El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

La Suiza de los sinvergüenzas

por Pabel Bolívar

Yo soy costarricense. Viví y crecí en uno de los supuestos países más felices del mundo. Allá hay una famosa canción que se llama “Mi linda Costa Rica”.  Se canta siempre cuando la selección mayor de fútbol gana, o durante las fiestas patrias. “Tan Linda es mi Costa Rica, que la virgen de Los Ángeles bajó. Y cuando la vio tan bonita, al cielo jamás regresó” dicen sus primeras estrofas. Sigue más adelante: “Por ser tan linda Costa Rica la llaman la Suiza centroamericana”.

Estas y muchas otras canciones son el caldo de cultivo para ver a nuestros vecinos centroamericanos por debajo del hombro. Sucede que uno de los mitos de mi país es la cultura de paz y democracia. Allá en la Suiza no nos matamos entre nosotros, nadie roba, nadie traiciona: todos somos igualiticos. Allá en la Suiza no sucede nada.

Pero resulta que, sin hilar muy fino, son los políticos primeros en desnudar con hechos una farsa que ellos mismos se empeñan en promover. Esto empieza por sus gobernantes: me atrevo a decir que casi ningún presidente ha salido limpio de su gestión.

José Figueres Ferrer fue uno de los “próceres” de la patria durante el siglo XX. Robert Vesco, cuestionado empresario acusado en los EEUU por malversación de fondos, vino a dar a la Suiza, donde “don Pepe” inventó una ley para no extraditarlo. El patriarca, a cambio, recibió, por medio de la Sociedad Agrícola Industrial San Cristóbal, S.A más de 2 millones de dólares. No es ningún invento. Lo dijo el periódico La Nación en 1978.

Su retoño, José María Figueres Olsen, mandatario de 1994 a 1998, tampoco es una “santa paloma”. Obtuvo $900 mil dólares de la firma francesa Alcatel por una “consultoría”. Luego de 7 años fuera del país, regresó como si nada hubiera pasado.

Miguel Ángel Rodríguez, presidente del país para el periodo 1998-2002, está acusado de desviar, con algunos amigos de su gabinete, 1.5 millones de dólares del Instituto Nacional de Seguros. Se lo gastó en viajar por el mundo, y hasta en entradas para ver a la legendaria banda Rolling Stones.

Ya antes estuvo en la cárcel por recibir dádivas de la empresa Alcatel, luego de que el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) le entregó a esta empresa 400,000 líneas celulares.

La historia política costarricense parece una película de terror que muchos se empeñan en dejar de ver conforme se hace más escabrosa. Pero es nuestra realidad. La lista es de nunca acabar, da para varios libros.

El presente también tiene sus cabos sueltos: la actual presidenta Laura Chinchilla viajó a Perú en un avión propiedad de un empresario colombiano vinculado con el narco. Según denuncias presentadas por diputados, Johnny Araya Monge, actual candidato a la presidencia por el Partido Liberación Nacional (PLN) salió de la Municipalidad de San José dejándola en quiebra: cerca de 31 millones de dólares de déficit.

Hay varios hábitos que incomodan, y por los cuales somos odiados los ticos, incluso por mismos ticos. Entre ellos sobresale uno: la creencia de que somos los mejores. Tenemos un Estado eficiente, carreteras y turismo de primer mundo. Somos más cultos y blancos, mientras que de Nicaragua hacia el norte todavía andan en taparrabo.

Albert Camus decía que los mitos tienen más poder que la realidad. El de la Suiza nos lo hemos creído por mucho tiempo. No somos tan eficientes: la reparación de la platina de uno de los puentes más transitados del país ha costado casi 6 años y una millonada. Ni somos tan cultos ni más educados: la noticia de una vaca robada que metieron en el cajón de un taxi fue la portada del diario más vendido del país. Ni somos tan blanquitos: en Costa Rica conviven, negros, chinos, nicas, indígenas, quienes, en muchos casos, parece como si no existieran.

Estas líneas no son lamentaciones de un vendepatrias. La nacionalidad es algo casual, cada una tienen sus bemoles. En cualquiera de nuestros países, los sinvergüenzas nos desangran durante cuatro años y después les damos nuevamente el voto. Tanto aquí como allá, luego de las festividades de navidad y año nuevo,  nos aumentan el agua o el precio de los combustibles. Nos damos cuenta de todo cuando salimos de la contentera. Como decimos en Costa Rica: “¿Ya pa’ qué?”.

Pese a todo esto, no me considero fatalista. Hay muchísima gente que lucha, que no agacha la cabeza y se levanta cada mañana con la idea de que no todo está perdido. Tanto en mi país como en El Salvador, hay hombres y mujeres que, como dicen acá, “se rebuscan”. Luchan años, o toda una vida. A lo largo y ancho de la geografía centroamericana, ellos son, en palabras de  Bertold Brecht, los imprescindibles.