En mi primer artículo para este periódico, tenía que hablar sobre este tema. Lo hago como quien levanta la mano antes de la mención en el listado y sabe que le llamarán. El asunto es que pertenezco a una generación de lunáticos, para bien o para mal, la cual se ha ido consolidando poco a poco en el país, y con ello también la amistad y el respeto mutuo, en otros casos admiración.
En enero del año 2012 presentamos una recopilación de poemas, una muestra de poetas y poetisas de la generación de la posguerra o generación de los Acuerdos de Paz, denominada también “X” o “Y”, o como quieran llamarnos los amigos, los familiares y los críticos (si los hay).
Con Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra se logró también darle un merecido reconocimiento a un sitio emblemático de la promoción y difusión del arte y la cultura: La luna Casa y Arte, sitio donde todos, en algún momento, unos más otros menos, tuvimos que llegar para encontrarnos y conocernos. Meses después, en otro histórico evento, más de una treintena de escritores nos despedimos de La Luna.
Escribir en el estado posguerra ha sido sin más… curioso. Recuerdo que cuando comencé a escribir alguien me reclamaba que por qué no escribía sobre la guerra o sobre lo social, o su mamá, bla, bla, bla, bla. ¡Genial! No eran mis temas, y al parecer ni los de mi generación, así de claro. Veníamos de un momento histórico de transición, apático, cansado, donde se gestaría un nuevo tipo de violencia más radical que la del anterior sistema.
Somos una generación privilegiada, somos sobrevivientes de una guerra civil, unos acuerdos de paz, dos terremotos. Viviríamos el fin e inicio de un nuevo milenio, fuimos testigos de la expansión del uso de las tecnologías de la comunicación, la mayor crisis económica en los últimos cincuenta años y hemos visto el primer gobierno de izquierdas en la historia del país. Pero no estoy acá, al menos en este momento, para intentar explicar tantas cosas: intento contar una o dos anécdotas sobre el origen de esta generación de lunáticos.
Grupos literarios
En los noventa era común en las universidades la creación de talleres y/o grupos literarios. Tecpán es un ejemplo, el cual integré, fundado en las aulas de la Matías Delgado. También estaban El cuervo, Talega, Fragua, Poesía y Más. Este era un colectivo de poetisas, Símbolo creciente, y otros que no recuerdo. Existieron espacios de encuentro común que le dieron vida y dinamismo al entorno literario del momento, del cual nos desprendimos la gran mayoría. Algunos hemos sobrevivido, otros fueron más “sensaticos” y menos lunáticos.
Ausencia de “maestros”
Sí, así a secas, y para no cometer un desagravio, le he consultado a mis colegas generacionales sobre el tema. Intentando recordar, me doy cuenta que la figura de “maestro” poético o mentor-que raro suena- no estuvo presente en la mayoría de los grupos literarios, imagino que de ahí la predilección y/o necesidad de tomar prestados “maestros ausentes”.
En mi particular forma de ver las cosas, recuerdo que la anterior generación estaba ahí, nos encontrábamos y nos mirábamos en espacios comunes: festivales, presentaciones de libros, recitales poéticos, exposiciones de arte, todos esos lugares correctos donde sucede el arte y la cultura (ja, ja, ja, ja, perdón).
No interactuamos demasiado, no sé si porque no les interesaba a ellos o a nosotros. Da igual. Creo que fue lo mejor que nos pudo haber pasado, estamos y hemos hecho lo que teníamos que hacer por nuestra propia cuenta, entre eso, la falta de publicaciones, el silencio colectivo y solo un poco de colegas destacados –y no es que no tuviésemos talento- y dedicados al oficio.
Yo creo que no nos manifestamos concretamente como generación, nos faltó arrojo, atrevimiento o imprudencia, no lo sé; tomarnos una calle, incendiar pancartas, y de ahí, la apreciación de que no hicimos mucho, por eso es divertido decirlo en voz alta. No siempre nuestra forma de hacer se concretó en publicaciones.
Espacios culturales
Recuerdo el boom de las oenegés culturales y otras. Arriba mencioné a La Luna, la apertura de nuevos espacios culturales, como el Centro Cultural de España, espacio que respeto y aprecio muchísimo. También la Biblioteca Nacional, en su primera etapa, con un Jorge Ortiz que dinamizó su uso con ciclos de poesía y donde muchos jóvenes escritores tuvimos la oportunidad de leer por primera vez.
Yo mismo publiqué mi primera “plaquette” gracias a que él me obsequió el papel y gestionó la impresión.
Los Tacos de Paco, Centro de Relaciones Internacionales, El Museo de la Ciudad de Santa Tecla, la Unidad de Cultura Roberto Armijo (dirigida por mi querida amiga Silvia Elena Regalado),son algunos de los espacios donde sabíamos que nos encontraríamos, donde nos formamos y donde debo reconocer que era bueno encontrarse con los amigos.
Sigo con las curiosidades. Si sumamos los premios individuales, la participación en hechos culturales, la promoción de las mismas, así como la divulgación de las obras, parece ser que somos una de las generaciones más fuertes, sólidas y difundidas. Divertido, ¿no?
Pertenezco a esa generación de lunáticos, soy uno de los sobrevivientes.