La psiquiatría anunció una nueva “falla mecánica” en los infantes en edad preescolar en la década de los setenta.
Aunque se recogen documentos relacionados con el tema desde el siglo XVIII, el Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad (TDH) se ha convertido, hoy por hoy, en la excusa perfecta para esconder la falta de disciplina en muchos centros educativos y atribuirle conductas que tienen que ver meramente con hábitos de convivencia.
La inquietud no es una patología, es una condición típica en los infantes sanos, propia de la etapa del conocimiento de su ambiente, de los objetos que les rodean, de la interacción con sus familiares y otras personas, de buscar la manera adecuada de satisfacer sus necesidades, de lo que algunos llaman “descubrir el mundo”.
Pero así como un niño no distingue la realidad de la fantasía, tampoco concibe la relación entre un derecho y un capricho. De ahí que los pequeños aprendan de qué manera se consiguen las cosas.
No, no soy médico. Tampoco estadista y no me engañan los números.
Dentro de la variedad de medicamentos prescritos para infantes con TDH se destaca el Ritalín o Ritalina. Y mientras se especula y se descubre la certeza o el mito de esta condición, muchos niños alrededor del mundo están siendo controlados, inhibidos y sedados, y sus padres manipulados por un comercio descarado de drogas legales.
En palabras del médico húngaro Dr. Thomas Szasz, quien fue profesor de psiquiatría en la Universidad Estatal de Nueva York, EUA, por cientos de años la psiquiatría ha utilizado muchos diagnósticos para estigmatizar y controlar a la gente.
Para comprender, basta recordar que cuando las mujeres querían rebelarse ante el dominio patriarcal eran diagnosticadas con histeria, para lo cual se utilizaban tratamientos “un poco curiosos” por parte de los médicos (hombres). De esta manera, sin un examen físico que lo respalde, se diagnostica a los niños con el TDH. Peor aún, bajo la idea y la teoría mediática de que si un famoso lo padece es una enfermedad real, cuando no es otra cosa que una estrategia de mercado. El gran mercado de los fármacos.
Szasz sostenía en su tesis que ninguna conducta, buena o mala es una enfermedad, y que darle a los niños drogas psiquiátricas es envenenamiento, no tratamiento.
Y entre las más de 10 contraindicaciones del uso de Ritalina y su adicción, las advertencias y efectos secundarios son verdaderamente alarmantes: nerviosismo, vértigo, anorexia, dificultad para hablar, visión borrosa, alucinaciones, entre otras alteraciones.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) otorga una concepción más amplia del término enfermedad y lo define como el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Sin embargo, llegar al hospital con una depresión o una crisis de pánico no entra en la categoría de urgencias, al menos en la práctica.
Así, definidas las enfermedades por Szasz como el mal funcionamiento del cuerpo humano (padecimientos del corazón, los riñones, el hígado, etc.) y por el Diccionario de la Lengua Española (DRAE), en su sentido más estricto, como la alteración más o menos grave de la salud (y léase salud como el estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones), la mucha o poca actividad en la infancia, la falta de atención ante algo que no es interesante -como a veces lo son las matemáticas- y la primacía del juego ante el salón de clases no representan lesiones mentales en los menores, sino ausencia de disciplina por parte de los padres y educadores o de actividades de interés y esparcimiento según las necesidades en cada etapa del desarrollo.
Etiquetar a un infante como “enfermo mental” no es precisamente lo más saludable. Lo es adecuar nuestras vidas a la nueva tarea de educar y formar a nuestros hijos.