No sé quién es el lector. A pesar de su molestia, lo respeto. Daría lo que sea para respetar su opinión.
Aunque siempre me abstengo de responder comentarios de lectores sobre mis escritos, esta vez diré lo que creo acerca del tema.
El lector que se molestó –posiblemente un militar– plantea dos hechos: que el tema de lo que pasó en el aeropuerto de Ilopango es “cuento viejo”. Segundo, que mientras estuve en otro diario salvadoreño callé lo que hacía en el país el anticastrista Luis Posada Carriles, acusación que es rotundamente falsa.
Esta vez sí quiero responder a este lector –cuya opinión respeto– para que los lectores comprendan el valor periodístico de revelar, más de dos décadas después, lo que pasó en Ilopango.
Para empezar, estoy de acuerdo con el lector: hace muchos años trascendieron los hechos básicos de lo que pasó ahí.
Lo que pasó ahí, sin embargo, se lo callaron a los salvadoreños. No trascendió a la opinión pública. Pero no me tiembla la mano para escribir que nunca se ha publicado, al menos en El Salvador, una versión tan completa y actualizada de lo que pasó sino, también de quiénes estuvieron detrás de los hechos de Ilopango.
He leído viejos reportajes, incluidos algunos de un periodista que fue perseguido por denunciar que militares estadounidenses estaban traficando drogas desde Centroamérica.
El más valiente de todos, Gary Webb, quien hizo las primeras denuncias de las conexiones entre la CIA y las drogas, no sólo fue perseguido sino también asesinado en Estados Unidos, en condiciones que todavía no se logran explicar.
Puedo decirles que el valor de lo que publicamos ahora es que nadie había revelado cuáles fueron, realmente, buena parte de la totalidad de los personajes que estuvieron detrás de lo acontecido en el aeropuerto de Ilopango.
Siempre fui un estudioso, desde hace muchos años de lo que llamaron Irán-Contra y que está vinculado, directamente con lo que habría pasado en el aeropuerto de Ilopango.
Casi treinta años después de que ocurrieran esos hechos, yo mismo acabé sorprendido ante el descubrimiento de tantos hechos nuevos que ahora podemos conocer por muchas vías. Entre ellas, nuevos documentos desclasificados de los Estados Unidos, libros, investigaciones recientes y hasta inesperadas confesiones.
Podríamos haber sabido que por ahí pasaron Félix Rodríguez o Luis Posada Rodríguez. Pero jamás habríamos pensado que detrás de todos los hechos de Ilopango estaban el “Rey de la cocaína” de Bolivia, Roberto Suárez Gómez, el asesino nazi Klaus Barbie u otros asesinos fascistas italianos.
Otros valores
Cuando preparaba esta serie, me topé con una enorme sorpresa. Soy costarricense de origen. Como periodista, fui sorprendido mientras vivía en ese país por el hecho de que, también a mediados de los años ochenta, apareciera un importante narcotraficante mexicano en Costa Rica: Rafael Caro Quintero.
Ahí había comprado mansiones de un millón de dólares y vivía una larga fiesta. Cuando lo detuvieron, no dejaron respirar a nadie.
Con una sacudida “express”, a Caro lo montaron a un avión y se lo llevaron a México donde pasó más de dos décadas en prisión, acusado, entre otras cosas, de matar a un agente de la DEA que vivía en Guadalajara.
A los periodistas costarricenses de ese tiempo, se nos dijo, como mucha holgura, que Caro era una especie de narcotraficante aventurero que llegó a esconderse y a divertirse, con una chica, en lujosas casas que alguien le compró.
Cuando se lo llevaron a México en circunstancias muy extrañas, y sin dejar que nadie asomara su nariz (mucho menos los periodistas), Caro Quintero gritaba que él había pagado mucho dinero para estar en Costa Rica, sin que nadie lo molestara.
Ahora creo que los hechos fueron diferentes. Caro no llegó como un aventurero a Costa Rica. Aunque ese personaje todavía no es el personaje principal de lo que publicamos sobre el aeropuerto de Ilopango, ahora creo otra cosa: ya hay suficientes pruebas para reconocer que Caro Quintero era un proveedor de drogas del Irán–Contra, al igual que sus socios. Incluso, hay testimonios recientemente abiertos que dicen que Caro Quintero hasta entrenaba antisandinistas en sus fincas de México.
El problema habría sido que, en un momento, el mexicano se volvió loco y asesinó al agente de la DEA, Enrique Camarena, porque le había arrebatado un cargamento.
Entonces, si Caro fue proveedor de la locura que montó la CIA para vender drogas y comprar armas para los antisandinistas, quizá el mexicano no llegó a aventurar a Costa Rica: llegó protegido por la CIA y algunos otros personajes de primera línea de Costa Rica. Ya tenemos una nueva línea de investigación, sobre todo si tomamos en cuenta que Costa Rica ayudó a mover la carga de los trece narcopilotos que operaban desde ese país.
Incluso, hasta un aeropuerto clandestino se construyó ahí con la ayuda de una “voluntad política superior”. Entonces, Caro Quintero no llegó a Costa Rica por casualidad ni a divertirse de ninguna chica.
El secreto para saber lo que pasó en el aeropuerto de Ilopango, y quizá en Costa Rica, es seguirle las pistas a los proveedores de drogas. Ahí estaba la clave para descifrar todo, para que no nos engañaran. Así caían los secretos y seguirán cayendo.
Publicar hechos como lo que sucedió en el aeropuerto de Ilopango (y que nunca lo contaron a los salvadoreños los medios de comunicación de la época), no significa, sin embargo, que Lafitte Fernández cambie o no de pensamiento.
Tampoco quiero hacerle el juego a nadie, como puede pensar el lector que escribió el comentario al pie de un reportaje mío.
Lo que no puedo dejar pasar, porque se trata de una mentira, es la afirmación de que, mientras laboré en otro periódico, callé la participación de Luis Posada Carriles en hechos oscuros de la historia de El Salvador, o le hice el juego a ARENA.
El lector perdió la memoria. Fue en un diario donde trabajé antes donde, por orden mía, le seguimos los pasos a Posada Carriles. Dijimos lo que hacía aquí. Denunciamos que una serie de atentados cometidos por salvadoreños en La Habana (tres de ellos están presos en esa capital), tenían una figura rectora: Luis Posada Carriles.
Ese trabajo, publicado con amplísimo detalle en la desaparecida revista Vértice, con la ayuda de Juan Tamayo, un extraordinario periodista del Miami Herald, el español Alberto Fernández y mi participación personal, se convirtió en una clarísima denuncia de los excesos de Posada Carriles, aquí y en Cuba.
Publicar eso me costó, incluso, persecuciones y ataques personales de quienes vinculamos como hombres de apoyo a Posada Carriles.
No hay que ser de derecha, o izquierda, budista, católico, conservador o revolucionario, para hacer buen periodismo. Esa es la verdad.