Nuestros peores momentos son cuando hablamos por hablar, sin algún tipo de apego por lo que se dice. Por eso, cualquier espacio de opinión con un mínimo sentido de responsabilidad consigo mismo debe proponerse hablar desde lo familiar y lo personalmente emotivo. El nombre de este blog surgió a raíz de una actitud vital que inició en la academia y permanece conmigo hasta la fecha.
En la Universidad de Costa Rica cursé estudios de Literatura Latinoamericana. La materia se llamaba “Julio desde Cortázar”. Uno de los textos fundamentales fue Rayuela, novela que cumple 50 años de existir. Ella sola sugería dos rutas para emprender su lectura. La primera, autopista de concreto, bien iluminada y con señalización perfecta: leerla ordenadamente, de la primera hasta la última página.
La segunda era una calle empedrada, con precipicios a ambos lados: una vez leído el primer capítulo, al final de la página se encuentra entre paréntesis el capítulo al cual se debe pasar. Un ir y venir permanente: leerla como a uno le dé la gana. Así, el estrecho trillo desemboca en un cruce de caminos. Esta hoja de ruta son los saltos laterales.
El oficio de leer es también el oficio de reinventarse. Los textos con alguna pizca de atrevimiento son aquellos que nos ponen de cabeza, nos hacen salir a caminar, detenernos en alguna esquina y mirar a nuestro alrededor y convencernos de que la única salida es nadar contra corriente. Dar saltos laterales es una forma de testarudez.
A partir de ahí, los saltos laterales se convirtieron en mi caballo de batalla. La realidad suele asumirse solo desde la superficie, creando resistencia desde su primera capa. Se presenta tan sólida así, que a muchos los invade la comodidad de no meter la cabeza en el hoyo. Queda en manos del curioso y el aventurero avanzar más allá. Un salto lateral es también un salto al vacío.
Al principio, los saltos laterales suelen ser lentos y torpes, como los de un cuerpo que quiere estirarse en una celda con 25 hombres alrededor. ¿Cómo no va a ser así, si pasamos de la cuna a la escuela, de la escuela a la oficina, y de la oficina al ataúd con el movimiento aprendido de agachar la cabeza y poner la otra mejilla?
Cicerón, famoso orador romano, decía que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Si el mundo es una olla que al destaparla despide, las más de las veces, el olor pestilente del cinismo y el sinsentido, darle la espalda y callarse es la más escandalosa forma de corrupción. Un salto lateral es la voz en off que nadie quiere escuchar.
Estas cuartillas semanales nacen como un juego, un teatro de sombras o una blasfemia. Dar saltos laterales es encarar la realidad, asaltarla a mano armada, enterrarla viva y verla renacer.
La política, el deporte, la música, los libros que leo, o una conversación casual con el vecino son parte de los itinerarios habituales que desandaré, bajo el riesgo de enredarme en mis propios mecates. Poco importa, porque dar saltos laterales es una actitud desafiante a las voces que integran el coro del poder.