Cuando hablamos de empatía, nos referimos a la capacidad de “ponernos en el lugar del otro”, es decir, detenernos un momento y pensar cómo nos sentiríamos si estuviéramos en la situación que otro está viviendo.
Desde pequeños nos enseñan a que debemos ser empáticos con las demás personas, porque eso nos hará más nobles, más sensibles. Se busca fomentar en los niños y a las niñas la solidaridad, la cooperación, la empatía hacia “los más necesitados”; pero, ¿qué pasa con los animales?, ¿nos enseñan a ser empáticos con el sufrimiento que ellos experimentan? Tristemente, no es tan frecuente que esto suceda.
La pregunta entonces sería, ¿por qué es importante fomentar la empatía hacia los animales? ¿Por qué incluir esta causa a las muchas otras por las que las personas se inclinan? ¿Por qué habiendo tantas necesidades humanas en el mundo, también debemos interesarnos en las necesidades de los animales?
Todos los seres vivos somos seres sintientes, seres que poseen necesidades y los animales a lo largo de la historia han sido objeto de violencia, negligencia, indiferencia, malos tratos, y aunque ya hay un camino recorrido para visibilizar todo el sufrimiento que los animales experimentan, aún falta mucho por hacer.
El verdadero cambio se da cuando conocemos la situación del otro, en este caso de los animales, y nos sensibilizamos ante él, nos ponemos a pensar cómo nos sentiríamos si fuéramos ese perrito que anda por las calles buscando comida bajo un sol calcinante y lo único que encuentra es desprecio, humillaciones, carros que los atropellan, indiferencia de la gente, etcétera. O cómo nos sentiríamos si nos asesinaran de forma cruel para ser alimento de otros; o qué sentiríamos si nos enjaularan de por vida y nos obligaran con golpes y violencia a entretener a los demás.
Si yo como persona realmente me pongo en el lugar del otro, me he sensibilizado y esto me llevará a buscar alguna forma, por sencilla que sea, de ayudar para que ese otro ser vivo no siga sufriendo o experimentando lo que le está causando tanto dolor. La verdadera empatía con los seres vivos ocurre justamente cuando no se piensa en los beneficios que ello traerá a la persona empática, sino que dicha persona se coloca por completo en el lugar del otro ser que siente, sufre, goza, desea, etcétera, y surge la necesidad imperiosa de elevarlo en dignidad, en bienestar.
Los beneficios de la empatía vienen por añadidura y son de todo tipo, individuales y colectivos, ambientales, emocionales, lúdicos, terapéuticos, salubres, humanos, espirituales. Sin embargo, la clave de la empatía hacia un ser vivo diferente al ser humano está precisamente en sacar al ser humano del centro de superioridad e importancia y reconocer el importante papel que tiene la raza humana, ya que nuestro cerebro se supone es el más desarrollado, pero que ese desarrollo sea utilizado para cuidar de la naturaleza, de la creación, para administrar bien los recursos y cuidar cada ser que existe.
Entonces, cuando nos reconocemos los seres humanos no como el centro del universo, sino como parte del todo, cada ser se vuelve un hermano, una hermana, una expresión del Universo y de esa energía creadora, divina, espiritual, viva que nos ha reunido a todos los seres para convivir en armonía, respeto, equidad y cuidado mutuo.
Así que la importancia de la empatía con los seres vivos radica no tanto en qué beneficios le dará a la persona que está trabajando por procurarle el bien a otro ser, si no, precisamente qué beneficios le aportaré a dicho ser. La empatía surge por la pura consciencia de que el otro importa, necesita, siente y sufre y que yo puedo hacer algo para ayudarle a vivir, a crecer, a estar mejor.
La empatía nos hace estar atentos a las necesidades de los demás, a estar buscando constantemente qué puedo hacer por el otro, qué puedo realizar para que el sufrimiento de este sea minimizado o incluso eliminado. Y por ello es necesario fomentar esta habilidad desde que somos niños, para que crezcan con esa actitud positiva de verse como protagonistas del cambio que se puede generar en el respeto y cuidado hacia los demás seres vivos, pues el fin es buscar la equidad, la igualdad, tener presente que el otro ser ya sea persona, planta o animal, vale lo mismo que yo y yo puedo ayudarlo porque quiero su bienestar.
No tengamos miedo de abrir nuestros ojos, mente y corazón hacia las necesidades de los animales, ellos piden a gritos esa ayuda, ese interés genuino, ese cambio para sus vidas. Perfectamente podemos seguir aportando para disminuir el sufrimiento humano sin que ello nos impida trabajar por erradicar también el de los animales, pues nuestro corazón es grande y una vez sensibilizados, reconocemos la necesidad del otro y creamos una o mil estrategias para ayudarle, para hacerle sentir bien. La tarea es grande, mas no imposible y si empezamos por ser empáticos, más fácilmente se dará la acción, se dará el cambio y el firme convencimiento que como ser humano quiero aportar para que todos vivamos en armonía, vivamos en libertad.