El Hyundai Elantra quedó cruzado en mitad de la calle. De él se bajó un hombre con una pistola en la mano. Dio unos pasos y cayó de golpe en el suelo aparentemente borracho. En el acto se puso de pie y caminó apuntando hacia el conductor del camión blanco.
— ¡No hombre, calmate!
Fueron las únicas palabras que pudo pronunciar Francisco O, el conductor del camión blanco. Después enmudeció.
El pistolero, moreno, pelo corto rapado como si fueran espinas, avanzó apuntando hacia el asiento del copiloto en el que viajaba Raquel con su esposo y ella dijo susurrando:
— Gloria a Dios, ya me tocó a mí.
Pero no disparó. Siguió avanzando mientras las mujeres gritaban:
— ¡Hay niños, hay niños, no dispare!
El grito coral de las mujeres fue ignorado, el sujeto levantó una pancarta colgada en la parte lateral del vehículo en la que puede leerse Rogelio alcalde y vio que en la cama del camión blanco había unos 15 pasajeros.
Entonces disparó a mansalva, a quemarropa, sin piedad
*
El domingo 31 de enero, docenas de militantes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) participaron en una caravana-mitin que tuvo como punto final de su recorrido el Monumento a la Constitución, en San Salvador.
Llegaron al punto de encuentro cerca de las tres de la tarde y pasadas las cinco de la tarde los efemelenistas comenzaron a largarse.
Guadalupe (nombre ficticio) subió a un pequeño camión blanco en el que iban a transportarse los militantes que necesitaran llegar al Centro de San Salvador, específicamente al 229, uno de los locales del partido.
Una vez en el 229 algunos iban a caminar para abordar el transporte colectivo. Otros iban a esperar un aventón. El camión lo conducía Francisco O. En el camino todo bien, todo marchó con normalidad de domingo, no hubo sobresaltos ni amenazas. Nada.
En la intersección entre la 3 Calle Poniente Schafick Handal y la 15 Avenida Norte, Guadalupe notó que un Hyundai color azul modelo Elantra zigzagueaba detrás del camión y frenaba de golpe, volvía a acelerar e intentaba chocar.
En el momento pensó que podía tratarse de una pareja de borrachos o drogadictos. Solo alguien fuera de sus cabales podía tratar de hacer algo tan tonto como chocar contra un vehículo más grande y pesado. Uno de los efemelenistas que viajaba en la cama del camión dijo en voz alta lo que probablemente todos habían concluido:
— Han de venir bolos porque si choca el perjudicado será él.
Otros militantes comenzaron a tirarle bolsas con agua al vehículo.
El conductor del sedán frenó y luego aceleró hasta adelantarlos. Después maniobró bruscamente hasta atravesar el vehículo azul en mitad de la 11 Avenida Norte, a unos pasos de la Cornucopia, en San Salvador.
Francisco O. frenó el camión de golpe. Una de las mujeres que viajaba en el asiento del copiloto gritó:
— Dele para atrás, dele para atrás, hay que irnos por otro lado.
Pero ya era tarde. El pistolero salió a matar.
Cuando las balas sonaron los militantes se tiraron a la cama del vehículo para protegerse. Todo fue rápido. El pistolero disparó una y otra vez, una y otra vez.
Desde los asientos del copiloto Raquel escuchó las balas pa-pa-pa y gritó desesperada por Guadalupe, su vecina a quien conoce desde que era una niña.
Guadalupe se tiró en la cama y encima de ella quedó otro militante que recibió un proyectil en la espalda. A sus pies quedaron tirados dos cuerpos ensangrentados.
El pistolero dejó de disparar hasta que aparentemente se le acabaron las municiones. Después corrió mientras se escondía el arma en la ingle.
Guadalupe escuchó a una mujer quejándose de dolor. Después vio el cuerpo de un compañero que no se movía. Alguien gritó:
— ¡Lo mataron, lo mataron!
El hombre que cubrió a Guadalupe lo confirmó:
— Creo que al compañero lo mataron. No se mueve.
Él también tenía un balazo incrustado en la espalda y sangraba. Pero en ese momento pensó que se trataba de una rozadura.
En ese momento Francisco O. mandó un audio a sus compañeros de militancia:
— Compañeros voy para el Hospital Rosales, nos dispararon ahí sobre la calle del Hospedaje el Oso; Voy para el hospital, no sé cuántos heridos hay.
En el fondo se escucha como ruido de fondo el aire cortado por la velocidad.
Entre la 11 Avenida Norte y el Rosales hay 1.1 kilómetros de distancia. Sin tráfico el vehículo pudo llegar en unos cinco minutos.
En el parqueo del hospital pudieron moverse. Entonces Guadalupe se dio cuenta que la mujer que se quejaba de dolor ya había muerto. El hombre que la salvó de recibir un balazo en el pecho le anunció que el hombre que estaba tirado a los pies de ambos también había fallecido.
Raquel saltó de la cabina del vehículo preguntando por Guadalupe. Gritó angustiada cuando la vio ensangrentada. Pero no era su sangre. Era de otras personas.
Guadalupe comenzó a gritar encolerizada en el hospital. Alguien había instigado durante todo este tiempo la violencia que en ese momento desembocó en dos asesinatos.
— Se sintieron intocables que podían matar a quien quisieran.
Desde que inició la campaña electoral los efemelenistas no pueden entrar en las comunidades a hacer campaña electoral libremente porque los amenazan e insultan.
En ese momento Guadalupe concluyó que todo ese odio instigado por el presidente Nayib Bukele había dado dos los frutos perversos que, según ella, él seguramente esperaba desde hace tiempo.
*
En el atentado murieron Gloria Rogel del Cid y Juan de Dios Tejada. Siguen hospitalizados Aquilino Ayala y Roberto Hernández.
Raúl Melara, fiscal general, se negó a confirmar que se trata de un acto de violencia política porque uno de los atacantes sufrió heridas de bala y están hospitalizados.
Guadalupe y Raquel aseguraron que después del atentado el motorista y todos los pasajeros fueron trasladados al Hospital Rosales.
Si después alguien respondió al ataque lo desconocen.