoyaron todos los partidos políticos. Todos saben que Mimí fue una representante costarricense de lujo. Y yo agregaría algo más: es la mejor embajadora que ha enviado, Costa Rica, a El Salvador al menos en los últimos veinte años.

No puedo comparar el trabajo de Mimí con el de diplomáticos de otras épocas. El de aquellos no lo vi. Pero a Mimí sí la miré trabajar, la vi meter el escalpelo y dar sus mejores esfuerzos, en tantos y tan dispares temas, que siempre me pareció una maquinita laboriosa movida sin escolásticas estériles, y con una enorme claridad en sus métodos.

No conozco todo su trabajo, pero, en horas, tomaba decisiones que afectaban la integración regional, rescataba la memoria histórica centroamericana y, sin pensarlo dos veces, instalaba festivales de teatro y artes de primera categoría.

Conozco a Mimí desde hace muchos años. Sé lo que es capaz de hacer. Y no es necesario conocerla sino que basta saber lo que ha hecho con su vida para saber lo que será siempre: Mimí es actriz pero esa tarea primaria la mezcló con otros estudios. Es también politóloga, estratega política, especialista en comunicaciones pero, sobre todo, sabe que es el conocimiento el que le da la fuerza moral a la razón.

Mimí tiene algo más que eso: nunca ha sido una moneda del poder pero, por las vicisitudes de la vida, muchas, muchísimas veces, se ha sentado en la misma mesa donde se sientan los que alquilan el poder.

Y ella sabe que para que las democracias funcionen, al poder hay que domarlo y humanizarlo. No se trata, solamente de repartir hostias y permitir que el suplicante quede con hambre. Mimí sabe que eso no se vale.

Mimí tiene muchas virtudes encima. Por eso es que nunca la ha ido mal ni le irá mal en la vida. Una de ellas es que a la gente le dice la verdad en la cara, aunque eso les resulte incómodo a muchos. Por eso es que mucha gente siente apetencia por las respuestas de Mimí. Yo me incluyo dentro de los apetentes.

Cuando Mimí tiene que hablar, lo hace de frente. Sin cinismos. Sin hipnotismos que no sirvan para nada. A veces levanta la voz. Pero lo hace cuando necesita pelear por algo. No porque quiere atropellar.

En los últimos cuatro años, Mimí Prado me ha servido de amiga y hasta de siquiatra. Le he confiado muchísimas cosas, aunque sospecho un par de algunas batallas personales no las entendió. Y no porque no quisiera entenderlas. Sino porque a veces le costaba comprender las trampas que hay que saltarse para sobrevivir en este país donde los juegos de poder demandan nuevos sacerdotes. Un día los moralistas no son tales. Otro día en cada proposición se esconde un nuevo engaño. Y muchas veces los que deben hablar se callan porque el cretinismo siempre anda suelto.

Pero cada vez que le pedí un consejo a Mimí, no como embajadora, sino como amiga, siempre encontré respuestas simples y humanas donde existía una inmensa complejidad. Ella también tiene esa habilidad.

Extrañaré a Mimí Prado. Extrañaré su sagacidad intelectual, su virtuosismo y hasta sus mecenazgos culturales. Mejor título no podía colocársele: “Noble amiga de El Salvador”. La mejor traducción de eso es que se va del país una mujer sin agravios. Una costarricense que vale la pena conocer.