martes 22 de octubre del 2024

Primera parte | Les pasó un gran elefante por la nariz y no lo vieron

por Redacción


Cuando todo periodista investiga de verdad, con buen método, con el mejor instrumental técnico, debe probar una hipótesis.

La historia comienza así. La recuerdo porque yo la grabé. Los otros dos periodistas de El Faro también lo hicieron. Antes de que me interrogaran, lo primero que hice fue preguntarles a los periodistas Efrén Lemus y a Óscar Martínez si ellos habían escrito e investigado la historia periodística sobre el Cártel de Texis.

Me respondieron que sí. Luego me tomé la licencia de preguntarles si habían escrito la verdad. Ambos aseguraron que sí. A paso seguido les mencioné si creían que en El Salvador existe un Cártel de Texis. La respuesta fue afirmativa.

Yo también estoy seguro de que esos dos periodistas escribieron la verdad, aunque mostraron algunas fallas metodológicas a la hora de plantear su historia de denuncia.

Lo más importante para mí era comenzar la conversación reconfirmando que todo el trabajo de los periodistas de El Faro sobre el Cártel de Texis significaba una denuncia grave, real, documentada y seria.

Lemus y Martínez son buenos periodistas. No tengo la menor duda de eso. Pero creo que esta vez su historia es un poco ociosa: les pasó un elefante en las narices y no lo vieron. Pienso que les faltó método, un poco de más de oficio. Pronto sabrán por qué.

Además pienso que, en algunos casos, me dejaron en clarísima indefensión. Se les olvidó que era deber de ellos recordarme y buscar mis respuestas a cada afirmación que hiciera un detractor mío forzado por fiscales. Eso es parte de las reglas más claras que debe tener el periodismo. No se trata de pelear con ambos periodistas, sino de escribir una parte de la historia que ellos no incorporaron. Ojalá no hubiese sido por mala fe.

Si partimos de eso, debo ubicarlo a usted, lector. En este tema solo hay dos posiciones: o se está del lado del Cártel de Texis o se está lejos de ellos. No hay puntos intermedios. O se defiende a quienes los periodistas de El Faro acusaron, o se está contra esos personajes.

Por eso es que le dejo en libertad para que juzgue y se forme el mejor criterio frente a esas sinfonías sincronizadas en campos pagados, en periódicos y en editoriales de alguna radioemisora, cuando alguien ataca al Cártel de Texis.

Mueva usted un dedo contra los miembros de Texis y podrá identificar qué voces salen en defensa de esos personajes. No hay que hacer gran esfuerzo para detectar a quienes, generalmente, se pasan la línea de los delitos contra el honor. Cada vez que se escribe sobre Texis, salen los violinistas y lagartos. A esos los conozco de memoria.

No sé por qué insisten esas bocas de trapo en tratar de verle a alguna gente cara de bobos. Y no es El Faro quien hace eso. Pero estoy seguro que a usted y a mí no pueden vernos ese tipo de rostro.

Investigación

Cuando todo periodista investiga de verdad, con buen método, con el mejor instrumental técnico, debe probar una hipótesis. Por eso cuando los periodistas de El Faro me dijeron que realizaban una investigación periodística, me atreví a preguntarles también sobre su hipótesis sobre la nueva publicación que harían y para la cual hablaron conmigo. Tartamudearon un poco.

“¿Ustedes creen que en todo este asunto de lo que se trata es de una pelea entre dos bandos: entre empresarios ricos contra empresarios pobres?”, pregunté. Me respondieron que esa no era la hipótesis.

Yo contesté lo que creía: “el problema es que a ustedes se les olvidó la parte financiera del Cártel de Texis. Si, como dicen, existe un cártel de narcotraficantes, entonces es evidente que hay dinero sucio en algún lado. Esa es la parte que olvidaron. Yo diría, entonces, que si hay pelea patrimonial es entre empresarios honrados y empresarios que nacieron con dinero sucio”.

La segunda pregunta que les hice fue: “su hipótesis es que yo, como periodista, soy un delincuente”. “No, no, no”, me respondieron en un segundo. Entonces ¿de qué se trata todo lo que publicaron? Esa era la gran pregunta.

El comienzo de todo

Es cierto –y así se lo dije a los periodistas de El Faro– que en fecha que no recuerdo, tramité un campo pagado en el que gente decente y honorable pedían a las autoridades, con alguna firmeza, que cumplieran con el deber de investigar a los miembros del Cártel de Texis. ¿Cuál es el pecado de eso?

En ese momento era evidente que si en el país se denunció la existencia de un cártel de narcos, lo menos que podían hacer las autoridades era explicar el resultado de sus investigaciones. No había dónde perderse: en ese entonces, a quien se le exigía más era al exfiscal Romeo Barahona.

Lo más importante que los periodistas de El Faro debieron consultar (y casi se los rogué) debía ser que la publicación de un campo pagado es un acto estrictamente privado, como lo es cualquier publicación en la que, por ejemplo, un ciudadano le pide al presidente Mauricio Funes mayor eficiencia en su trabajo.

Ahora creo que los buenos periodistas de El Faro no me entendieron lo que les dije, o no quisieron (por cualquiera que sea la razón) hurgar, investigar o profundizar en un hecho más relevante que la historia misma que publicaron.

Bastaba con quitarle la epidermis, el cuero, a los hechos que manejaban los periodistas de El Faro para que ellos mismos (y no con palabras mías), descubrieran que detrás de la historia de un payaso o de un personero del diario El Mundo existía una brutal historia de abuso de poder y de ilegalidad flagrante de fiscales.

Mi explicación

Vean la barbaridad de la actuación de los fiscales. Explico paso a paso. Así se entiende la gravedad de lo que hicieron algunos de ellos.

Repitamos: un campo pagado es un acto mediante el cual se ejercita la libertad de expresión.

Jamás se trata de un acto público. Lo único público, en el caso de un campo pagado, es el contenido del texto que se publica en un diario. Pero, ya verán ustedes qué clase de interpretación hicieron fiscales para torcer la verdad ética y jurídica.

Si yo le digo a usted “ladrón” en un campo pagado, tiene todo el derecho de demandarme, si lo que dije no es verdad.

Pero su demanda no debe pasar JAMÁS por la Fiscalía General de la República. No tiene que acudir a la fiscalía para demandarme. Se trata de un supuesto delito de acción penal privada. Simplemente lo que debe hacer es buscar un abogado privado y demandarme ante un tribunal de sentencia. Así de fácil. Nadie más debe intervenir. Mucho menos los fiscales.

Por eso es que, por ejemplo, con las distancias del caso, el exgobernante Elías Antonio Saca debió contratar un abogado privado para demandar a Hugo Barrera. No puso un pie en la fiscalía y ningún fiscal intervino. No pueden hacerlo, no deben. Si lo hacen su participación es ilegal, y así deben declararlo los jueces.

¿Por qué es así? Porque los delitos contra el honor de las personas (calumnia, injuria o difamación), tienen esa característica: son de acción privada. La fiscalía no interviene en nada. Así lo dice la ley.

La fiscalía solo interviene en delitos de acción pública. Si usted mata a alguien es esta institución quien acusa, no un abogado privado. La acción es pública, no privada, como en los delitos contra el honor.

Los fiscales tienen en esos casos (robos, hurtos, estafas, etc.) el monopolio de la acción penal. En los otros delitos que menciono no pueden intervenir sin violar la ley. ¿Qué es lo que revela la historia periodística que escribieron Martínez y Arauz?

Que en el caso de una publicación de un campo pagado, fiscales actuaron sin estar legitimados para hacerlo. Abusaron de su poder, cometieron arbitrariedades; detuvieron, incluso ilegalmente, al menos a un personero del diario El Mundo.

Lástima que ese personero fuera tan débil y analfabeto jurídicamente para que no entendiera qué pasaba con él. La ilegalidad de los fiscales se le advirtió y, pese a eso, dejó que le vulneraran todos sus derechos constitucionales.

La riqueza de todo esto, y lo confieso con la Biblia en mi mano, es que los periodistas de El Faro tuvieron en sus manos, como se los dije, un caso de brutal abuso de poder cometido por el Fiscal General y otros colaboradores.

Por eso les pedí, y no lo hicieron, que publicaron los nombres de los fiscales que llevaron el caso y que me dieran copia de lo que encontraron, supuestamente, en algún tribunal de justicia. Por esos dos periodistas me enteré de las barbaridades que cometieron.

Lo que pasó

La historia de El Faro se puede resumir así: que yo contraté un campo pagado a pedido de terceros (mientras no ejercía activamente el periodismo). Que las dos páginas en las que se pedía más acción y eficiencia de autoridades en el caso del Cártel de Texis (¿pecado?), las firmó un payaso reconocido y otro hombre que alega que se le suplantó la identidad.

Yo reconocí a esos periodistas que me pidieron publicar ambas páginas pero no fui yo ni la otra persona quien contrató al payaso. Pagué $300 de personas honradas para que un personero de El Mundo buscara a quienes firmaran los campos pagados. Ese fue el acuerdo con él.

Fueron ellos, los periodistas de El Faro, quienes me informaron, porque yo no lo sabía, que contra el personero de El Mundo se presentaron cargos y que este construyó, posiblemente atormentado por conductas ilegales de esos fiscales, una novela que reproduce ese periódico digital.

Mintió tanto, y lo perdono porque lo amedrentaron y quizá lo amenazaron con 10 años de cárcel, que hasta dice que yo tengo problemas con Carlos Dada. ¡Nunca los he tenido! Al menos eso creo yo.

Y en el tema de las manifestaciones que hizo el personero de El Mundo es ámbito en el que pecaron los dos periodistas de El Faro. Si se va a publicar una historia, a este periodista se le debió preguntar sobre cada una de las manifestaciones que el pobre hombre, con la guillotina en el cuello, dijo de mí. No hacer eso era dejarme en indefensión. Y lo hicieron violando claras reglas éticas y técnicas del periodismo. Repito: tengo la grabación de la conversación en mis manos.

Otros yerros

A El Faro también se le olvidó decir a sus lectores hechos importantes que los reclama el buen desempeño ético del periodismo:1) jamás fui informado de lo que dijo el testigo de excepción que usó la Fiscalía General de la República; 2) que jamás me llamaron a declarar ante dicha institución; 3) que ningún juez me acusó de nada ni tramitó una denuncia en mi contra, posiblemente porque estaba claro de las barbaridades y arbitrariedades que se estaban cometiendo.

Solicité a los periodistas de El Faro que pusieran el desenlace de las cosas. Les dije que nunca historia periodística podía estar completa sin que contaran el final jurídico. No sé por qué no lo hicieron. Eso tampoco fue justo.

Lo que es también lamentable, y eso muestra una falla periodística metodológica, es que El Faro no profundizara en los hechos y no analizara las locuras que cometieron fiscales que no estaban autorizados por ninguna ley para actuar como lo hicieron.

El Faro cuenta las actuaciones de los fiscales a medias. Las supuestas ilegalidades las ponen en boca mía. Pero, esta vez, no fueron ambos periodistas quienes profundizaron en los hechos. No sé por qué lo hicieron así. Fallaron los jóvenes periodistas. Se acomodaron únicamente de un lado en ese hecho concreto.

Lo más grave

El Faro lo que narra es que, cuando se publica el primer campo pagado, fiscales y hasta funcionarios de una importante dependencia de la Fiscalía General, corren a buscar a un payaso que firmó el campo pagado por $30 (no fui yo quien contrató el payaso, no fui yo quien le pagó: lo hizo el personero de Diario El Mundo).

El campo pagado reclamaba mayor acción al Fiscal General Romeo Barahona en la lucha contra el Cártel de Texis, la misma organización criminal que describió y denunció El Faro. Como reacción a ese campo pagado, Barahona envió su tropa élite a buscar al payaso, por lo que dicen los dos periodistas.

Lo que omitieron contar, con sus propias palabras, es que, aunque en el campo pagado se mencionara al ex Fiscal General Romeo Barahona, ni siquiera estimando él que se cometió un delito contra su honor, sus subalternos y funcionarios podían actuar como lo hicieron. Amigos, bastaba, como les dije, que consultaran abogados para que ustedes escribieran una parte de la verdad que omitieron.

Si Barahona estimaba lesionado su honor, debió buscar un abogado privado y presentar una acusación penal, hecho que jamás sucedió, porque, obviamente, el campo pagado no revelaba la comisión de ningún delito.

Repito: ni siquiera el Fiscal General podía irse contra el payaso y mucho menos detener a un personero de El Mundo a quien, posiblemente, le vendieron toda clase de pánico a base de arbitrariedades de la peor calaña.

Lo que narra El Faro es aterrador: desde el primer campo pagado, fiscales persiguieron a quien dio su firma. ¡Cuánto daría por llevar las conductas de los funcionarios que cometieron esas arbitrariedades ante la Sala de lo Constitucional! ¡Las conductas están confesas en los documentos que dice tener El Faro! No sé por qué no se profundizó en eso. Esos hechos son parte de la verdad y el deber de los periodistas es encontrarla por sus propios caminos.

Al pobre payaso lo buscaron fiscales o funcionarios de la FGR en su casa. Lo interrogaron, detuvieron, amedrentaron y asustaron, sin tener una pizca de facultad legal para hacerlo.

Los momentos que describen los periodistas de El Faro son cruciales en esta historia que les cuento.

Yo pedí a ambos periodistas que publicaran los nombres de los fiscales que actuaron en este caso. No lo hicieron. Los protegieron. Lo menos que debemos saber los salvadoreños es quiénes participaron en esas arbitrariedades y abusos de poder.

Debemos saber, además, quiénes dieron las órdenes. ¿Por qué El Faro calló los nombres de los fiscales que, ante el primer campo pagado, acosaron a un ciudadano y detuvieron a ilegalmente a otro?

Publique usted un campo pagado donde le pida a un funcionario que sea eficiente. Es evidente que ningún fiscal ni debe ni puede actuar en su contra. Solo en los viejos tiempos de los militares posiblemente se lo llevaban preso. Ni siquiera puede hacerlo el Fiscal General, si se siente ofendido. Pero, en este caso, fiscales persiguieron una manifestación de la libertad de expresión. ¡Que Dios nos agarre confesados!

Desde el momento que autoridades antinarcóticos y fiscales buscaron al famoso payaso que describe El Faro, estaban cometiendo toda suerte de delitos.

¿Por qué actuó así el Fiscal General de esa época? Si era para cuidar su nombre, actuó como el peor de los tiranos utilizando una institución del Estado en su beneficio. Si fue para evitar que se atacara a los miembros del Cártel de Texis, pues entonces estamos ante un hecho más grave. Salió en defensa de todos los mencionados por El Faro.

Lástima que los periodistas de El Faro no hablaron con Romeo Barahona. Debieron hacerlo. Y menos a gusto me siento con la historia de El Faro cuando defienden a Barahona porque detuvo a un prominente miembro del Cártel de Texis (el famoso burro).

Entonces, lo que se hizo con el payaso y con el personero de El Mundo es un hecho inocuo entre periodistas que, a mi juicio, deben tener claro cuando hay un atropello a la libertad de expresión. Es lamentable que no se reconozca eso. Más lamentable que no lo puedan discernir periodistas.

Mañana publicaré la segunda parte y demostraré cómo fiscales torcieron la interpretación jurídica básica para acusar a un personero de El Mundo.