El Salvador
lunes 23 de diciembre de 2024

Descansá en paz, Firpo

por Redacción

Recuerdo perfectamente una tarde de 1990, en un estadio de vértigo, con banderas, gritos, goles y cerveza. Un hombre gordo, camisa de botones desabotonada, ojos rojos,  me cargaba en lo alto y gritaba con cada gol. Y mi padre, que estaba junto a mí, alegre, vitoreaba a unos que abajo definían un título del fútbol nacional. Yo tenía 10 años, y no era esa mi primera vez en el estadio, pero sí era mi primera final.

Alianza derrotó ese día al Firpo 3-1, y se coronó campeón del fútbol salvadoreño. Nos habían invitado a mi papá y a mí a tribuna –ni de broma podíamos permitirnos comprar nosotros una entrada a ese sector del estadio; la colcha no daba para tanto–, y pude ver por primera vez con conciencia de las cosas a un equipo que más adelante me daría tantas alegrías y tantas tristezas.

Antes del juego, yo no tenía ningún favorito. Mi papá sí; era –y es– un albo de los más duros. Sin embargo, algo sucedió, algo me tocó por dentro y no pude verme abrazado por la algarabía de la mayoría en el Cuscatlán. Era como si me viese abstraído de la pasión que desbordaban a los amantes de Kin Canales y fanáticos de la Chelona. Aún no comprendo qué fue ese algo. A veces, cuando voy a ese momento, creo encontrar razones en los colores del equipo, en esa necesidad de llevarle la contraria a mi papá o en el estilo de juego que me gustó mucho más esa tarde. Pero luego comprendo que la razón es inexplicable.

A los diez años somos más sabios y preferimos el instinto a la razón.

Fui aficionado al Firpo desde ese día. Esculpí el orgullo por ese club, en defensa de una decisión propia, alejada de la tendencia cultural futbolera que marca que serás influido por tu familia al escoger a tu equipo. Me hinchaba el pecho cuando los aliancistas de la época se burlaban de nuestro nombre: “¿¿¿¡¡¡Qué es esa mierda que tenga el nombre completo de un boxeador!!!???”. Les restregaba más de 40 partidos invictos, ¡en un solo campeonato!, cuando apelaban a vulgaridades de menosprecio al origen provinciano del Firpo. Pasé en carnaval interno cuando Nenéi le zampó uno de los goles más hermosos en la historia del fútbol salvadoreño a Santillana en una pletórica (perdonen el abuso de adjetivos; escribo con el hígado) tarde teñida de rojo.

Lloré a oreja pegada de radio cuando le ganamos 1-0 al poderoso campeón del fútbol mexicano de la época, la UNAM, en 1992. Me reía en la cara de quienes dudaban de partidos de orgullo contra la Juventus o contra el Brasil de Parreira; y todavía me río de algunos que dudan de tales acontecimientos, sobre todo los blancos que viven con lágrima negra la nostalgia de un tal Santos, un tal Pelé y un tal estadio Flor Blanca.

El ADN tapachulteco lo tengo grabado en la cabeza; siguió vivo durante años, después de ese tricampeonato de inicios de la década de los 90. Hubo quienes no pudieron apartarse de ese camino, pero no tuvieron la clase para seguirlo como se debe. Aarón Canjura, Santos Cabrera, entre otros, quisieron seguir la estirpe de los toros. Ese estilo cansino del Firpo, del toque lento, del juego nada vertical… Ese juego que se inventó, hay que decirlo, el más grande jugador firpense de todos los tiempos, Raúl Toro.

Ese “diez” eterno, chileno, regordete, de andar gracioso, regresó a su país este mismo año, como si supiera de antemano que el equipo rueda por calle rocosa rumbo al patíbulo de la Liga de Ascenso.

Este Firpo 10 veces campeón se está muriendo. Marcha despacio sabiendo que lo espera la horca. Va agarrado de pocos argumentos: un grupo mediocre de jugadores sin orgullo, un técnico que fue leyenda en la defensa pampera y en la Selección nacional, pero como entrenador parece que no le corre sangre por las venas… En suma, marcha poquito a poco, sabedor de sus desgracias, al amparo de un milagro.

Los fantasmas futboleros y firpenses de De Moura, Mauricio Cienfuegos, Raúl Díaz Arce, Toninho, Israel Castro Franco, Marlon Menjívar, Percibal, Carlanga, Trigueros, Nenéi, entre tantos otros nombres que ofrendaron su calidad vagarán y de seguro van a ir a jalarle las patas a estos mediocres directivos y a estos jugadores que nos tienen ahora por la avenida Desgracia.

Y los aficionados como yo, que vivimos todos los títulos y el montón de subtítulos desde 1989 un día de estos nos vamos a despertar con una jornada de la primera división sin ningún juego de los de Usulután.

Hace poco leí a un periodista deportivo que es más buena gente que buen analista, haciendo un “análisis” del porqué del tormento usuluteco. Para él, la escasa “identidad” del club ha jugado un papel importante en demasía, y argüía que ese equipo no es ni de aquí ni de allá, y que la estampa oriental-capitalina sigue siendo muy ambigua. Quizá para él la identidad es una cosa bastante concreta, material, quizá cree que la identidad está cosida al dui o a la partida de nacimiento. Quizá entiende identidad solo desde la toponimia y no desde los factores internos que dan origen a decisiones personales. Quizá para este periodista solo si nacés en un país tenés derecho a tener pasaporte de ese país.

La identidad plural del Firpo no fue nunca un defecto. Es más, hay en ello algo de virtud. En San Salvador, por ejemplo, una generación entera vivió el dominio de los “de Usulután” durante años. Los colores del equipo se unieron a esa generación.

En oriente, incluso, compitió contra la dictadura aguilucha, porque en los 90 Águila fue el equipo chico y Firpo el más digno representante.

Pero todo lo anterior, todo el río de recuerdos…, todo se hará polvo en dos jornadas, si la lógica se impone. Pero no es un asunto romántico ni metafórico ni ideológico ni identitario el motivo de ese descalabro histórico. Que no se dé paja ese periodista. El equipo languidece únicamente por una directiva torpe, desordenada, que no capitalizó el campeonato de hace apenas un año y se dedicó a dormir panza arriba en el torneo anterior. En este, con patadas de ahogado, quisieron transformar algo que se hundió hace muchos partidos. El toro agoniza porque se ha encontrado con un grupo de jugadores paupérrimos de la cintura para abajo, que no luchan, que no sienten, que no saben qué es ni de dónde viene Firpo. La miserable faena de este torneo y la mala suerte de no concretar las opciones de gol son dos causas no estructurales, no fabricadas en el tiempo, sino producto de estupideces cercanas.

El aficionado firpense sufrirá esa debacle, y el fútbol salvadoreño perderá a un equipo que, junto al FAS de los 90, fue el último con clase y estilo propio de nuestra historia reciente. No me hablen del Metapán y sus glorias en la última década y en torneos cortos: el fútbol está medio muerto desde finales de los 90, y la miopía reina en la ceguera, por eso no cuento a los caleros.

***

Morite, Firpo, y morite ya, no nos des más agonías. Voy a estar pendiente de vos en la de Ascenso o hasta que desaparezcás. Y no me malinterpretés, que este crepúsculo del torneo estaré con la esperanza de un milagro, pero con la rabia en contra de quienes hoy te han hecho caer hasta el fondo de los fondos.