Quiero felicitarlo porque este año usted consiguió graduarse. Es parte de ese pequeño sector poblacional que ha tenido acceso a una educación más o menos digna. De esos salvadoreños jóvenes que han sobrevivido a los 6,7, 8 o más asesinatos diarios; al cáncer de la pobreza que sufre más de la mitad de la población; y es parte, también, de esos que han conseguido educación superior en uno de los países más desiguales del mundo.
Sé bien que le ha costado, que se ha desvelado y que, si ya trabaja, pues la cosa se ha puesto más encumbrada. Pero siéntase alegre, mire que hay quienes, a su edad, ya tienen una condena en la miserable vida de las cárceles nacionales, atestadas de tristeza, de desesperanza, de mentiras del sistema, de mierda.
Hay jóvenes de su edad que no tuvieron su suerte, que crecieron en barrio bajo y fueron devorados por esta sociedad que maltrata a los menos favorecidos, los arrincona y luego los expone para que otros tiren piedras desde su vida de comodidad o para que sirvan tan solo a reportajes que suelen ganar premios en el extranjero.
Pero no, no quiero que interprete mis palabras como ánimos de echarle en cara todo esto. Sé que usted no tiene la culpa.
Hoy lo que quiero es pedirle un poco de lo que no tenemos. Imagínese: vivimos en un país sumido en la decadencia, pero no optamos por un ejercicio crítico, sino que nos quedamos a darnos o besos o mordidas frente a una computadora, en redes sociales o en el cafecito de la tarde. Yo no me excluyo de esos y me avergüenzo también de estar escribiéndolo.
Primero, lo invito a que, si no lo ha hecho, empiece a cuestionarse todo. No se quede con la superficie, con ese mundo de plástico que venden los medios de comunicación.
Sé que usted es inteligente. Sé que en algún momento conseguirá preguntarse más de lo que se imagina. ¿Sabe, por ejemplo, por qué hay salarios miserables en un país en donde los empresarios tienen cientos de millones de dólares o más en sus cuentas en el extranjero? ¿Se ha preguntado por qué no hay salarios dignos para la mayoría de obreros, a pesar de que en los comerciales de TV aparezcan como el brazo productivo y orgulloso del país? ¿Se ha preguntado por qué algunos libros de texto hablan de épocas de “bonanzas del café” cuando realmente había esclavitud en pleno siglo XX para nuestros campesinos? ¿Sabe quién exterminó –o intentó exterminar− a los pueblos originarios de su país? ¿O por qué no tenemos moneda nacional, sino que usamos una que está escrita en otro idioma? ¿O por qué las pensiones son un atentado para la vida de nuestros ancianos y son administradas por entes privados que solo quieren ganancias para sus bolsillos? ¿O por qué permitimos que privados se “robaran” la banca nacional al comprarla baratísima al Estado cómplice de la postguerra y luego venderla por miles de millones a bancos extranjeros? ¿Se ha preguntado, joven profesional, por qué hay un periódico que publica portadas para defender a acusados de robar al erario público? ¿O por qué los medios no cuestionan a todo el poder, sino solo al poder que está en el Gobierno, habiendo otros que ejercen prepotencia económica, que matan de hambre a los trabajadores por 200 dólares al mes y no retribuyen ni con impuestos ni con responsabilidad social? O cuestiónese, nuevo licenciado, médico, ingeniero, ¿por qué tenemos los candidatos presidenciales que tenemos, habiendo tanta gente con mejor preparación y mayor capacidad intelectual y de liderazgo?
¿Por qué unos señores que hoy hablan de libertad o democracia mataron a un cura cuyo único delito fue luchar contra la injusticia, un cura que les ordenó terminar con la represión, pero terminó él siendo víctima de la barbarie de eso que hoy llamamos “derecha”? ¿O por qué no les gusta a los políticos cuando se habla de pagar por crímenes como el de los jesuitas en la UCA, sabiendo todos que es un magnicidio múltiple que aún no ha castigado a sus culpables?
Sí, pregunte, reflexione, y luego tome decisiones. Haga algo, tome la batuta para matar la cobardía que ha anegado a las generaciones que, como la mía, son más viejas que la suya.
No se vaya a quedar por favor con lo que dicen los medios. Ellos, todos ellos, tienen sus propios intereses, sus propias formas de ver el mundo, que son muchas veces formas amarradas a objetivos oscuros que usted no me va a creer si se los cuento.
Uno de esos jesuitas asesinados que le mencioné, el más conocido, Ignacio Ellacuría, dijo en los setenta: «Los medios de comunicación de masas pueden vender los intereses particulares como si fueran el interés general y, peor aún, el interés mejor de los hombres mejores; más aún, pueden convertir las necesidades políticas de la sociedad en necesidades y aspiraciones individuales. Y esta ecuación, mejor, esta asimilación individual de las necesidades políticas, puede ser, [desde] todo punto [de vista], catastrófica».Analice usted estas palabras, y verá que muchas veces, quienes plantean una realidad desde los medios de difusión, tienen sus propios objetivos y necesidades políticas, sus propias visiones, y esas visiones, consciente o inconscientemente, manipulan la realidad, a pesar de que se vistan de idealismo, de superhéroes de la justicia social con-la-palabra-como-espada. Y eso, joven, no significa que sean visiones de la mayoría o visiones que le afecten a la mayoría.
Hay que tener crítica, pero no solo para con el presidente, los diputados o los magistrados. A ellos, desde luego, hay que contarles las costillas y gritar cuando se equivocan, y emprender acciones que coadyuven a buscar soluciones, por muy negro que se vea el panorama. ¡Pero también hay que decir que el poder o la injusticia no solo puede venir de ahí!, ¡que no le mientan!
¿Qué le pasa a ‘nuestra’ sociedad? Muchas cosas le pasan a nuestra sociedad, pero lo que de verdad le pasa, aquello que en el fondo le pasa, es que no tiene crítica, no tiene oposición”, decía también ese señor de apellido Ellacuría. Y realmente, si usted se pone a pensar, así, bien despacito, no hacemos crítica realmente. Y al no hacer crítica, crítica real, no de las de muro de Facebook, permitimos que la decadencia corroa todas las dimensiones que nos rodean.
Un «meme» no va a cambiar las cosas.
No, la crítica debe ir hacia lo “constituido” como “verdad”, como valores absolutos que nos imponen desde todos los lugares. ¿Qué es la libertad?, por ejemplo. ¿Acaso son libres los seres humanos sin oportunidades? ¿Acaso puede decirse libre una mujer que trabaja en maquila y gana 200 dólares al mes, mantiene tres hijos y tiene anemia profunda? ¿Eso es libertad? ¿O acaso ser libre es tener tarjeta de crédito, poderse enhuevar con un préstamo, poder comprar un carrito? ¿Eso es ser libre? ¿Hacer colas enoooooormes por una hamburguesa o amanecer esperando a que abran un almacén de electrodomésticos para comprar más barato que en todo el año es ser libre, joven?, se lo pregunto sinceramente. Por favor… Usted tiene el deber de cuestionarse lo que ve a su alrededor. No solo deje el río correr; métase al agua, mire lo que hay abajo.
Vamos, yo sé que puede; critique a esos que nos han zampado en la cabeza tanto precepto enfermizo de supuesta democracia, de “cultura”, de moral amarrada a lo que dictan las religiones, de pensar a los estadounidense como policías, defensores o Rambos del mundo, por ejemplo. Es su deber. Ese título que le acaban de dar que no le sirva solo para buscar un trabajo. Que le sirva como recordatorio de una necesidad de reflexión. Una necesidad eterna.