El Salvador
domingo 22 de diciembre de 2024

Sobre García Márquez y gobiernos prestidigitadores

por Redacción

La primera vez que leí sobre García Márquez fue en una entrevista que hacía alguien a Miguel Ángel Asturias. El escritor guatemalteco afirmaba que “Cien años de soledad” era un plagio flagrante del tema y los personajes de “La Recherche de l´Absolu” de Balzac. No fue, digamos, la mejor primera impresión que uno puede tener de un escritor. Parece que luego Asturias desistió de su afirmación y el mismo García Márquez aseguró, luego de haber leído el libro de Balzac, ante el revuelo desatado, que había similitud entre unas cinco páginas y uno de los personajes de ambos libros, más como una coincidencia y desacreditó totalmente a Asturias.

Cuando, años después, tuve la oportunidad de leer “Cien años de soledad”, me olvidé por completo del asunto. La lectura de la novela fue una experiencia fascinante que marcó el resto de mi vida. Disfrutaba al extremo con las proezas matriarcales de Úrsula Iguarán, reía en la soledad de mi cuarto leyendo sobre el cuento del gallo capón, sobre las desesperadas medidas para contrarrestar la enfermedad del olvido, sobre Aureliano Segundo y su “Apártense vacas, que la vida es corta”; me cautivó sobremanera el personaje de Melquíades y sus manitas de gorrión, sentimiento que llegó al paroxismo en el momento que el gitano cuenta a José Arcadio Buendía que volvió de la muerte porque “no soportaba la soledad”.

Sin embargo, hubo un pasaje de la novela que me impactó profundamente para toda la vida. Paradójicamente no es uno de los pasajes que más disfruté. Es un pasaje más bien pesado, detallista y macabro: el de la masacre de los trabajadores de la bananera. Con magistral detalle, García Márquez describe cómo los soldados masacran a más de tres mil personas y luego, el gobierno comunica que la situación que había originado el descontento de los trabajadores de la bananera se había resuelto de manera amistosa con beneficio tanto para los trabajadores como para la empresa. “Seguro que fue un sueño -insistían los oficiales-. En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz.”

Por sobre cualquier acto de prestidigitación, ese es el acto supremo: desaparecer del mapa y de la historia a personas, a pueblos, a aldeas, sin rastro alguno y, en su lugar, hacer florecer una nueva realidad armoniosa, feliz, sin conflictos. Cualquier magia palidece ante un prodigio semejante. El pasaje está inspirado en un hecho real: la masacre de Aracataca, el pueblo donde nació García Márquez.

Luego me di cuenta que la historia latinoamericana está salpicada por actos de prestidigitación semejantes a los que relataba el colombiano: Argentina, Chile, Bolivia, Nicaragua, Guatemala, El Salvador… Nuestros pueblos vivieron en carne propia la desaparición o el exterminio de miles de personas durante décadas. Y luego las historias oficiales fueron relativamente exitosas en presentar al mundo una realidad completamente diferente. El Salvador se promovía como El País de la Sonrisa en los años 70, mientras el pueblo sufría bajo la bota de las dictaduras militares.

El mundo recuerda el Mundial de Fútbol de Argentina en 1978, pero casi nadie recuerda a los presos políticos que eran torturados, desaparecidos, asesinados, de manera simultánea a la fiesta deportiva. Como un Houdini moderno, el dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt, recientemente escapó de manera más que sorprendente del chaleco de la justicia que clamaba por la vida de decenas de indígenas en Guatemala.

Y no es que las habilidades mágicas sean exclusivas de los gobernantes latinoamericanos de la época de las dictaduras militares: gobernantes de todos los tiempos y de todas las latitudes obraron prodigios semejantes o aun más asombros. El Padrecito Stalin merece una mención especial en este campo: con el exterminio de miles de campesinos y de opositores a su régimen, habiendo decretado se borrase de la historia de la URSS cualquier mención a líderes de la oposición que acusaran las desviaciones burocráticas del estalinismo.

Las políticas de exterminio del régimen Ustasha en Croacia (en algunos momentos con complicidad vaticana) en las proximidades de la Segunda Guerra Mundial, el aniquilamiento del pueblo palestino por parte del Estado de Israel desde hace décadas; las aún vigorosas dictaduras africanas, los experimentos del gobierno estadounidense con cepas de enfermedades mortales en poblaciones indígenas a mediados del Siglo XX…Macabros ejemplos de las habilidades prestidigitadoras de gobernantes de todas las épocas y rincones del planeta.

Seguro si buscamos en la historia reciente de nuestros países, en este siglo XXI, no nos será difícil encontrar ejemplos de que el recurso de desaparecer la realidad ante nuestros ojos y aparecer en su lugar una “realidad” completamente diferente sigue siendo una herramienta sumamente apreciada.

Y es completamente imposible dejar de recordar cada vez que conocemos de uno de estos nuevos casos, al escritor que, magistralmente, supo retratar con nítidos detalles una de las peores facetas de la historia reciente de la humanidad.