“Te quiero más que a mis ojos, te quiero más que a mi vida, más que al aire que respiro más que a la madre mía. Que se me paren los pulsos si te dejo de querer que las campanas me doblen si te falto alguna vez”. Esta frase suena delírica (Ash, me inventé esto, no se claven) si la escuchamos, suena a lo que quisiésemos escuchar de ESA persona. Ahora bien, quizás no en la voz de Joaquín Sabina, porque aunque al autor español le salen los versos más dulces, la voz no es la más dulce y melódica que conozco.
No me vengan con que el wisky, el ron, el aguardiente, el alcohol y el cigarro han hecho estragos en las cuerdas vocales, dejemos eso. Eso sólo le compete a él. Como cuidar la voz y saber que es un instrumento, que por el oficio que me compete, me han sermoneado que cuide; también es sólo competencia mía. Que nada muy helado, que nada muy caliente, que dejá el cigarro, que cuidate las gripes, quenojequé. Y me di cuenta que resulta ser más frágil de lo que parece. Igual, el cuido siempre es personal.
Ahora bien, regresemos a “esas” voces que son bastante peculiares.
Comencé por Sabina, el tipo me agrada. Cuando vino el 20 de noviembre de 2013 escuché una variedad de opiniones relacionado a ese concierto. “No me gusta su música”, “No entiendo su música”, “No le hallo el chiste” y la más común: “No me gusta su voz”. A mí me mató de la risa tal afirmación como defensa de la apatía con el tipo. Hay pocos, poquísimos, cantantes que tengan una melodiosa emisión de voz. De la raza de la que me compete en esta ocasión hay un vergo (Ay, no se escandalicen).
La lista puede ser más o menos así: Shakira, Alejandro Sanz, Enrique Iglesias, Enrique Bunbury, Fito Páez, Charlie García, Saúl Hernández, Paulina Rubio, Beto Cuevas, Gustavo Cerati, José Andrëa, Raúl Albarrán, Marciano Cantero, Benny Ibarra, Alejandra Guzmán, Tito Fuentes, David Summers, Vicentico, Alex Lora, Andrés Calamaro, Jorge H. González Ríos, Roco, Silvio Rodríguez, Leonardo de Lozanne, Álvaro López y… y… y… ya me cansé. Podría todo estos nombres resumirlos en uno solo: Barry White. Eso es TROZO de voz.
El grupo es lo bastante grande para demostrar que el mundo del pop y el rock latino (ya ni hablemos de la trova, por ahí colé a Silvio) está lleno de voces que no suelen ser atractivas per-se, sino que hay algo detrás de todo que nos conquista. Yo prefiero pensar que lo que nos atrajo fue lo “no percibido” por los oídos.
Con los metaleros ni me meto. Esa es una especie de seres musicales con quienes no peleo, los respeto y hasta ahí. Mucho menos con sus seguidores. Tampoco me meteré con salseros. En esa sección musical me sobrarían los nombres para demostrar lo que vengo diciendo. Pero me doblego ante Rubén Blades, Willi Colón, Willi Chirino y todo esos maestros del la salsa “brava”, que si bien no son el Barry de hace dos párrafos atrás, amo sus pegajosas y bien estructuradas canciones. Pero en algo sé que me apoyarán: no es la voz.
Entonces bien, la conclusión es que no es la voz -no del todo, vaya- la que nos sostiene comprando discos (o en su defecto descargando la música), no es la voz la que nos lleva a hambrear para poder comprar una entrada y verlos, no es la voz la que nos anima a defenderlos a capa y espada. Es lo que nos han dicho, la letra de la canción que tocó hebras emocionales. Pensemos más allá. Quiero, prefiero, deseo discurrir que es la capacidad de construir metáforas, de crear líneas melódicas particulares, de títulos sugerentes, de discos completos llenos de temas refrescantes, experimentos musicales, géneros mezclados y bien combinados. Y, finalmente, lo que más me une a estos cantantes (quiten a la Paulina, Shakira y al Sanz, por favor) es que no hay nadie en todo el planeta que me cante igual cualquiera de sus canciones. No suenan igual, no se sienten igual.
¿Ven por qué no metí ni a Arjona, ni a Fer? ¿Comprenden?