Habían transcurrido algunos meses sin tener que reportar algo verdaderamente relevante en la bitácora, si bien era cierto que no me apetecía demasiado encontrarme con sirenas, piratas y corsarios, tampoco me resultaba gratificante morirme de aburrimiento en el parsimonioso vaivén de las olas. Ni siquiera Neptuno se había dignado a echarme un ojo, o afligirme con alguna tormenta. Tanta tranquilidad me resultaba alarmante.
El sextante miraba con desdén mis preocupaciones en la muda contemplación de los astros, se regocijaba cada noche, y eso era para él, suficiente. El mapa, en cambio, estaba aliviado de que todas aquellas atrocidades con las que le había afligido El Quijote no se nos cruzaran en el camino, de todos modos él quería tatuarse alguna que otra isla no descubierta en la mayor de las tranquilidades y sin riesgo alguno.
En mi experiencia demasiada tranquilidad no era digna de ser estimada. Si te embarcas en alguna aventura lo lógico es que encuentres resistencia alguna. Si no se encuentra será por dos motivos: el primero, que se está lo suficientemente distraído como para que la prueba pase inadvertida, síntoma de una conciencia dormida y la segunda, que siendo tan poco el esfuerzo realizado, no sea digno de ser puesto a prueba. Ambos casos eran perniciosos para la realización de la misión que había emprendido y para nada me resultaba apetecible llevarles en mi barco.
Finalmente habló La Rosa viendo a través de mis preocupaciones y temores: “El Norte siempre es una Estrella, y cuando osas tratar de cogerla, siempre encontrarás demonios que te detengan. Si crees como el sextante que están demasiado lejos para ser alcanzadas o como el mapa que es demasiado peligroso intentarlo no llegaremos a ningún lado, aun así me esfuerce por mostrarte el camino”.
Las palabras de la brújula sí que me tomaron por sorpresa. ¿Para qué quería que los piratas atracaran mi barco, o que las sirenas sedujeran a mi tripulación, si el mismo mal que me preocupaba era motivo de infortunio? Como lo había supuesto, solo había dos razones. Me daba un pesar tremendo sorprenderme en la primera. ¿Cómo no me daba cuenta que la cobardía disfrazada se había apoderado de mi barco? ¿Para qué invocaba corsarios, o sirenas, si con una tripulación como la mía no les hubiera podido hacer frente? ¡Hundida!, dijo El Quijote, en verdad que sí.
Había encontrado el mapa, la más franca cobardía envuelta en amores con la pereza. Pero en el sextante aquello estaba disfrazado de contemplación y admiración. ¿Cuántas veces admiramos las cualidades que le atribuimos a Dios, pero nos sentimos incapaces de ponerlas en práctica bajo el lema “Dios es perfecto, los humanos no”? Y aunque no quiera yo desmentir la premisa, ¿no es acaso una forma de anular o perder la fe en el Dios que habita dentro de nosotros? ¿No será esta una excusa para asolapar nuestras propias faltas y evitar la molestia de corregirnos? Si Dios es bueno, nosotros también podemos serlo. Si Dios es bello, también nosotros. Si Dios es justo, también nosotros podemos ser justos. Si Dios es verdadero, también podemos imprimir verdad en las palabras y en los sentimientos, porque somos su creación, somos su reflejo.
Y como bien me había dado cuenta, la forma de resolver aquello era apremiante. Ya no me interesaba la mar y sus tormentas, la mar y sus peligros… Debía volver a mi barco. Confusa volví la mirada a La Rosa… y caí presa del estupor… Su oxidada cubierta abandonó su forma y la envolvió en un satinado atuendo marrón, el cabello lacio caía sobre sus morenos hombros y la profunda mirada miel se clavó en la estrella a la que siempre seguía, fue la suavidad de su voz la que me hizo volver poco a poco.
–¿Recuerdas la Primera Ley? –me preguntó con suavidad y ternura. Sabía yo que se refería a la Primera Ley Fundamental, que aplicada al Arte, se refiere a la Imaginación y la Forma– La imaginación –continuó– no tiene nada que ver con perdernos en los recovecos de fantásticas imágenes que nos arrebatan como al sextante nuestra profundidad interior y que nos ayudan a escondernos para no afrontar la vida. La imaginación es el espejo, es la capacidad de captar imágenes superiores, tu propia estrella interior y es, a la vez, la fuerza que te motiva a hacer que estas se conviertan en realidades en nuestro mundo. Trabajar con la imaginación es convertirnos todos en artistas, y ser artistas consiste en que cada uno de nosotros se modele a sí mismo. No basta con pintar, o danzar, o cantar, o escribir si en tu interior no has capturado las imágenes superiores, y si no son ellas quienes motivan tu esfuerzo –apuntó sin apartar la mirada de la Estrella.
La imaginación en primer lugar es la capacidad de ver sobre nosotros mismos y nuestras propias limitaciones, es ver lo invisible, lo imposible e insospechable, convirtiéndose una revelación interior que nos permite capturar los Arquetipos y en segundo lugar, es la fuerza para proveerles de una forma que los haga sustentables en lo práctico. Es este proceso creativo lo que les infunda alma.
El proceso creativo envuelve en una primera etapa la de la Imaginación, el hecho de capturar los arquetipos de bondad, justicia, belleza y verdad a los que todos aspiramos y que podemos ver en diferente medida, según nuestra propia capacidad en todo lo que nos rodea. Esta imagen mental constituye el mensaje y surge del proceso de inspiración y reflexión del artista. Luego en una segunda etapa entra al proceso de composición, donde el artista elige los elementos, las formas, las posturas, el gesto y la nota que habrá de darle vida a este mensaje. Como es natural, resulta inevitable que el artista se transforme y transmute a sí mismo durante este proceso.
La mirada de La Rosa se perdía en el brillo de la Estrella, la noche era larga y todavía nos faltaba mucho que conversar, será mañana. Lo prometo.