Vivo y trabajo en Holanda desde hace casi 7 años. El otro día, durante el almuerzo en la oficina, un compañero me comentaba su deseo de pasar vacaciones a Costa Rica. Al hacerle el comentario que debiese darse una vuelta por El Salvador, su respuesta fue: “Voy con mis hijos y no los quiero exponer.” Una respuesta impactante pero de ninguna manera sorpresiva, pues las noticias de las maras en El Salvador exponen el país en el que se vive.
El problema de las pandillas y el aumento de la violencia en las últimas semanas realmente tiene a la nación de rodillas.
Según Conapes, 79% de las mypes son extorsionadas y muchas empresas grandes deben incluir la extorsión en sus presupuestos.
Esta caída de actividad económica reduce empleos, y para desmejorar las cosas aún más, expulsa a ciudadanos preparados y productivos en una fuga de cerebros a buscar oportunidades afuera.
Personalmente, es recurrente entre amigos y conocidos escuchar su deseo de irse o estar en trámites para hacerlo, reafirmando que el país está perdiendo su capital humano, y careciendo de recursos naturales, esto es verdaderamente grave. Y aún no hemos contado el 15% del presupuesto nacional dedicado a una política inefectiva de seguridad.
Visto todo en su conjunto, si esto no cambia, y pronto, el país no tiene futuro.
Es hora de sincerarnos. Podemos seguir en la fantasía de creer que eventualmente el asunto se va a solucionar, o podemos ser adultos y establecer prioridades.
Eso implica tener la madurez para aceptar que hay cosas de las que podemos prescindir para resolver un problema mayor. Por ejemplo, en esta situación, ministerios como el de turismo o rubros de economía, sobran. ¿O es que realmente queremos creer que en un país con tan alta tasa de crimen, la promoción de turismo o las políticas económicas pueden impulsarse con éxito?
El comentario de mi compañero holandés y los dos negocios que cierran por semana responden esa pregunta. Solo en esos dos ministerios hay $155 millones dólares de los que se puede echar mano. Podemos hacer sacrificios con el MOP, CAPRES, MAG y MINSAL, porque al final, ¿qué mejor política de salud que no ser asesinado?
Si establecemos prioridades y reorientamos recursos, podemos implementar las medidas que nos hagan recuperar la sociedad que estamos perdiendo. La solución incluye aristas que ya conocemos: prevención, represión y rehabilitación.
La prevención implica una fuerte inversión en zonas de gran influencia pandilleril y, específicamente, se refiere a la construcción de talleres vocacionales en oficios varios, la promoción del deporte y la educación artística.
Se debe garantizar la escuela para los hijos de pandilleros, dándoles las oportunidades que quizás sus padres no tuvieron. Adicionalmente, beneficios tributarios considerables para quienes empleen a expandilleros deberá incentivar las oportunidades laborales.
Todo esto necesita una excepcional y pronta inversión en infraestructura: escuelas, parques, canchas y talleres en múltiples colonias y múltiples ciudades del país.
La represión demanda un extenso y permanente despliegue policial, con equipo nuevo, patrullas en buen estado con combustible, aumentos de salario, beneficios para los agentes y constantes capacitaciones.
Sí, cosas básicas, pero de las cuales a diario hay carencias. Necesaria es también la tecnología de comunicaciones, de investigación y aumento de personal (y presupuesto) para la fiscalía y tribunales, que deben ser capaces de manejar de forma expedita los casos.
Finalmente, la rehabilitación debe comprender abandonar el actual sistema penitenciario y construir penales con verdaderas capacidades de rehabilitación: espacio y aislamiento adecuado, talleres diversos, alimentación aceptable a cambio de trabajo, y personal con excelentes salarios.
Tener bodegas humanas favorece el crimen, pero buenas instalaciones y monitoreo evita el flujo de comunicación desde y hacia las cárceles.
Nadie gana encerrando 60 años a una persona, ni el reo, ni la sociedad, ni el estado. Mejor es reducirle la pena a cambio de completar su bachillerato, universidad o certificaciones en oficios.
En penales bien hechos y bien administrados, el reo tiene un estímulo para ir cumpliendo objetivos, ganándose así mas visitas, mejores opciones laborales o incluso regímenes de confianza. Con este enfoque, gana la sociedad al rehabilitar a sus miembros, gana el Estado porque reduce sus gastos y gana, por supuesto, el reo. Es caro. Bastante. Pero más caro es no afrontar el problema.
Si nos hubiésemos sincerado hace 10 años, quizás las cosas no estarían tan críticas como hoy. Pero solo con los $155 millones mencionados anteriormente, como ilustración, alcanza para construir 10 penales de máxima seguridad como el de Zacatecoluca, en un solo año, cada uno con capacidad de albergar a 400 internos y queda aún para mejorar los otros.
Al final vale la pena darnos cuenta que erradicar la violencia y terminar con las pandillas es la mejor política económica y turística que tenemos al alcance. No podemos continuar haciendo las cosas a medias, a menos que no nos importe, en 10 años, vivir en un país peor.