–Llévame en tu barco – me dijo casi como una súplica. Me puso en serio aprieto. ¿Cómo rechazar unos ojos tan hermosos, una voz tan tierna y una actitud tan viva? Pero era solo un niño y llevarlo sería exponerlo a los peligros de la mar. ¿En qué estaría yo pensando? – ¿Te gustan las estrellas? – le inquirió el sextante. –Las veo todos los días. Aquella de allá es la estrella polar y la constelación de allí se llama Orión – le respondió sin disimular su infantil vanidad y el sextante se la devolvió satisfecho. Y el mapa que descansaba en sus rodillas dijo– Es un excelente dibujante y explorador ¿ves este archipiélago de allí? me lo ha dibujado él. Aún así no me sentía tan convencida… La Rosa le miró a los ojos y le preguntó: ¿Por qué quieres irte de aquí? El niño miró a la hermosa dama con los ojos bien abiertos y brillantes y le señaló: –Desde allí hasta allá la niebla espesa se extiende, el fétido miasma confunde los sentidos al punto que comienzas a sentirte parte de él y el camino se pierde. Nunca puedes salir. Es terrible. Nadie sabe que allá donde el miasma termina se extiende una hermosa planicie y puedes ver las puertas del castillo…
La reina es una dama dulce y hermosa, pero se siente sola, nadie la visita. Ella no se atormenta mucho por eso, he de ser franco, porque ama el valor más que nada… Pero yo quiero llevar amigos para ella, si ustedes me llevan en su barco… – finalizó con la mirada suplicante.
– ¿Cómo se llama tu reina?
–Melpómene – respondió el chico con el brillo resplandeciente en los ojos.
– Puede venir- me dijo la Rosa
–Perfecto, en cuanto encontremos a Fanal, mi barco.
Hacía unos días que habíamos llegado a ese apestoso puerto. Una serpiente marina nos trajo, nos deseó suerte y se fue. Ni sirenas, ni piratas, ni corsarios. El miasma, el hedor, el ruido infinito de los seres que no puedes ver ni sentir, las sanguijuelas y el lodo han convertido los días en una eternidad sin luna ni sol. No veía la maldita hora de regresar a mi barco hasta que, finalmente sentado en una roca, con el cabello revuelto y una araña colgada en uno de los rizos, lo encontré mascando la hoja tierna del jocote.
El brillo de sus ojos en medio de tanta podredumbre era como el diamante más preciado. Y en ese mismo momento me decidí: Yo le protegería del lodo, del miasma, del hedor y del maldito ruido… Pero él no lo necesitaba, sus pies flotaban sobre el fango, su voz era como un dulce cántico, sus cabellos olían a lirios y sus ojos iluminaban todo. Nada de ahí podía afectarle. Era hermoso. Se llamaba Eros. Y aunque La Rosa se esmeraba en proveerle del suave aliento materno, yo quedé prendada de ese niño y no podía hacer más nada que mirarle.
Y con solo mirarle y quererle, algo comenzó a cambiar en el miasma, en el hedor y en lodo… Era como si la tormenta dentro de mi corazón cesara.
Y entonces me di cuenta: ¿Por qué sufrimos tanto? ¿Por qué padecemos de la ira, del rencor o la tristeza? ¿Por qué caemos víctimas de la depresión, de las habladurías de alguien más o del desencanto y la desesperanza? ¿Por qué caemos en el miasma? ¿Por qué nos dejamos convencer por todos los medios posibles que todo se está derrumbando a pedazos y que no hay nada que hacer?
¿Por qué nos convencemos de que no existe nada que pueda salvarnos del miedo, de la criminalidad, de la falta de trabajo y oportunidades, de la chismosa de mi vecina o de las mentiras de mi jefe? ¿Por qué nos perdemos en el miasma? ¿Por qué llegamos al punto de creernos el miasma mismo y abandonar la idea de ser mejores? ¿Qué es lo que nos hace falta?… Descubrí que el ingrediente que le falta a nuestra receta es el Amor.
Nos falta Amor. Así es. Nos falta Amor para creer en nosotros mismos, para creernos vencedores de todas nuestras limitaciones, para sabernos almas inmortales y que como tales somos capaces de lograr cualquier cosa que nos propongamos; cuando digo cualquier cosa, es cualquier cosa que tu alma pueda imaginar. Pero nos falta Amor para alcanzar nuestros sueños, para sacrificar por ellos nuestros lujos y riquezas, para sacrificar por ellos todas esas estupideces que creemos necesitar felices, llámese moda, estatus o dinero (miasma y más miasma).
Nos falta Amor para perdonar a los que nos ofenden y conste que estoy plenamente consciente que decirlo es más fácil que hacerlo, y aunque sea difícil, no deja de ser cierto. Nos falta Amor para compartir con los demás las cosas buenas que ocurren todos los días. Nos falta Amor para compartir las ideas y sentimientos, una puesta de sol, la brisa del mar o el dulce o moneda que llevamos en la mano porque nos creemos dueños del mundo… Y el mundo, la madre Tierra o como quieras llamarle, amado lector, es propiedad de sí misma y Dios, al igual que tú y yo. Y entonces, si somos dueños de nosotros mismos ¿Por qué creemos que todas las cosas que nos pasan son totalmente circunstanciales, culpa de del destino o de alguien más?
Por eso es el Amor quien lleva a Melpómene, porque es ella con el teatro trágico quien nos enseña que nosotros podemos redimir nuestra tragedia. Nos enseña que en lugar de víctimas podemos ser héroes, que nosotros somos capaces de salvarnos a nosotros mismos, a nuestros sueños e ideales, que podemos salvar a nuestro país y todas sus circunstancias porque este es, señoras y señores: El Salvador del Mundo.
El Salvador es tierra de héroes, y la historia lo ha puesto a prueba. ¡Ya es tiempo de que comiences a creerlo! Atrévete a ser tu mismo parte de la historia.