El país está partido en dos y en tensión. Y las tensiones nacidas de una división siempre serán juego y desafío, pero también oportunidad.
Lo que pasó la noche del 9 de marzo no fue más que una aplicación del Zen, ese interesante cruce del pensamiento de Buda con el de Lao Tse: “cuando la mente elige, divide”.
La división política y electoral fue exacta: cincuenta y cincuenta es la talla precisa de un país polarizado.
La situación de El Salvador es difícil: hay problemas económicos, la producción está más anémica de lo que quisiéramos, la inseguridad tiene atorado a todos y algunos quieren hasta sustituir a Dios. Se necesita inversión, trabajo, pero sobre todo, bienestar y sensatez como método para dar pasos hacia delante.
ARENA dice que le robaron la elección, o al menos asegura que hubo acciones electorales poco limpias. Yo no sé hasta cuándo durará el berrinche. Mucho menos si las denuncias incluyen hechos ciertos o no. Pero no creo que Norman Quijano quiera acabar como el mexicano López Obrador viviendo en una carpa sobre el césped de un parque público.
Si se produjeron anomalías electorales o constitucionales, son las autoridades fiscales y los miembros de la Sala de lo Constitucional quienes deben decidir el futuro de El Salvador. Ojalá los reclamos se resuelvan, pronto o más bien deben resolverse ya. El problema es que el alboroto siempre está en el centro de las ideas. Cuando este no se apaga, se paraliza el sano juicio crítico.
Creo que hacen bien el FMLN y el gobierno en poner a andar las cosas: los problemas más inmediatos son de talla grande y las soluciones no pueden esperar. Si la talla es de tal magnitud, las soluciones también necesitan de un ropaje ancho, creativo y con mucha tela.
Cuando un país está partido políticamente en partes tan exactas, ninguna mitad puede gobernar sola. Siempre necesitará la otra mitad. En la vida los opuestos están juntos, siempre son complementarios: sin muerte no hay vida. Eso también es filosofía oriental.
Aquí hay que desnutrir el berrinche, el alboroto. Si algo pasó, que se certifique para la historia. Pero no podemos pasar con un garrote en la mano buscando explicaciones sobre lo que pudo haber ocurrido o no.
Hace bien el profesor Salvador Sánchez Cerén en extenderle la mano a ARENA y a otras agrupaciones políticas, una vez que las principales autoridades electorales lo declararon como presidente electo.
ARENA y los restantes partidos políticos no deben decir que si se ultrajó la iglesia, se debe detener la fábrica de santos.
La carreta siempre tiene dos o más bueyes. Con un buey se puede llegar al final del camino pero nadie podría evitar que la carreta se vuelque o tarde tres veces más tiempo en llegar a algún lado.
Es probable que ARENA esté tentada a hacer política tradicional: podrían decir que lo mejor es dejar solo al FMLN para que, en cinco años, el país se incendie y los salvadoreños aprendan, de una vez por todas, que la izquierda no sabe gobernar. Estaría tentada a demostrar que es ineficaz y vacía de ideas.
Si ARENA asume esa postura, el camino sería el mismo: hago política para aniquilar al contrario, aunque la política nace para entenderme con él. Esta es una posición densa y desconcertante. No hay que olvidar que la guerra es la bancarrota de la política.
Muchos podrían estar diciendo, en el interior de ARENA, que la situación es tan dura que lo óptimo es dejar huérfano al gobernante en cualquier derrota El costo de esa posición puede ser carísima para todos, principalmente para los empresarios y para quienes han apoyado al FMLN. Todos sabemos que la ruina de un gobierno puede costarle a un país hasta veinte años para recuperarse. El peor error es pensar que deben venir cinco anos para una mitad y luego otros cinco para la otra.
Un acuerdo entre ARENA y el FMLN para sacar adelante al país sería la mejor herencia de esta elección: por primera vez en la historia reciente, empresarios, gobernantes, representantes sociales, partidos políticos y hasta la sociedad civil tendrían una visión común para producir riqueza y hasta para redistribuir los excesos, adecuadamente y sin endeudarse.
ARENA debe entender que su complementariedad obligará al FMLN a moderarse en el momento en que algunos quieran tener estampidas mentales, influenciados por la historia. Pero también debe entender que el FMLN ganó las elecciones y que ningún victorioso renuncia a sus principios ni a las ideas centrales que lo llevaron al poder.
ARENA no pierde nada con un pacto. Tal vez, al final del camino, no solo modere el debate sino que, muchas veces, influenciar el detalle evita los vacíos y, con el tiempo, conduce a una victoria general. ARENA podría hasta asumir una vanguardia en proyectos que muevan los bueyes de la carreta.
ARENA y el FMLN deben comprender que la partición política en dos mitades es la mejor oportunidad histórica que ha producido el país para entenderse, para encontrar soluciones, al menos en lo fundamental.
Cada día no es otro día, cada día es posterior al de ayer. Y cuando se llega al día posterior al de ayer, las oportunidades no se pueden desaprovechar.
El asunto no es unirse y crear derechos especiales para algunos, para que unos aplasten a otros o se aprovechen de las debilidades de quien está al frente. Unirse siempre sonará a cambio sensato pero, sobre todo, representará energías destinadas hacia un propósito único: el bienestar y el progreso de todos.
En este país deben caber todos. Pobres y ricos. Aventajados o no aventajados. El río lo deben cruzar todos. No diez ni ocho.