Soy abuelo de una nieta de seis años. No tengo que decirles lo bien que se siente cualquiera en el papel de abuelo. Por esas cosas de la vida, me topé ayer, en un edificio de la Fiscalía General de la República, con un niño casi de la misma edad de mi nieta. Delgado, de cara afilada, bien prendidito y sonriente.
A ese niño se lo llevaron unos maleantes cuando caminaba en las cercanías de su casa. No sé quién se lo llevó pero lo desaparecieron por algún tiempo. Después regresó gracias a un sistema de alerta nacional de desaparición de menores creado, no hace mucho tiempo, por la Fiscalía General de la República.
Cuando un niño desaparece, se puede llamar a un teléfono de la Fiscalía y esa institución lo comunica, inmediatamente, a un grupo de medios de comunicación que transforman la desaparición en información útil para tratar de dar con el paradero de la menor. Uno de los medios que colabora con ese sistema de alerta es Diario.com. Al programa se le llama “Ángeles Desaparecidos”. Buen nombre. Buena marca. Humana, pegajosa, para ayudar con el drama de los niños desaparecidos.
No sé como lo hicieron, pero lo lograron. La Fiscalía logró montar ese programa casi sin dinero. Usaron lo poco que tenían en la mano. Hasta donde entiendo, fue una mujer abogada, con cargo de fiscal y rectora de las investigaciones de tráfico ilegal de menores, la heroína que ayudó a montar esa nueva estructura.
Esa buena idea ha permitido, por lo menos hasta ahora, recuperar a la mitad de los niños que han desaparecido por diversas razones. Y el problema no es liviano: han desaparecido, en año y medio, más de cuarenta menores. La mitad se ha recuperado. Por desgracia, la otra mitad no.
La tarea ha sido efectiva con la ayuda de los medios de comunicación. Pero, sobre todo, con un enorme trabajo de funcionarios de la Fiscalía de la República. Hasta una niña robada por una falsa y desquiciada madre se ha logrado recuperar.
Algunos casos de niños desaparecidos dan escalofríos. Este diario ha comenzado a reconstruir la historia de un niño de 16 años fue al hospital de Santa Tecla por una quemadura. De pronto, un médico se interesó más de la cuenta por el menor y hasta por su composición genética.
Para no cansarlos con el cuento, el menor desapareció después de un año de recibir extraños tratamientos en el hospital San Rafael hasta que un día, una super madre, recibió una llamada telefónica de la Policía Internacional ( INTERPOL). Un agente le avisó que su niño estaba muerto. Que su cuerpo estaba en México. Que tenían registros que probaban que a su hijo se lo habían llevado para arrancarle órganos y después lo dejaron morir. Luego se supo que el médico que lo trató en el hospital y, posiblemente, lo envió de carnada a México ( a cambio de una buena suma), también lo asesinaron. Un drama por todo lado, el caso.
La historia no es cuento chino. La madre viajó a México. Mediante exámenes genéticos logró comprobar que todo aquello que quedaba en una tumba desconocida, era lo poco que encontró de su hijo. Por lo que descubrieron en una clínica de trasplante de órganos, habían muestras de que a otros menores salvadoreños les habría pasado lo mismo. Horror de horrores.
Estoy convencido que si a mi nietecita le pasa algo tan horripilante como eso, me vuelvo loco. Tendría que hincarme ante la Virgen María para que me quite cualquier arresto de matar un secuestrador. No soy violento, pero quizá lo puedo ser.
Ese niño que miré en la Fiscalía y que pudo ser recuperado con la ayuda de los medios de comunicación, me sacó un par de lágrimas. Soy padre y abuelo. No puedo ser insensible. Pero, después entendí que me debía parar a aplaudir en un auditorio de la Fiscalía General de la República, ese enorme programa que parió esa institución. Lo mejor es que todos los periodistas podemos comprender qué fácil podemos ayudar a encontrar “ángeles desaparecidos”. Nota diez, señores fiscales. Jamás puede ser menor.