miércoles 23 de octubre del 2024

De Políticos y Líderes

por Redacción


La escucha es la precondición del diálogo. Hay algo peor que no escuchar: Fingir hacerlo y seguir actuando como si nada nos hubiese sido dicho.

Uno de los pocos atributos que un político aún no puede construir sólo a través de una estrategia de medios es el carisma. Se puede ser un político sumamente eficaz, pero difícilmente será un líder capaz de movilizar bases sociales a fin de fortalecer o defender un proyecto de nación.

Al reflexionar sobre el liderazgo y la capacidad de “seducción” de los políticos, Weber apuntaba precisamente en la dirección de la cualidad del carisma como uno de los elementos constitutivos del mando y del ejercicio del poder.

El carisma, lo hemos aprendido de diferentes lecciones históricas, puede ser utilizado para encabezar causas tan importantes como la lucha por los valores democráticos, la libertad, la justicia o el racismo (Churchill, Reagan o Luther King) o promover la libertad por la paz (Ghandi), o por el contrario, fomentar la esclavitud y la barbarie (Mussolini, Hitler o Amin).

En todos estos casos pueden identificarse dos factores fundamentales: el primero, el lenguaje oral y escrito y la capacidad de transmitirlo a públicos masivos; el segundo, el lenguaje corporal que, de acuerdo con distintos estudios, resulta tan importante como el otro, pues es el inconsciente el responsable de captarlo, procesarlo y asimilarlo o rechazarlo.

Es importante destacar un tercer elemento que caracteriza al liderazgo: la credibilidad. Independientemente de la causa o la agenda que promueva un líder social, su capacidad de movilización depende de que la gente, no sólo le siga, sino que esté dispuesta a creerle, pues le son asignados atributos como la veracidad, la autenticidad, la ética y el valor.

Además, un líder debe saber escuchar no solo oír. La escucha, esa tarea tan preciada y que nos da la capacidad de comprender a los demás, ha sido a veces desterrada de las prácticas gubernamentales. En efecto, se abren canales para que la ciudadanía exprese su malestar, pero la escucha implicaría reaccionar de manera distinta: revisando esquemas de actuación y, sobre todo, definiendo los mecanismos para aterrizar respuestas adecuadas a las necesidades sociales.

La escucha es la precondición del diálogo. Hay algo peor que no escuchar: fingir hacerlo y seguir actuando como si nada nos hubiese sido dicho. En sentido estricto, cuando nos aproximamos a los otros, estaríamos obligados primero a escuchar y, antes que emitir nuestra posición, debiéramos estar dispuestos a que, con base en la posición inicial del otro, tener la humildad requerida para revisar nuestras suposiciones.

Desde esta perspectiva, puede afirmarse que persiste en nuestro país un enorme vacío de liderazgo. No se ha logrado, en consecuencia, construir un movimiento duradero que, más allá de la disputa electoral, permita plantear alternativas viables para alcanzar la verdadera paz social y el desarrollo.

Por el contrario, el lenguaje, tanto verbal como no verbal de nuestros políticos, resulta en casi todos los casos poco atractivo, si no es que muchas veces agresivo. Si se piensa por ejemplo, en los acostumbrados debates acalorados en las esferas políticas del poder, en el discurso versus los hechos, en la crítica sin sustento que señala pero no aporta.

Lo que no se termina de comprender es que el liderazgo no se construye con base en el maquillaje o apareciendo en las portadas, o en la confrontación en los medios, o en lo vistoso de los spots electorales, o en las campañas políticas, lo cual se ha convertido en la principal pasarela política del país. El liderazgo surge cuando hay una historia de cercanía social con la comunidad; cuando se tiene la disciplina y la voluntad de estar cerca del pensamiento crítico y de generación de ideas; cuando se cuenta con una historia personal que acredita convicción y compromiso con las causas que cohesionan a la sociedad y, sobre todo, cuando se tiene la vocación de luchar por la equidad, la justicia, el crecimiento económico y el bien común.

Tomemos en cuenta esto a la hora de votar y elegir a nuestro gobernante.