El Salvador
sábado 23 de noviembre de 2024

Esperando un lector

por Redacción


Buena parte de la gente conoce a Roque Dalton, Claudia Lars, Salarrué y Alberto Masferrer. Aunque pocos han leído su obra completa. Pero, ¿Y el resto? ¿Deben, acaso esperar hasta su muerte para ser leídos? No me parece justo.

Apenas logra mantener la línea. Va leyendo mientras el bus avanza. Cada cierto tiempo voltea la página. No es un transporte público de México o de España, es San Salvador.

A veces logro contar con más de cinco dedos la gente que lee en un bus. Sin embargo, muchas de esas lecturas son la Biblia, tratados religiosos, separatas de la universidad, el periódico. Y pocas veces he visto a alguien leyendo a un autor nacional contemporáneo.

En El Salvador se producen libros. No podemos quejarnos y decir que no. Sin embargo, cuando entro a una librería me cuesta encontrar publicaciones salvadoreñas.

La oferta que se muestra es limitada, y da pena, porque hay cientos de personas que escriben.

Es claro que nuestra sociedad no está educada para ser lectora, ni aún de periódicos como lo decía el poeta Francisco Andrés Escobar. Muchos no leen.

Las librerías a pesar de esa supuesta realidad siguen abriendo y permitiendo que la gente deambule en sus pasillos, buscando los libros que les interesan y deteniéndose entre sus anaqueles para hojear las páginas.

Jovencitos entran y buscan el último libro de Harry Potter o alguno de los Juegos del Hambre. Y los libros de moda van desapareciendo de las librerías.

Entonces, me doy cuenta que existe gente que lee. Aunque no sean todos, hay un sector importante que prefiere ver trascurrir las horas leyendo sin importarle lo que pase a su alrededor, sino que su héroe o heroína logre concluir su historia.

Mientras los escritores salvadoreños deben, en su mayoría, estar alejados de esa realidad y dedicarse a visitar centros escolares, participar en festivales y recitales para, con suerte, poder comerciar sus libros; libros que los principales compradores son, por lo general, sus familiares. Y estos ejemplares en su gran mayoría deben quedarse en armarios y cajones de sus casas.

Buena parte de la gente conoce a Roque Dalton, Claudia Lars, Salarrué y Alberto Masferrer. Aunque pocos han leído su obra completa. Pero, ¿Y el resto? ¿Deben, acaso esperar hasta su muerte para ser leídos? No me parece justo.

Mientras las librerías siguen llenándose de libros de autores foráneos y la sección de literatura nacional se reduce a un par de estantes que comparten con títulos como el Mío Cid o Hamlet, porque se presentan editoriales nacionales. Es la realidad.

La población no buscará esos autores salvadoreños, no les dará la importancia debida porque debe existir otra manera para llegar al público, para conquistarlo. Y en buena medida es consecuencia de la forma de escribir de los mismos autores que se alejan de los lectores, que no los consideran el objetivo de sus obras, aunque sí anhelan ser leídos. Las bibliotecas en cambio son otra historia.

La Biblioteca Nacional, posee una vasta colección de títulos y no recibe mareas de lectores, y los que reciben no son un público cautivo, llegan para investigar algún tema o tarea que les han dejado en el colegio o la universidad. Pocos llegan por el gusto de leer.

Los lectores, esos extraños seres que se alimentan de historias y poesía, son personas solitarias que buscan el silencio de sus habitaciones para compartir sus horas con ellos mismos, sin la presencia de nadie más que los personajes o las voces de sus libros.

En tanto, los autores siguen a la espera de que sus libros sean distribuidos entre esos lectores, que de seguro no están dispuestos a escarbar aún en la gran constelación de escritores nacionales, porque dudan de que existan más autores que los citados en los planes de educación.