Después de muchos años de estar alejado del disciplinado caos de las redacciones como director de un medio de comunicación, regreso a conducir este diario digital.
Un poco cargado de años, aunque con mucha energía, miro hacia atrás. Es entonces cuando confieso que la profesión que más he disfrutado en mi vida es el periodismo.
Soy periodista de vocación. Es lo que mejor hago. No sé si lo hago bien o mal. Pero, créanme, amo este oficio o arte, como usted quiera llamarle.
Soy periodista desde los 17 años, por influencia de dos personas que determinaron mi vida: mi hermano Guillermo, también periodista (el más grande, listo, y cargado de juicio crítico que he conocido), y de mi abuelo Elías Rojas.
Yo quería ser ingeniero químico. La ciencia me imantaba. Desde niño soñaba con conocer los grandes misterios de esa disciplina. Pero la ingeniería química no se podía estudiar, hace más de 30 años, en Costa Rica. Además, mi padre no tenía un dólar para enviarme a México. Tuve que renunciar, entonces, a mi sueño. Pero no me arrepiento. Dios me ayudó.
En uno de esos momentos determinantes de mi vida comencé a escuchar, de mi hermano Guillermo, la forma cómo él desafiaba el poder desde el periodismo universitario. Eso me atrajo. Entendí que el periodismo podía ser una herramienta para luchar por mayorías sociales e influenciar correcciones a cualquier democracia.
Después escuché, cuando casi acababa la enseñanza secundaria, la forma cómo mi abuelo (un hombre extraordinariamente inteligente que se formó como un disciplinado autodidacta) se peleaba con los poderes locales y el gobierno para procurar mejoras sociales y económicas para Turrialba, mi pueblo de origen, localizado a 65 kilómetros de San José.
Las mejores imágenes que tengo de mi abuelo Elías Rojas me llegaron tarde. Lo recuerdo viejo, ciego y sentado siempre en una silla de ruedas. Por eso es que sus grandes epopeyas como periodista y corresponsal de los diarios más importantes de Costa Rica las conocí de mi abuela Lula. Ella me contó con tanto orgullo las luchas periodísticas de mi abuelo, que corrí a matricularme a la escuela de Periodismo de la Universidad de Costa Rica, sin saber si servía para esto.
Entonces, mi hermano y mi abuelo me hicieron, sin pensarlo, periodista. Y no me arrepiento: es la mejor decisión que he tomado en mi vida.
Perseguido por una parte del poder político en mi país; abandonado por quienes creía eran mis amigos, o por parte de mis mentores; vilipendiado por quienes suelen arrodillarse a inescrupulosos políticos, llegué a El Salvador hace casi 20 años.
Tampoco me arrepiento un solo día de haber llegado a este país. Aquí me hice salvadoreño por mi propia voluntad. Aquí aprendí a amar esta tierra. Aquí aprendí a luchar como nunca me hubiesen enseñado en mi país de origen. Aquí conocí el valor de los desafíos y cómo afrontarlos sin quedar acostado ante la oscuridad.
Aquí he conocido a gente con lógica noble y humanista. También a otros que son verdaderos carniceros de la libertad porque, de muchas maneras, se creen aristócratas donde no los hay ni debe haber.
Aquí conocí a quienes creen que los derechos se arrebatan a punta de fuerza bruta, truculencias y abuso de poder. Aquí conocí a quienes quieren actuar como en la inquisición: todos los actos deben ser secretos, salvo la ejecución de los “culpables”.
Vuelvo al periodismo activo y a dirigir un medio digital. Es un momento difícil para El Salvador. Se avecinan unas elecciones presidenciales.
Por los primeros signos, se puede advertir que buena parte de los problemas que podría enfrentar el ejercicio del periodismo nacerían de sectores políticos interesados en influenciar y estresar las tareas informativas.
El beneficio de dirigir Diario1 es que este medio de comunicación no tiene ninguna conexión, cercana ni lejana, con ninguno de los partidos políticos que están empeñados en alcanzar la silla presidencial.
Este diario no tiene dueños: tiene socios empeñados en transparentar el manejo y el debate de los asuntos públicos y privados para heredarle progreso, justicia y un mayor bienestar a todos los salvadoreños.
Este diario lo hacemos profesionales serios. Somos una reunión ajustada de sangre joven con otros que ya peinamos canas. Unos a otros nos enseñamos. Unos y otros queremos crecer profesionalmente. Creo que todos podemos decirles a ustedes, como escribió Indro Montanelli, ese extraordinario periodista e historiador italiano: “No hemos decidido nada. El periodismo decidió por nosotros”.
Y si el periodismo eligió por nosotros, podrán estar ustedes seguros que nuestro único pasajero será la verdad. No intereses, ni infamias, ni delitos contra el honor, ni nada que nos aleje del buen método periodístico. Y no callaremos nada que le importe a usted o a esta democracia salvadoreña.