martes 22 de octubre del 2024

Por nuestra libertad y democracia

por Redacción


La política debe ser solución y no problema; debe conducir al acuerdo y no al encono, debe atender los reclamos de la gente y no encerrarse en sí misma en ejercicios estériles de autocomplacencia; debe hacer posible la unidad de los contrarios, en torno a acciones comunes, definidas entre todos para resolver los problemas que son de todos.

En momentos difíciles como los que ha vivido El Salvador en los últimos años, debemos revalorar nuestra historia, logros y potencialidades para no caer en el desánimo que inhibe la voluntad y paraliza la acción.

Desde el inicio de nuestras gestas independentistas, la libertad y la democracia se han convertido en nuestra manera de ser, de pensar y de vivir. Libertad, como premisa del desarrollo pleno del individuo; democracia, como método para tomar decisiones sobre los asuntos que interesan a todos, incluida la elección de nuestros gobernantes.

Estos valores son resultado de procesos sociales surgidos de grandes movimientos populares que se fueron extendiendo y arraigando en la sociedad: Pero no son logros irreversibles pues, como lo enseñan los vaivenes en algunos países de América Latina, pueden perderse o desvirtuarse si no los refrendamos en la práctica diaria.

Los salvadoreños tenemos serios problemas que, de no superarse, podrían poner en riesgo la viabilidad del Estado y la unidad de los salvadoreños en lo esencial: La violencia criminal, el crecimiento endeble de la economía, los niveles de desigualdad social y el aislamiento.

Para corregirlos, se requiere la acción concertada de los Órganos del Estado, a partir de acuerdos fundamentales que aseguren la confluencia de esfuerzos de todas las instancias de gobierno y, además, pongan freno a la dispersión en la que los avances de una entidad pública son neutralizados.

La unidad de propósitos y métodos, sin embargo, no puede fundarse en decisiones arbitrarias tomadas en la cúpula ni en la obediencia acrítica de los demás, sino en la discusión y la formación de acuerdos que representen las opiniones e intereses de todos los estratos de una sociedad diversa como la nuestra.

Libertad para discutir y democracia para tomar decisiones dan legitimidad a las acciones públicas y aseguran la concurrencia leal y convencida de todas las instancias del poder público y de todas las representaciones partidarias.

El entramado institucional y político en que vivimos refleja la diversidad de la sociedad del siglo XXI, y es responsable de generar ideas y dar respuesta a los problemas nacionales. El método es el debate libre y, al mismo tiempo responsable y serio de diagnósticos y propuestas que, una vez decantados, concilian posiciones y obligan a todos. En esto consiste la democracia.

El objetivo original de la confrontación de ideas es construir acuerdos; por eso uno de los atributos esenciales de la democracia es el respeto a todas las personas y a su derecho a pensar y expresar con entera libertad sus opiniones y defender sus legítimos intereses.

En una sociedad moderna, necesariamente diversificada, la unanimidad es una ficción. En la formación de la voluntad colectiva impera la mayoría porque representa al número más alto de voluntades individuales.

No obstante, en nuestro sistema político, debemos ser garantes que las minorías participen con plena libertad en los debates y aun en la toma de decisiones en función de su respectiva representatividad, pues una democracia es esencialmente incluyente y tolerante.

En nuestro pensar no sólo se deben cultivar las aptitudes para gobernar, sino también para ejercer la oposición responsable pero vigilante. Los verdaderos políticos entienden que la política es inherente a toda organización social y que su sentido y razón es buscar el bienestar de la gente.

La política debe ser solución y no problema; debe conducir al acuerdo y no al encono, debe atender los reclamos de la gente y no encerrarse en sí misma en ejercicios estériles de autocomplacencia; debe hacer posible la unidad de los contrarios, en torno a acciones comunes, definidas entre todos para resolver los problemas que son de todos.

Subyace la necesidad de generar espacios de confianza democrática, para que ninguna de las fuerzas suponga que quieren acallarla y que la acción del gobierno corresponda a un principio básico de respeto y tolerancia a los contrarios. También una convicción profunda sobre la prevalencia del interés superior del país, de la necesidad de no defraudar las expectativas de la población salvadoreña, que con extraordinaria sabiduría concibió un arreglo que obliga a balances y contrapesos, que exige una convivencia democrática que es un permanente aprendizaje de humildad y, al mismo tiempo, de grandeza. Nuestra sociedad demanda una visión de Estado.

Fortalezcamos nuestra libertad y nuestra democracia, base de la convivencia pacífica de los salvadoreños.