La ciudad de San Salvador se mantuvo con un crecimiento ordenado y apenas necesario, durante sus primeros tres siglos. A partir del siglo XIX y con el rápido aumento de la población, se aceleró hasta alcanzar el desastroso espectáculo al que asistimos hoy día.
En 1880 se traza la Calle del Hospital, hoy Calle Arce; amplia afrancesada, semirrural primero y cosmopolita 20 años después. Se construyó el Hospital Rosales y el “enorme crecimiento de la ciudad” propició que se desarrollara el tranvía para tan largas distancias ya que se había inaugurado en 1901, el paseo Independencia, más francés todavía que la Arce y las distancias de oriente a poniente eran muy largas para solo caminarlas. El tranvía tirado por mulas primero y eléctrico después, ayudó mucho y llegaba hasta Santa Tecla, Paleca, Mejicanos y San Jacinto.
Con la llegada de los automóviles, llegaron los autobuses, de carrocería de madera inicialmente y de metal posteriormente. También los problemas con los “buseros” (así les dicen los connacionales a los empresarios del pésimo y peligroso transporte público; de la misma manera a los choferes).El tranvía desapareció y la infraestructura carreteril creció a pasos grandes.
El General Maximiliano Hernández Martínez desarrolló en diez años la más amplia y completa red de carreteras en el país desde su fundación como provincia colonial y posterior Estado hasta 1942: unió a la capital con el occidente y oriente, el norte y el sur con vías asfaltadas, empedradas y de tierra. Construyó la mayor cantidad de puentes en la historia del país y llegó hasta las fronteras con Guatemala y Honduras.
Hasta ese momento existió en San Salvador la tradición de demolerlo todo después de terremotos e inundaciones, sobre todo de los primeros. Se inició la costumbre de destruir para construir y luego volver a destruir para nuevamente volver a construir.
En un principio, la expansión no necesitaba mucho destruir lo construido porque el país tenía mucho espacio de cultivos y algunos baldíos lo suficientemente grandes para levantar lo nuevo. En nuestros días se inaugura una carretera y sus orillas están pobladas al año de existencia.
Así, Martínez construyó la Alameda 15 de Septiembre, después Doble vía y ahora Roosevelt, en 1939, pero demolió medio centenar de casas para ello, igual pasó con la calle 5 de Noviembre, la 25a. Avenida Norte y otras menores. Sin embargo, le fue fácil en las carreteras a Santa Ana y a San Miguel, por la no necesidad de destruir.
Más Adelante, el general Salvador Castaneda Castro iniciaría en estas carreteras la construcción de la doble vía a Santa Tecla al occidente y el bulevar del Ejército o Ilopango al oriente, éste último para unir a la ciudad con el Aeropuerto Internacional con una vía “hermosa y llena de jardines y flores”. Este resultado de vías grandiosas y bien diseñadas se mantuvo intocable hasta la década de los 1970.
Pero con el indetenible aumento de población y el respectivo aumento de vehículos y ciudades dormitorios que hasta los 1960 eran apenas pequeños pueblos y villas como Cuscatancingo, Mejicanos, Soyapango, Delgado, Ilopango, Apopa, Ayutuxtepeque y algunos otros, se requirió terreno y más terreno para calles y avenidas; por supuesto, también espacio para viviendas.
El antiguo Campo de Marte es reducido a un tercio de su área en menos de diez años, con la construcción de edificios de gobierno que necesitarían calles (Blvd. Tutunichapa, por ejemplo), pasos a desnivel, calles de entrada y salida, y espacios verdes.
Posteriormente, en 1974 el coronel Arturo Armando Molina destruyó la quinta calle y la une con la séptima para construir la hoy llamada Alameda Juan Pablo Segundo. Demolieron casas, se llevaron una cuarta parte del INFRAMEN, hoy sede de la Municipalidad, el jardín del palacete de los Salaverría y bastantes edificios más.
La gran avenida dedicada al querido Papa polaco, que pasó de dos a seis carriles, se mantuvo por más de 40 años sin mayores intervenciones y el bulevar del ejército más de seis décadas…pero llegó el SITRAMSS y se vuelve a destruir para construir, pese a la enorme utilidad prestada por el eje central que ha sido la Alameda Juan Pablo II, conectado con el, hasta hoy irrepetible, bulevar del Ejército Nacional.
La civilización es así. Cómo evitarlo, especialmente si necesitamos grandes soluciones a grandes problemas. Solo que nosotros destruimos más y, a veces en más corto tiempo que lo que lo hacemos a la inversa. Se puede aducir que los terremotos y los incendios, muchos de ellos malintencionados y otras excusas, pero…
Aún así, San Salvador de los últimos ciento treinta años, es más esplendorosa, más desarrollada y, con todo y el caos, posee una magnética belleza que casi nunca nos detenemos a disfrutar.
No todo es negro, tampoco totalmente blanco. ¿Cuánto tiempo pasará para que destruyan al SITRAMSS? ¿Quién o qué lo destruirá y qué evento lo sustituirá? Porque, definitivamente, esto sucederá, ya lo verán.