Está comprobado plenamente en El Salvador y a nivel internacional que la corrupción gubernamental no tiene carácter ideológico, color político ni bandera partidista: ocurre tanto en gobiernos de izquierda como de derecha, en todos los matices en que se manifiestan ambas corrientes ideológicas cuando están en el poder.
Cuando la izquierda está luchando por alcanzar el poder, una de las principales banderas que enarbola es la ética política. La izquierda funda su discurso en una implacable crítica a la corrupción real o supuesta de la derecha, y promete que con su victoria no sólo establecerá el paraíso de la igualdad social y la felicidad material si no también el reino de la moralidad política.
Si la corrupción no fuese también propia de los regímenes izquierdistas, ¿de dónde salieron entonces los multimillonarios de la nueva Rusia venidos de la extinta Unión Soviética, si en ese país oficialmente había una sociedad igualitaria en la que nadie tenía nada más que lo indispensable para vivir decorosamente y todos los medios de producción y riquezas materiales eran propiedad del Estado?
¿Y de dónde aparecieron los multimillonarios de la China comunista, que teóricamente sigue siendo una sociedad igualitaria de obreros, campesinos e intelectuales? ¿Y cómo hizo Fidel Castro para ocupar un lugar cimero en la lista Forbes de los personajes más ricos del mundo? ¿Y de qué cielo cayeron los nuevos ricos de la izquierda latinoamericana, que llegaron al poder y ahora son banqueros, inversionistas, terratenientes, grandes comerciantes, etc.?
En realidad la corrupción es un problema político y, en algunos casos, institucional cuando se convierte en política de Estado, pero en lo fundamental la corrupción es un problema de naturaleza humana.
Precisamente, por eso es que la corrupción ocurre igual en los gobiernos de izquierda que en los de derecha. Existen políticos de izquierda y de derecha honestos, que bajan del poder con el mismo patrimonio con el que subieron e incluso con menos. Sin embargo, para encontrarlos hay que buscarlos con lupa.
En todo caso, lo importante es que haya leyes y mecanismos de control del ejercicio del poder pero, sobre todo, voluntad de aplicarlas y decisión para castigar los actos de corrupción y a las personas corruptas. Esto es lo que explica que países como los escandinavos, que cuentan con mecanismos y leyes de control eficaces, tienen asimismo elevados y envidiables índices de transparencia.
Se sabe que uno de los significados de derecha es el de diestra, o sea, habilidad para hacer las cosas. Y se conoce también que una de las acepciones de izquierda es la de siniestra, que significa malintencionada u oscura.
Aplicando estos conceptos a la realidad social y política, se puede asegurar que lo peor que le ocurre a una nación es ser gobernada por una derecha que al mismo tiempo es siniestra; o por una fuerza de izquierda que sea diestra en el “arte” del secretismo y la discrecionalidad, del derroche gubernamental, de los conflictos de intereses o del tráfico de influencias.
Muchos salvadoreños le apostamos al pleno goce de las libertades, al respeto del estado de Derecho, a la democracia como sistema político de ejercer el poder; interesados en ver instituciones modernas, fuertes, sanas, proactivas y en constante transformación al servicio de una sociedad ávida de una mayor y mejor atención, oportuna y de calidad.
Por ende, El Salvador requiere alejarse definitivamente tanto del anacrónico extremismo revolucionario ortodoxo, como de aquel liberalismo invidente carente de rostro o sentimiento; despojarse de los populismos caudillistas tan frecuentes en América Latina, así como del dogma dictatorial y ciertamente ineficaz en la lucha contra la injusticia, la corrupción y la desigualdad.
Si quienes nos gobiernen en el futuro persisten en no desprenderse de esas pesadas cargas, de esas visiones fundamentalistas, de aquellas prácticas cancerígenas de servirse en el poder y no servir en el poder, ningún instituto político salvadoreño podrá entenderse ante la sociedad —y ni siquiera a sí mismos— como alternativa de gobierno y de cambio en democracia.