En una de sus múltiples apariciones públicas antes del traspaso de mando, Salvador Sánchez Cerén mencionó una palabra que hasta ahora la clase política la ha vuelto trillada: austeridad. Austeridad en los salarios, en el combustible, viáticos y viajes de la comitiva presidencial. Pero no muchos esperaban el anuncio que como un dardo mezclado de escepticismo y esperanza caló en la opinión pública: el nuevo presidente vivirá en su casa particular de la colonia Layco, en los alrededores de la Universidad de El Salvador.
Visitamos este sitio para comprobar la seguridad que hay desde antes de la toma de posesión. El tramo de la 29 avenida norte donde nos encontramos es un conglomerado de negocios ventas de repuestos para automóviles que, uno tras otro, se agolpa en las faldas del asfalto colmado de autobuses, vehículos y las tensiones de sus pasajeros. A dos cuadras de la casa 1046 de la 19 avenida norte y 31 calle poniente no vemos autos de lujo, ni grandes contingentes de hombres con armas de grueso calibre.
No esperamos a que el semáforo se ponga en rojo para cruzar la calle y, ya del otro lado, el panorama cambia. Nada drástico. Tres conos rodean la vivienda montada sobre una tapia de piedras blancuzcas. Afuera tres hombres sin nada más que los relojes en sus muñecas. Afuera el ruido de las bocinas y el ronroneo de los autobuses. Afuera el silencio barrial que aún no se acostumbra a la nueva situación.
-Todos saben que aquí no es tranquilo, sino vea las casas, todas tienen “razor”- dijo una niña de trece años que atendía una tienda. Mientras iba a traer una botella de agua, apareció su madre.
-Tal vez salgamos ganando porque creo que estaremos más tranquilos así- expresó.
Solo ellas dos quisieron hablar. Nadie más en el pasaje contiguo a la ahora residencia presidencial, dos ancianas caminaban despacio por las aceras, adornadas por árboles de almendro y laurel de la india.
En la esquina adyacente a la casa solo había un pick up rojo del que salió un hombre alto y joven. Nos dirigimos a él porque, aunque su camisa era de color distinto a los otros guardaespaldas, el modelo de atuendo era similar. Según nos dijo la señora de la tienda, el operativo se incrementó en los últimos días, así que decidimos solicitar permiso para fotografiar la nueva residencia presidencial.
Luego de presentarnos, procedió a anotar nuestros nombres en una libreta sin apuntes. Acto seguido, llamó a quien parecía ser un superior para autorizar nuestro pequeño “tour” en busca de un retrato de la casa asentada sobre el muro de piedra blancuzco.
El referente es “Pepe” Mujica
Mientras cruzamos la calle hacia el pasaje frente a nuestro objetivo, me pregunté cómo es posible que el jefe de Estado del tercer país más violento del mundo asuma el riesgo de disminuir su caudal de protección; esto se acentúa si tomamos en cuenta que, si bien la Layco no es una de las colonias más peligrosas, pero no deja de ser de cuidado. Esto lo advirtieron los vecinos quienes pidieron el anonimato.
Para sus detractores, se trata de una nueva máscara populista propia del gobierno “puro” del FMLN, el “rojo rojito”. Para quienes fijaron expectativas sobre sus promesas en campaña, es una primera demostración de que, ahora sí, la palabra austeridad adquirirá forma mediante acciones concretas.
Un motivo para esta determinación debemos buscarlo al sur del continente. Sánchez Cerén recordó en repetidas veces durante la campaña presidencial su admiración por José Mujica, el presidente uruguayo que vive en una pequeña chacra en las afueras de Montevideo; dueño de Manuela, una perra tullida de tres patas y encargado de alimentar todos los días a una docena de pollos.
Parece que el término “ordenar la casa” no solo se aplica a su propio lugar de habitación. El presidente de un país no es más que otro mortal, con la variable de dirigir un país, pero un mortal que, como todos los mortales, puede elegir dónde vivir. La austeridad también la anuncia para altos funcionarios de ministerios e instituciones autónomas.
En la Layco se respira zozobra y expectación
El panorama en el pasaje frente a la casa de Cerén no dista mucho de la que está a la par, donde encontramos el carro rojo. El Hombre alto y joven nos dice, luego de tomar la primera foto donde solo se muestran algunos árboles, los conos, dos vehículos y un niño en bicicleta, que el dispositivo de seguridad ha sido diseñado así para no interrumpir la dinámica cotidiana del barrio.
“Ya varios medios han venido. Están muy interesados en estar lo más cerca posible de la casa pero la orden es que se queden ‘de lejitos’. Es parte del protocolo y eso lo estamos manejando unos pocos y hasta el momento hemos dado abasto. Más adelante se hará una reunión con los vecinos para dar a conocer los detalles de nuestra presencia aquí” explico sin perder de vista la posible vibración de su teléfono, a la espera de cualquier llamada que pudiera modificar nuestros planes.
Regresamos a la 29 avenida norte. Este es el último punto donde nos es permitido capturar la imagen de la vivienda del próximo presidente de El Salvador. Una cuadra más adelante observamos, por primera vez a dos soldados que caminan en fila india con sus armas de rigor. Los conductores y transeúntes que van de paso fruncen un poco el ceño pero siguen su camino sin mucho sobresalto.
Los comerciantes y los pocos vecinos que caminan por aquí a esta hora de la mañana se muestran acostumbrados a los nuevos vigilantes gubernamentales. También se apegan al acostumbrado silencio que da el vivir en un país donde sus habitantes han hecho de sus casas grandes o pequeñas fortalezas amuralladas. El presidente electo no es la excepción.
La botella ya no tiene agua mientras regresábamos al nuestro vehículo. Cual si fuera una visita guiada a un museo o lugar turístico, el vigilante presidencial nos acompaña hasta llegar a él. Al final del recorrido observo la última fotografía, idéntica a la segunda: dos postes del tendido eléctrico sobresalen, ya lo lejos, dos conos anaranjados y la flora urbana al lado del camino.
Esta postal es acaso una certera metáfora que plasma la zozobra y el hermetismo que rodeará el lugar por los próximos 5 años. Los postes, como dos árboles, no permiten ver el bosque.