El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

Sobre la palabra arte

por Redacción

Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. Cinco campanadas. ¡Las cinco! ¡Las cinco! El reloj aprovechó para suspirar, la brújula para hacer chis y la ventana para estremecerse.

La brisa sigilosa se las arregló para meter el rabillo y asustar al pobre mapa que acaba de estirar su última arruga, frente al altanero sextante que tomó a la brisa por la cola y le obligó a sacudirle una insignificante mota.

Definitivamente eran las cinco. La taza de té esperaba humeante y las galletas se deshacían en migajas ansiosas. Era la hora, era el día. No había duda. La puerta los miró con el cerrojo y les guiñó el ojo. Él había llegado.

Don Quijote, oportuno como siempre, nunca llega ni más tarde, ni más temprano. El mapa suspiró aliviado, el Quijote ni lo miró desplanchado. El té se tranquilizó y yo le di el primer sorbo con la mirada puesta sobre la oxidada armadura de aquel a quien había estado esperando.

Lo cité no porque su figura me pareciera una desfachatez, ni porque me resultara absolutamente admirable. Lo cité porque el tema que quería hablar con él me resultaba alarmante: nos hemos gastado las palabras.

Sí. Nos hemos gastado las palabras, de tanto que las pronunciamos o escribimos, y citamos en diferentes medios. Han perdido su significado y, en algunos casos, los más lamentables de todos quizá,  hasta las reglas más básicas de su composición.

Me parece alarmante porque estamos frente a la amenaza de perder nuestro lenguaje, un lenguaje que ni siquiera es propio de nuestra tierra, pero nos guste o no, forma parte de nuestra herencia cultural. El saber hablar, es decir, conocer los elementos fundamentales de la oratoria, sus leyes y sus reglas, así como la pureza de las ideas que han de ser expresadas; y el saber escribir, que se refiere a los conocimientos tan básicos de la gramática o más complejos como las leyes de la poesía constituyen las bases fundamentales para construir una civilización. Sin ellos, las sociedades andan a la deriva, sin rumbo, sujetos a los cambios de banderas que se deciden cada cinco años.

Lo más bello de nuestro lenguaje, el que nos ha dejado la herencia histórica, está aquí en labios de Don Quijote, frente a mis ojos, bebiendo la taza de té, que emocionada aún tiembla en sus manos y, de vez cuando, suelta alguna sonrisilla loca.

Lo miré, y encontré en sus ojos la respuesta. Muy pronto de sus labios brotaron las palabras que deseaba escuchar:

–El sánscrito –me dijo– es una de las formas más antiguas de lenguaje, y muchos de los vocablos más importantes de derivan de él.  Como la palabra “arte” –añadió poniéndole un poco más de énfasis a la última palabra, el brillo se reflejaba en sus ojos y la curiosidad en los míos. Como él lo nota rápidamente continuó: “La palabra Arte proviene del vocablo sánscrito Kar, que significa actividad hacia un objeto definido. Más tarde –añadió devolviendo la taza de té a su lugar y acomodando un poco su armadura– la “k” gutural del lenguaje originario desaparece en el latín, quedando Ar o Ars con un ampliación de su significado al de colección de normas, conjunto de reglas o actividad encaminada a una habilidad.

De aquí, pequeña doncella, es donde se deriva Arte en sentido del trabajo perfectamente realizado, trabajo perfectamente realizado –repitió suavizando su voz y clavando su mirada cual estaca en lo más profundo mi alma y corazón.

¿Qué hace un trabajo perfectamente realizado? ¿Será la perfección de la técnica? ¿La perfección en sus intenciones?  ¿El Arte se refiere a la perfección de la técnica o a la perfección del corazón? ¿Quién es más perfecto, el artista o la obra que el canaliza?

Busqué entre el polvo de los siglos, entre sus luces y sus sombras. Busqué en lo más profundo de mi misma y encontré mi propia respuesta, como tú has de encontrar la tuya.

Estoy convencida cuando digo que un trabajo perfectamente realizado es la coherencia entre la pureza de sus intenciones y la perfección de su técnica. El arte transforma todo lo que toca, desde la materia de la obra hasta el alma del artista. Sus leyes rigen la técnica, así como el corazón.

El arte es expresión del alma humana. Por lo tanto, si la obra es incapaz de comunicar un mensaje, es reflejo de un alma vacía. Si la obra es grotesca y cruel, el alma es grotesca y cruel. Si la obra es fantástica, el alma es soñadora. Si la obra es pintoresca, el alma ha descubierto el amor por la vida. Nadie puede ofrecer lo que no tiene.  Un pintor no puede pintar lo que no ha visto, un músico no puede componer lo que no ha escuchado y una danza no puede expresar el movimiento que no ha sentido.

El arte abre los sentidos a lo invisible. “No se puede ver bien, sino con el corazón”. El deber del artista es comunicar lo que ha sido capaz de ver con los ojos de su corazón, pero lo olvidamos, ahora pintamos para la sala del coleccionista, donde nuestros colores combinan con su juego de sala. Ahora bailamos por un sueño y citamos frases para parecer inteligentes.

El té ya no humeaba, ni la ventana se estremecía, el sextante ya no se ocupaba de sacudirse la mota y el mapa se había resignado a permanecer viejo y arrugado. La armadura oxidada se colgó en la bodega de los siglos y se empolvó como todo lo demás. El Quijote se fue y se exhibe en los escaparates donde compite con los jeans y las blusas de Dolce Gabbana en algún centro comercial.

Tengo una deuda con Don Quijote, con la historia y con mi patria. Él y yo siempre nos encontramos en la misma buhardilla a la misma hora… Nunca llega tarde, ni temprano. Él es  oportuno como siempre… Tengo la intención de reivindicar el arte, de descubrir la profundidad de su significado… ¿Vienes conmigo?