miércoles 23 de octubre del 2024

Hablar “en buen salvadoreño”

por Redacción


Varios salvadoreñismos me encantan: bayunco, pasmado (por tonto), amasar (besar o magrear), cachimbear (dar golpes de castigo), trastear, cachivache, shuco (sucio, podrido), y el premio mayor se lo lleva “volado”, palabra casi única para denominarlo todo.

La frase es extremadamente usual para justificar la incapacidad de poder expresar adecuadamente una idea de manera lingüística. La usa casi todo el mundo incluyendo deportistas, políticos de altos y bajos vuelos, ejecutivos bancarios, meseros, pintores, músicos, actores, cantantes, vendedores formales e informales, médicos, secretarias, maestros de escuela, etc. etc. etc.

Lo terrible es escuchar la frasecita en presentadores de radio y televisión y en sus invitados, sobre todo los “analistas” y los políticos.

El lenguaje hablado es producto de muchos factores: la familia, la escuela, los medios de comunicación, la lectura, la cultura general, la no lectura, la incultura y, por supuesto, la inteligencia y el apartado cerebral de la palabra hablada. Como consecuencia, la palabra escrita, tampoco se les da a todos.

En la era de la comunicación por diferentes medios, o sea el siglo XX y lo que va del XXI,  es cuando nos damos cuenta de la inutilidad de estos medios cuando no ayudan a que el salvadoreño promedio pueda expresar sus ideas de forma adecuada. El consuelo que nos queda es que en todas partes del mundo se da el mismo fenómeno. Mal de todos…

Los dialectos o hablas dialectales son derivaciones de una lengua madre, es decir, no son idiomas como muchos expresan. De tal manera que el salvadoreño, el mejicano, el colombiano, el puertorriqueño, el argentino y todos los demás, se derivan del español. Esto propicia expresiones propias en cada región o país que generalmente son entendidos entre los que componen el grupo de hablantes dialectales.

Así, los que retornaron al país después de la diáspora de la guerra, regresaron con diferentes acentos y la absorción de palabras ajenas al dialecto local. De tal manera que ahora se dice en El Salvador: “dar atol con el dedo”, un mejicanismo que utiliza la palabra atole, también dicen “híjole, órale, peli” (españolismo por película), y una larga lista más.

La absorción es admitida cuando se está en el entorno local dialectal, pero se vuelve innecesario y sobre todo cursi (que presume de elegante sin serlo) cuando se quiere demostrar el distanciamiento de su entorno natural.

Patético resulta el uso de la computadora y el teléfono celular al mandar mensajes. Se empieza a notar un atrofiamiento lingüístico sin precedentes y que no sabemos si se va a detener o hasta dónde avanzará.

Otro punto son los eufemismos, a cual más ridículo cuando se es incapaz de utilizar más de quinientas palabras al conversar: desde “puya”, en lugar de púchica, hasta “juela” por hijo de la gran p… desde comer miércoles o enviar a alguien a la miércoles.

Como la mayoría los dice, entonces, como ente social puedo llegar a pensar que me siento integrado si yo los digo porque el lenguaje es interacción, integración, sentido de pertenencia y otras propuestas de antropólogos y filósofos.

Yo, como hablante, decidiré entonces el lenguaje que utilizaré para ello y el nivel del grupo al que pertenezco.

Por supuesto, la patanería y lo soez alcanzan niveles estratosféricos y dejan de ser insulto y se vuelven cotidianidad para desahogar la furia y la frustración, incluso, la admiración por algo o por alguien solo es una muestra más de pobreza de lenguaje.

Todo nos puede parecer simple o inútil si tenemos un cerebro simple o inútil; pero expresarnos de la mejor calidad y de manera apropiada para convivir apropiadamente es también calidad de vida, de ser persona y con capacidad de respetar y tolerar.

Varios salvadoreñismos me encantan: bayunco, pasmado (por tonto), amasar (besar o magrear), cachimbear (dar golpes de castigo), trastear, cachivache, shuco (sucio, podrido), y el premio mayor se lo lleva “volado”,  palabra casi única para denominarlo todo.

Otros me desagradan: chivo, chivísimo, mal utilizado hasta el hartazgo por la mayoría, y los innecesarios anglicismos: bay (por goodbye, adiós), my love, honey y otros.

Quien tiene la capacidad de expresar sus ideas con claridad, precisión, sin tanto vulgarismo, no necesita hablar “en buen salvadoreño”, solo hacerlo bien.

El español tiene más de cuatrocientas mil palabras. El que usa cinco mil es el promedio, el que usa menos le cuesta comunicarse correctamente; quien utiliza al menos veinticinco mil es una persona culta.

¿En qué sitio de la clasificación  nos quedamos? Como la conciencia, cada quien es dueño de la suya, así como de sus palabras.