Dice que el presidente Mauricio Funes enfrenta el síndrome del “pato cojo” y que mantiene un discurso político confuso sobre por quién los salvadoreños deberían votar en las próximas elecciones. También considera que los candidatos presidenciales deben explicar cómo y de dónde obtendrán el dinero para concretar sus promesas en caso de ganar. Roberto Cañas, exdirigente del FMLN, firmante de los Acuerdos de Paz, conversó con Diario1 sobre la campaña electoral y el país que espera al próximo gobierno.
“De los cinco candidatos presidenciales no se hace uno. Los salvadoreños tendrán que votar por el menos peor”, afirma Cañas, luego de sostener que el nuevo presidente afrontará problemas difíciles en las áreas de seguridad y educación, además de administrar un país prácticamente en quiebra por la abultada deuda externa.
Estados Unidos ha demostrado que puede lidiar con cualquier presidente en El Salvador, país que no es prioridad dentro de su política exterior. El político exlíder del FMLN dice que a los norteamericanos solo les interesan dos temas: las drogas que pasan por esta región e ingresan a su territorio y los inmigrantes.
¿Qué visión tiene del actual ambiente electoral?
El contexto electoral lo determina todo; lo que se dice, no se dice o hace. El presidente Funes es un “pato cojo” –término que se usa en política para señalar que un presidente está perdiendo el apoyo de su partido o la población durante sus últimos meses de gobierno−. Muy pocas cosas podrá hacer al final de su período porque todo está centrado en resolver el tema electoral.
Durante los últimos diez meses los partidos políticos han realizado una campaña adelantada para afianzar su militancia, su voto duro. Pero actualmente han pasado a la fase de buscar el voto de los indecisos. Siempre habrá un componente emocional y otro racional. Este último se lo da el programa de gobierno, las propuestas concretas.
Hay que entender que en nuestro país las elecciones se ganan con los votos de los indecisos. Generalmente estos se deciden por quién votar en la última semana. Algunos lo hacen por una caja de pollo o como ocurrió en México durante una contienda electoral en la que muchos dieron su voto por una tarjeta prepago de un supermercado.
A su juicio, ¿en qué etapa está la campaña electoral?
Después de las “cartas al niño dios” (el planteamiento de las buenas intenciones), los candidatos han comenzado a decir qué harán si ganan. La última etapa iniciará cuando se inscriban en el Tribunal Supremo Electoral. El componente emocional se acentuará y habrá diversidad de tácticas, desde campañas sucias hasta de miedo, porque en la guerra, el amor y lo electoral se vale todo.
¿Cuál es el papel del presidente en estos momentos?
Tiene un discurso en el que dice que se compromete a no hacer proselitismo. Pero su comportamiento es bastante diverso. En las inauguraciones de obras públicas presenta un mensaje que puede ser considerado como un doble discurso porque hace llamados para que la gente vote por aquellos que garanticen la continuidad de los cambios, pero estos, sobre todo algunos programas sociales, los inició Antonio Saca y el presente gobierno ha concretizado otros. Es decir, no se sabe para quién está pidiendo el voto porque tanto Salvador Sánchez Cerén como Saca han dicho que continuarían con los programas sociales.
¿Qué está en juego en las próximas elecciones?
Cualquier candidato que gane los comicios tendrá un período de gobierno muy difícil. El país tiene el 50 por ciento del Producto Interno Bruto en deuda, situación que obliga a distraer recursos para el pago de la misma. Quien gane encontrará un panorama muy desafiante. Va a tener todo cuesta arriba, no solo en el ámbito de la economía sino en el campo de la seguridad y el mejoramiento de la calidad de la educación.
El problema de los candidatos es que no dicen cuánto cuesta un proyecto determinado que ofrecen ni de dónde obtendrán el dinero para su ejecución. En las promesas electorales deben decir qué van hacer, cuánto cuesta y de dónde van a obtener el dinero. Si no dicen estas tres cosas no es serio. Solo son deseos expresados para ganar votos. Y cuando uno busca votos con promesas de este tipo se llama demagogia.
¿Qué influencia ejerce Estados Unidos?
Para Estados Unidos, El Salvador no cuenta. Fue importante en la época de Ronald Reagan porque de acuerdo con la concepción de la guerra fría El Salvador y Nicaragua eran la última frontera del expansionismo cubano-soviético en América.
El Salvador no es prioridad en la agenda de la política exterior norteamericana. El país les interesa únicamente por dos razones: Centroamérica es el corredor por donde pasa el 90% de la droga que va al mercado de Estados Unidos, y por la gran cantidad de inmigrantes centroamericanos que buscan mejores oportunidades en se país.
Está demostrado que ellos pueden lidiar con cualquier presidente. Por ejemplo, el presidente Funes se considera aliado estratégico de los Estados Unidos. No considero que a la administración norteamericana le haga tanta cosquilla la elección salvadoreña. Además, quien gane se esforzará por mantener una actitud complaciente con el gobierno de Estados Unidos.
Esta lógica es equivocada porque la actitud complaciente tiene el siguiente planteamiento: si me muestro sumiso al interés norteamericano, entonces ellos tendrán una política migratoria benigna con los salvadoreños que viven en los Estados Unidos. Entonces es bueno que mande tropas a Irak como lo hizo Saca o a Afganistán como Funes. Dentro de esa lógica, piensan que el gobierno norteamericano tratará bien a nuestros connacionales, pero no es cierto. La política exterior estadounidense no es unidimensional. Por ejemplo, no diseñan políticas diferentes para El Salvador y Guatemala.
¿Debería de haber algún expresidente de la República en la cárcel por casos de corrupción?
En todas partes ha habido. Habría que poner a prueba las instituciones. En El Salvador, especialmente la Corte de Cuentas y la Fiscalía General de la República, han sido creadas para que cumplan funciones contrarias a la naturaleza de su creación. La Corte de Cuentas ha sido históricamente tapadera de la corrupción. Los gobernantes buscan tener funcionarios que les garanticen que sus cosas no se investiguen.