miércoles 23 de octubre del 2024

Votaré dos veces y lo haré por estas razones

por Redacción


Lo que sucede es que ambas elecciones se producen el mismo día. En las elecciones locales votaré en una urna del Centro Internacional de Ferias y Convenciones (CIFCO). En la embajada de Costa Rica, en San Salvador, votaré por un candidato costarricense.

Es sobrecogedor, extraño, como cuando se produce un eclipse total de sol, en el mismo punto terrestre, cada 200 o 300 años: Hoy votaré dos veces.

No voy a hacer fraude. No hay chanchulllo. No hay malas artes. Lo que pasa es que, legalmente, podré votar en las elecciones presidenciales de El Salvador y también en los comicios de Costa Rica.

Lo que sucede es que ambas elecciones se producen el mismo día. En las elecciones locales votaré en una urna del Centro Internacional de Ferias y Convenciones (CIFCO). En la embajada de Costa Rica, en San Salvador, votaré por un candidato costarricense.

Poseo las dos nacionalidades. Me siento orgulloso de eso. Nací como costarricense. Muchos años después decidí ser salvadoreño. Lo hice como un acto libre. Yo decidí. Eso significó un homenaje a mis amigos salvadoreños. No un agravio a los costarricenses.

Aunque suene extraño, llegué a El Salvador después de ser, literalmente, perseguido por un candidato presidencial costarricense que ganó unas elecciones en mi país de origen. A pesar de que el tiempo demostró que no es más que un ratero, y siempre lo fue, en cada elección presidencial me acuerdo y me río de él. Lo pillé como un estafador. Vendía certificados de inversión con minas de oro fantasmas. Sus amigos eran prófugos estadounidenses. De esa talla eran sus socios. Y a pesar de eso, llegó a ser presidente. Después le descubrieron un soborno (porque eso fue) de casi un millón de dólares. El árbol nació torcido. No se podía enderezar. Y a pesar de eso, llegó a gobernar a Costa Rica.

Eso muestra que la Costa Rica de hace veinte años no necesariamente era virginal. Todavía hay que asearla. O más bien, es ahora cuando más necesita que le pasen detergente a buena parte de su clase política. Costa Rica tiene los mismos males que El Salvador. La diferencia es que los métodos para hacer las cosas mal son diferentes. Eso es todo.

Si bien me siento un buen salvadoreño, tampoco olvido que soy costarricense y que nací en una casa, no en un hospital, de la ciudad de Turrialba, localizada a unos 65 kilómetros de San José. Ahí seré enterrado por mi propia voluntad. Ahí volveré algún día: Ahí está la tierra y la gente que más amo.

Y es hasta extraño. Estoy seguro que en El Salvador un ratero de esa clase jamás habría llegado a ser gobernante. En Costa Rica sí. Era el hijo del fundador de un partido y eso bastó para que la gente se volviera ciega y muda. Perdió la memoria. En las democracias también hay derecho a equivocarse.

Las razones que decidirán esta vez mi voto serán diferentes. En Costa Rica me sumo a la gente que se hartó. Soy uno más que no quiere ya lo mismo. Mi país de origen debe cambiar muchas cosas, aunque hay que reconocer que Costa Rica es un país exitoso.

Pero a pesar de eso, Costa Rica tiene la gasolina más cara de Centroamérica, las peores carreteras, los vehículos más onerosos de la región, los empleados públicos mejor pagados de Centroamérica, los festines salariales más descarados y la calidad de los servicios de algunas instituciones públicas han comenzado a derrumbarse. Además, la pobreza crece, la redistribución se hace mal, y las distancias entre algunos han crecido. Esos son sólo algunas de las cosas que deben cambiarse. Y sólo con clarísimos entendimientos políticos se puede salir adelante. La geometría política debe cambiar.

No hay duda que los problemas de los costarricenses son menores que los de los salvadoreños. Pero, la corrupción, el falso redentorismo y el mal uso de los recursos del Estado refleja, muchas veces, que Costa Rica tiene una democracia sin demócratas, aunque eso suene a paradoja.

En Costa Rica la democracia no nació hace cinco minutos. El problema es que los aprovechados, los inmorales, los ineficientes, la autocrítica ineficiente, las prebendas desbocan la verdadera terapia que necesita ese país. Por eso mi voto será, en Costa Rica, por quien tenga más claro cómo se arreglan las turbulencias que ha llevado a los costarricenses a perder parte de su rumbo.

El Salvador es diferente. Aquí sí hay una democracia que nació hace cinco minutos. En El Salvador hubo una guerra que mató a más de 80 mil personas. La paz llegó hace dos décadas. Por eso es que el pasado todavía sigue retumbando en las consciencias. Y es lógico que así suceda. Por eso es, precisamente, que la democracia sólo tiene dos décadas y los problemas tienen otra naturaleza.

El tamaño de los problemas de los salvadoreños es mayor. En El Salvador hay una mezcla de violencia y velocidad, de inestabilidad y desorden que afecta almas y mentes. A veces se tiene la impresión que los asesinatos se han vuelto tan habituales que sólo los grandes crímenes logran conmovernos. Matar y ver cuerpos sin vida se ha vuelto habitual. La historia da respuestas brutales.

Pero el problema de los salvadoreños no es, exclusivamente, una orgía de balas. Si se matan es porque no se entienden. Si se matan es porque no hablan entre sí. Pueblo que no se entiende, se mata. Pero también hay que comprender que son graves los problemas sociales y la pobreza. Y supongo que acostarse con hambre, produce toda clase de resentimientos y extravíos. Cada época tiene la epidemia que se merece. El problema es que las epidemias de los salvadoreños están conectadas: mato y soy pandillero pero no tengo otra cosa que hacer y es, quizá, la única oportunidad que me dio la vida.

Los problemas de seguridad, de producción y hasta los de la política están vinculados. Por eso son complejos, pluricausales, difíciles, rudos.

Tal vez también por eso es que en El Salvador todo parece enredado. Hay una suerte de confusión mental y moral. El sonido de la historia es diferente. La historia tiene un hacha más dura, mayúscula. Prueba de eso es que los dos principales partidos políticos acabaron la búsqueda de votantes con dos temas monumentales: la inseguridad por los ocho asesinatos diarios, y la inmoralidad después de desaparecerse $10 millones de una donación e Taiwán.

Pero, si algo tengo claro es que a pesar de que los males en El Salvador tienen otra pulsación en el tiempo, aquí se habla más claro. Las cosas no se esconden, aunque hay una prensa que parece que le encargaron construir incoherencias.

Pero Costa Rica y El Salvador tienen una cosa en común: Cualquiera que sea el partido o presidente que gane, el diálogo, los entendimientos, los pactos y la búsqueda de soluciones comunes a los problemas, será una obligación. No hacer eso, es caer en el despeñadero. No entenderse con los contrarios es caminar, exclusivamente, sobre pendientes. Los caminos aislados le prenden fuego al país.

Pero en los dos países votaré por aquellos que entiendan que debemos ser iguales en la salida y desiguales en la llegada. Eso significa que todo niño debe tener las mismas oportunidades pero que mentiríamos si le decimos que, cuando tengan 30 años, todos seremos iguales.

Y ser iguales en la partida significa que todos tengamos las mismas oportunidades de educación, que todos seamos saludables y que no exista un solo niño que se desmaye en una aula por hambre. No olvidemos lo que me dijo un amigo: los pobres son más.

En otras palabras: votaré por aquellos que respeten las libertades públicas pero que no se olviden que el poder también debe usarse para combatir injusticias. No me gustan los que, por defender libertades, se olvidan de la justicia. Tampoco me gustan quienes, por combatir las injusticias, atropellan libertades. La síntesis es lo mejor que podemos construir.