El Salvador
lunes 23 de diciembre de 2024

Las fronteras para lograr una utopía propia y leal

por Lafitte Fernández

Cuando llegué a residir a este país y comencé a tratar de meter lo salvadoreño debajo de mi piel, sin extraviarme ni olvidar mi origen, quienes me rodeaban, en esa época, hablaban muy mal de los excomandantes del FMLN.

Poco antes se había firmado la paz.  Las dosis de perdón y reconciliación eran escasas. Las instituciones eran una calamidad, pocas funcionaban bien.  Había odio y se gobernaba en el reino de las intrigas. Unos decían ser los buenos. Otros estaban sindicados como los malos.

Lo primero que se me dijo es que los exguerrilleros eran “enloquecidos”. Luego les llamaban “chusma”, buenos para nada. Sobraba quienes estaban convencidos de que de los pensamientos de esos hombres no podían salir nada porque en lo único que creían, al igual que Carlos Marx,  es que  “la violencia es la partera de la historia”.

La frase no era nueva para mí. La había escuchado en los primeros años de universidad cuando las ideologías eran una larga vara racional.

Cuando me repitieron la frase recordé la espectacular polémica entre Jean Paul Sartre, el filósofo existencialista francés,  y el también escritor francés  Albert Camus. El pleito entre ambos me lo bebí a sorbos glotones. Creo que en  esa época veíamos las cosas de manera más dramática.

En el fondo de todo, ambos franceses, generales de la literatura que influenciaban a los jóvenes en los años setenta, lo que planteaban era una profunda discusión sobre las utopías como motores de cambio pero también como madre de las divergencias.

En algún rincón de la disputa estaba también aquello que escribió Focault: “las utopías proletarias socialistas no se realizan nunca…las utopías capitalistas, desgraciadamente,  tienden a realizarse con mucha frecuencia”

De ahí partieron Sartre y Camus para golpearse a punta de teclazos de las antiguas máquinas de escribir en  una polémica en la que el primero dijo que la revolución solo podía construirse con violencia. A Camus eso le amargó porque siempre estimó la violencia infame y poco original.

“-La historia no es el compendio de las buenas maneras: las cortesías y sus fatigas son para los salones”, le dijo Sastre a Camus para defender la violencia como instigadora de cambios sociales.

Camus le respondió: “no sea cínico, Sartre. No hay mártires en un terreno y enemigos aniquilados en el otro. Todos son igualmente víctimas”.

Las elecciones del domingo me recordaron de nuevo la vieja polémica entre Sartre y Camus y también las primeras referencias, recibidas  en mis oídos, sobre los dirigentes del FMLN como si fuesen “chusma” o ciudadanos de cuarta o quinta categoría.

La verdad es que, al igual que en ARENA, en el FMLN no hay “chusmas” ni ciudadanos de quinta categoría. Si en algún momento existió esquizofrenia aquí es que unos veían los problemas sociales como producto de intereses personales descontrolados y otros se encogían de hombros, hasta con cinismo, ante eso. Es el resumen más noble que puedo hacer.

En la última década muchas cosas han cambiado en El Salvador. Es probable que me equivoque pero creo que algunos, dentro de los que me incluyo, han llegado a la conclusión que ni el capitalismo ni el socialismo pueden aspirar a ser una ideología. Creo que las ideologías son métodos para dividir la propiedad y los ingresos. Nada más.

Yo creo que el FMLN tiene derecho a crear su propia utopía. Construir un país con menos pobres, ya es parte de ella. Y esos dirigentes no son chusma ni están enloquecidos por aspirar a eso. Si ganaron el poder, hay que darles todas las oportunidades para que traten de alcanzar su propio heroísmo.

Tampoco podemos creer que solo ARENA tenga a los tecnócratas ideales para acabar con los problemas del país. Pensar de esa manera, es hacerlo con mucha fatuidad. Por más títulos en Harvard o Princeton, nadie es dueño de la verdad.

Si alguien en el FMLN está empeñado en redistribuir la riqueza, es porque quiere que parte de la propiedad de los hombres ricos, o de la clase media, pase a los pobres mediante la recaudación de impuestos. Yo no creo que exista un solo efemenelista que crea que la solución es arrancarle la propiedad a sus poseedores o que eso debe hacerse estrujando las libertades públicas.

En este tema tampoco podemos perder la memoria lineal: cuando un hombre o mujer, gana la presidencia de la República posiblemente debe escoger entre dos extremos: o se para del lado de la redistribución o apuesta a la producción.

Lo ideal, lo sensato, es abrazarse de ambas ideas: producir y redistribuir. Lo mejor es que una actividad sea el motor de la otra. Manejar ambas cosas a la vez es aprender a manejar válvulas de control y redes de seguridad para impedir que se produzcan colapsos de uno y otro lado.

Muchas veces un exceso de redistribución apaga la producción. En otras ocasiones, una producción abrillantada se olvida de la redistribución y los pobres se vuelven masas escalofriantes.

El problema de El Salvador es que, al menos durante las últimas tres décadas, no ha tenido- a pesar de que se ha probado de todo-crecimientos económicos importantes.

Nunca se ha tenido éxito en ese campo. Eso le ha permitido a algunos advertir que hay poco que repartir. Para también algunos intentaron transformarlo ese poco crecimiento en pretexto para nunca distribuir.

También hay que reconocer que cada vez que se intenta redistribuir lo poco que hay de sobrante, hay quienes sacan el hacha para decir que  si se le da un vaso de leche a un escolar, eso es inmoral porque la leche se paga los impuestos que pagan terceros.  Eso produce riñas familiares como si fuésemos hermanos inmaduros.

La verdad es que los salvadoreños quieren respuestas simples donde existe una inmensa complejidad. Lo mejor que puede hacer el FMLN no es desarrollar talento para detectar problemas. Las dificultades están estudiadas hace rato. Lo que debe encontrar el FMLN , bajo cualquier esfuerzo, es un método para encontrar soluciones nuevas para los viejos problemas. Ahí está el secreto.

Para hallar ese método hay una fórmula en estos tiempos: reconocer que el poder ya no es producto de dinastías o de las armas, mucho menos de las ideologías. Ahora hay una nueva trinidad como lo advierte Ralston: organización, tecnología e información. Si se entiende eso, habremos dado un enorme salto para encontrar métodos y  soluciones apropiadas.

Pero hay algo más simple que debe entender el FLMN: no hay que pisarle los talones a Maquiavelo para comprender que si algo ha separado a los hombres es la distancia entre la libertad y la justicia.

Quienes defienden las libertades, generalmente se olvidan de la justicia. Quienes quieren hacer justicia, muchas veces acaban fracturando libertades. Aquí podemos contar más de 80 mil muertos porque esa distancia entre libertad y justicia la transformamos en un mar de sangre.

La fórmula que debe seguir el FMLN es fácil de dibujar: busquen justicia pero sin atropellar libertades. Párense del lado de la redistribución pero no se olviden de producir. Tal vez esa sea el único camino para construir su propia utopía.