Es difícil pensar en el encanto de una época robotizada como la nuestra.
Un tren de vapor, un fonógrafo o una lámpara incandescente nos acercan en algún filme a la historia de poco menos de dos siglos, a la modernidad del pasado.
Ya para entonces, la vida había dejado de ser sencilla: la agitación de las grandes ciudades, el crecimiento del comercio entre naciones y la salida de casa de las mujeres ante la necesidad de mano de obra generaron además una revolución en la humanidad.
Pero los tiempos no se habían transformado de a poco. En solo algunos años, las condiciones de vida se desfiguraron y pasaron a ser casi un modo de supervivencia para los asalariados. El mundo se estaba transformando -otra vez- y los viejos jefes de familia no podían creer lo que alcanzarían a ver.
En otro periodo igual, sin el afán único de satisfacer a nuestra especie, surgieron formas nuevas de encarar al mundo que se veía venir. Inventos para las necesidades en el hogar, para la administración del dinero (que incluye las tarjetas de crédito), para la obtención de información (que más tarde sería la mejor invención de las telecomunicaciones) y una serie de artefactos e ideas que la ciencia trajo consigo al nuevo milenio por el que ya pasaron varios años.
Aun así, ya lo decía Óscar Wilde a principios de siglo:
Vivimos en una época en la cual las cosas innecesarias son nuestra única necesidad.
Hemos vivido en dos siglos diferentes y vivido casi tantos mundiales como papados en el Vaticano, unos más cortos que otros.
Nos encontramos de momento frente a un camino trazado por las artes, las religiones, los convenios mundiales, las guerras y las post post post post guerras. Precedentes cada vez más lejanos, un “hoy en la historia” para los nuevos textos educativos.
Todo está dicho. Todo está escrito. Todo está inventado, modificado y devastado, como lo estuvo alguna vez.
Pero como lo que no se conoce no se vislumbra, cada época, cada tiempo vivo y muerto, es el calculador que va formando nuestros hábitos, nuestro pensamiento, nuestra manera de ser y estar en el mundo de antaño, de hoy y de los mañanas que le suceden.
Cada uno de nosotros es hijo de su generación, y cada uno espera de ella un mejor tiempo para vivir.