El Salvador
sábado 4 de enero de 2025

Pocas claves para entender a Luis Guillermo Solís

por Lafitte Fernández

El nuevo gobernante de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, repite, cada vez que puede, que lo que más le abruma es no fallarle a quienes les levantó las ilusiones, las esperanzas.

Tiene razón. Si estuviera en su pellejo tendría el mismo agobio. Sobre todo si, como también dice, encontró una finca encharralada, llena de mala hierba, de problemas.

Solís, un historiador seducido siempre por la política, representa desde hace mucho tiempo una generación, mi generación, que sabe no puede fallarle a un país donde la gente odia a quien le arrebata las ilusiones.

Llevado por esa tentación por no fallar (Solís pide, incluso, que lo corrijan cuando se pierda en el camino), el nuevo gobernante costarricense puede tener varias tentaciones que le hagan perder el camino. Ojalá no se extravíe.

El partido político que llevó a Solís al poder es una suerte de centroizquierda, mezclado con un progresismo moderno. El gobernante se lo definió así a un periodista sudamericano.

El progresismo es una variación de la izquierda nacida en Europa. Eso sí: no es una izquierda clásica. Más bien, también toma asuntos de la derecha y disfruta de las ideas de avanzada, de las ideas nuevas.

Por eso es que a nadie puede extrañarle que, el día que ganó las elecciones, el gobernante anunció que, durante su administración, nadie le hará daño a los animales. Ese tipo de batallas es parte del método del “progresismo”. También otras grandes batallas ecologistas.

El periodismo costarricense casi no privilegió esa declaración de defensa de los animales. Pero cuando todos esperaban anuncios de compromisos con la justicia y el bienestar (que sí hizo Solís), el gobernante gritó, con todo lo que le daba el cuello, la protección de los animales.

Mi hija María José, veterinaria de profesión y quien anda por las calles (porque le nace) recogiendo perros agredidos y atropellados para curarlos, brincaba de alegría con la sentencia de Solís. Hay muchísimos que agradecen ese tipo de proclamas.

Pero percibo que hay algo más en el pensamiento de gente como el presidente Solís.

Ellos siempre privilegian el correcto comportamiento ético de los funcionarios. Tan fuerte es esa postura que quienes gobiernan Costa Rica creen que si alguien les pide el nombramiento de un funcionario público, esa es otra modalidad de corrupción. Así de duro se trata el tema.

El asunto moral es, muchas veces, más relevante que las ideas en esa agrupación gobernante.

Ese partido también recoge aquellas recetas de finales del siglo pasado en las que se decía que no hay democracia sin participación ciudadana. Y desde hace trece años, el partido de Solís se metió como una cuña, entre el bipartidismo tradicional costarricense. Durante todo este tiempo, el PAC no ha sido nunca un proyecto de gallo pinto o de paella. Mucho menos un casino provincial. No lo creo así.

Una vía propia

Más bien, después de sesenta años de gobiernos venidos del bipartidismo, los dirigentes políticos del PAC estarían buscando su propia vía, su propio modelo para construir políticas públicas. Una vía a lo costarricense. No sé si escribir eso es muy ambicioso pero, en el fondo, algo de eso puede estarse construyendo en Costa Rica.

El fundador del Partido Acción Ciudadana, Ottón Solís, dijo que hace trece años, cuando empezó su lucha con tres o cuatro soñadores a su lado, nunca se preocuparon por tener una ideología. Creo que ahora tampoco.

Siempre han estado tentados a tomar lo bueno de la derecha, como la disciplina fiscal monetaria o la eficiencia del Estado, pero también toman del socialismo la convicción que en salud, educación, electricidad, telecomunicaciones no debe ser el mercado el que asigne el acceso sino criterios de universalidad.

Lo que regiría al nuevo partido en el gobierno de Costa Rica es, entonces, la síntesis, los encuentros de las buenas ideas. Un opositor del PAC definió ese partido como una derecha que no roba. No creo que la etiqueta sea del todo justa. Sospecho que hay algo más en ellos.

Es probable también que los fundadores del Partido Acción Ciudadana (PAC)- muchos de ellos venidos de la socialdemocracia, de la izquierda tradicional y hasta de la derecha -lograron entender que parte de los problemas de los seres humanos es que somos prisioneros de ideologías nacidas en el siglo diecinueve: capitalismo o marxismo. Nosotros no hemos logrado inventar o construir algo diferente. Por aproximación, todo lo hemos hecho derivar de esos grilletes mentales del siglo diecinueve.

Ottón Solís- quien no es familiar cercano de Luis Guillermo Solís pero sí un economista inquieto, sano y estudioso, fundador del PAC- dice que están lejos de la socialdemocracia (ambos pasaron por ahí un buen trecho de su vidas). Creen que esa funda ideológica se ha nutrido de la corrupción en América Latina.

Más distantes aún estarían del neoliberalismo porque no creen que, en asuntos humanos y de justicia social, el mercado deba mandar.

Para alejarse de eso pasaron por un debate inevitable: la necesidad de encontrar un equilibrio entre participación ciudadana y derechos humanos. Esto podría resumir las aspiraciones del PAC.

No más de lo mismo

Precisamente por eso creo que si algo tienen claro los nuevos administradores del gobierno es que no pueden ser más de lo mismo. Si el gobierno de Solís resulta ser, al cabo de cuatro años, más de lo mismo, habrá fracasado rotundamente.

Pero si las cosas le salen bien a Solís, su partido estaría a punto a dejar el bipartidismo por lo menos en silla de ruedas.

Para que eso suceda no se trata de desmantelar, limpiar y desinfectar. Solís sí tendrá que limpiar y desinfectar, quitarle los charrales a la finca. Para desmantelar lo que se tenga que desmantelar, Solís ocupa algo más de cuatro años. El proyecto de crear otro reino de Dios me parece bastante ambicioso. Quizá ese proyecto del desmantelamiento de lo malo que han hecho otros, solo está construido por frases elegantes, ideales para el ornato. En ese tema hay que ser realistas.

La verdad es que lo que más le conviene a Luis Guillermo Solís es que le entiendan que de lo que se trata es de hacer una mudanza, una transición, no un desmantelamiento. Y en las mudanzas de los gobiernos siempre es importante no abrazar a nadie sin razón y no embarcarse con nadie con el que no se tiene idea de su navegación. Al cabrón hay que olerlo de lejos.

Pero además de eso, Solís tendrá que concentrar sus energías en buscar y encontrar nuevas soluciones para los viejos problemas. Y eso tendrá que hacerlo con un yugo en el cuello: si falla o transita por caminos viejos, posiblemente no tendrá mucha oportunidad de salir bien librado en los grandes juegos del poder.

A veces pienso que el Partido Acción Ciudadana (PAC) de Luis Guillermo Solís, siempre tomó en cuenta que la socialdemocracia histórica de Costa Rica y los demócratas cristianos no tenían una ideología sino intereses, en el fondo de las cosas. Para ellos era más fácil pactar con algunos sectores de la sociedad que tener ideas y caminos propios.

El PAC parte, diría yo, que en los dos grandes ejes del bipartidismo en Costa Rica siempre creyeron que lo que cuentan son los intereses, más que las ideologías. Pero, el problema para Solís no es sólo quitarle los charrales a la finca para ponerla a producir y repartir, luego, lo que se produzca.

El verdadero problema- y Luis Guillermo Solís lo sabe, como también el fundador del PAC, Ottón Solís- es que muchos solo llegaron al gobierno de Costa Rica a administrar la finca para beneficio de pocos.

En Costa Rica ocurre lo mismo que en El Salvador: hay demasiada gente tentada a hacernos creer que al poder se llega a administrar la finca de pocos, no la hacienda de todos.

Pero en Costa Rica hay más frenos para impedir que eso produzca más daño: los costarricenses forman un país donde siempre hay una permanente preocupación por la pobreza y mayores reclamos abiertos por el bienestar de todos.

En ese país también hay organizaciones de empleados públicos con reclamos y privilegios arrebatadores y juegan al chantaje cada vez que pueden. Pero, sobre todo, en ese país hay nuevas realidades que han creado una sociedad más compleja y diversa. Modernamente hay momentos en que se tiene la impresión que la democracia costarricense es un pic nic de tribus que va a acabar mal. Demasiados quieren pastorear el poder.

Si antes un costarricense se ufanaba por vivir, como hermanos, en un país casi idílico, ahora usted puede encontrar jóvenes gerentes que ganan hasta $20 mil mensuales. Hechos como esos, han disparado las diferencias y las arrogancias de algunos sectores que ya no saben ni por qué se peleó en la guerra civil de 1948.

Pero por momentos pienso que Solís tendrá que ajustar también la democracia costarricense. Y eso no es una herejía. Un viejo profesor de filosofía me decía, hace muchísimos años, que cuando en un régimen democrático se produce conflictividad social, van mal algunos asuntos económicos o laborales, o los privilegios de muchos se exceden (desde las pretensiones de los ricos hasta la permanente conducta de funcionarios públicos de llevarse a sus bolsillos lo que se debe repartir a los pobres), es que esa democracia es mala. Y lo que es malo hay que ajustarlo a los tiempos y a las necesidades.

Frente a todo eso, Solís debe:

1. No imaginarse al país que gobierna como debe ser sino como es. Eso no significa renunciar a los cambios que, a juicio suyo, necesita Costa Rica para que no resulte odiado, como otros, por no cumplir con las ilusiones de la mayoría. El costarricense se angustia si no tiene al estado a su lado. Siente que se ahoga si eso ocurre. Así está construido el costarricense desde hace más de sesenta años. El estado benefactor debe arreglar todo. Por eso la planilla estatal es inmensa y los salarios de la administración pública son mayores que los privados.

Quizá, por eso, es que algunos tenemos la sospecha de que el dinero que debe usarse para combatir la pobreza, se lo llevan los empleados públicos para engordar sus cuentas bancarias, en muchos casos.

Cambiar eso le costará muchísimo a Solís. Si se imagina un país como es y cómo debe ser, tendrá que cortar los privilegios de los empleados públicos. La exgobernante Laura Chinchilla intentó hacerlo cuando le quedaba poco de su gobierno. Pero, evidentemente fracasó. Así que lo mejor es gobernar ese país tal y como es.

2. La tentación de ser el guardián moral le puede acarrear problemas al gobernante Solís. Por más de una década, los costarricenses le han escuchado a los fundadores del PAC- entre ellos mi querido mentor Alberto Cañas Escalante- sermones morales contra la corrupción. Y tienen razón: al igual que en otros países, la Costa Rica de hoy es angustiantemente corrupta.

Cuando un país escucha de un partido, y sus dirigentes, que hay que construir una democracia casi ortopédica para curar las lesiones de la corrupción, posiblemente exigirán que le ponga en el cadalso a los corruptos. Cuando nos pasamos pastando en los prados de la moral, hay que enseñar a unos cuantos responsables de la renquera en que se encuentra la honradez. Eso lo tendrá que hacer Solís.

Pero si se dedica a perseguir con toda su energía a los corruptos, el mal es tal que, en lugar de mirar hacia delante, pasará buena parte de su tiempo observando hacia atrás. Sin duda, eso hará que su gobierno se desconcentre. Su energía se disipará.

Lo mejor que puede hacer el nuevo gobernante es que muestre dos o tres casos de corrupción. Pero, no puede pasar en eso todos los cuatro años de su gestión. Eso sería un disparate. Y eso no significa que soy abogado de la impunidad.

Hay muchos otros caminos que debe seguir el nuevo presidente de Costa Rica. Yo le daría al menos otros dos cortos consejos: a) necesita dialogar, transar, entenderse. Pero no debe confundir los consensos con un trato. Son cosas diferentes. b) una cosa es hacer un cambio, pero otra muy diferente es saber dónde se hace. Si Luis Guillermo tiene el tacto necesario para hacer eso, que yo llamo mudanza de la democracia costarricense, no habrá perdido el tiempo.