La alcaldía de Acajutla (en Sonsonate) habría perdido parte de la administración del cementerio. «Se lo quitaron esos parásitos”, lamenta José, después que un grupo de pandilleros de una clica de la Mara Salvatrucha (MS13) le cobrara $140 para que el angustiado hombre pudiera enterrar a su padre, quien hacía dos días había muerto.
La historia de Acajutla es compleja. En febrero pasado celebraron el 50 aniversario de obtener el título de Ciudad, pero Acajutla fue puerto antes que ciudad.
La actividad marítima trae más que prosperidad a cualquier tierra. En el caso de Acajutla, su actividad comercial hizo que el asentamiento de personas creciera en completo desorden. Sus calles fueron colocadas como quien tira cualquier vía en cualquier lugar, dejando lugar al crecimiento desmedido de moteles, cervecerías, prostíbulos; convirtiéndose en un lugar ideal para que estructuras del narcotráfico operaran en el municipio.
Pero desde la época de la conquista, Acajutla se ha caracterizado por acoger batallas sangrientas, como la aniquilación del ejército pipil, que citan historiadores, y que dejó a fuerza de sangre la conquista de la armada española.
La más reciente batalla vivida en Acajutla fue la ensangrentada contienda entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18, y que terminó con el éxodo de los pandilleros de la 18, pero que colocó a este municipio en la lista de los más violentos, con más de 75 asesinatos por año entre los años 2011 y 2012. La tregua entre pandillas hizo que la cifra se desplomara, como en la mayoría de lugares. Pero en Acajutla pasó algo más, y es que la pandilla predominante, la MS13, al parecer se ha apoderado de una parte de la infraestructura municipal. Todos saben, pero nadie hace nada. “Acá los muchachos mandan”, dice José.
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Hace dos meses José recibió una mala noticia. Su padre padecía cáncer en el colon en etapa terminal. Las expectativas de vida eran nulas. El padre de José tenía un mes de vida. El hombre de más de 65 años vivió un poco más de los pronosticado. A 50 días de recibir aquella noticia, el hombre murió. José había realizado un préstamo bancario para subsidiar los gastos médicos de su padre. El dinero ahora lo utilizaría para los gastos fúnebres.
José es originario de Acajutla. En este municipio velaría y sepultaría.
Después de recibir la noticia de la muerte de su padre, José se dirigió a la alcaldía de Acajutla para cancelar los tributos municipales y el nicho en el cementerio de la localidad. Llegó temprano a una alcaldía con poco trabajo administrativo. Una mujer lo atendió.
“¿A qué trámite viene?”, le preguntó la joven secretaria, a lo que un José sereno le pidió que le explicara cuáles eran los pasos a seguir para cancelar los derechos de sepultura. La mujer le respondió: “ese trámite no se hace acá (en la alcaldía). Para eso debe entenderse directamente en el cementerio. Ahí lo van a atender”. José se sintió bien, porque pensó que las diligencias serían menos y que el trámite sería expedito.
De inmediato se desplazó al cementerio. La caseta se encontraba vacía, la oficina también. Confundido caminó unos pasos, pero de inmediato le salió un joven al paso. Vestía shorts, camiseta floja y gorra; sin decir nada se le quedó viendo fijo a José. No dijo nada, pero sabía que su mirada preguntaba las razones de su presencia en el cementerio. José, intimidado, dijo:
– Buenas tardes, disculpe sabe con quién me puedo entender para cancelar los derechos de sepultura de una persona.
– Sí, es conmigo – dijo el joven.
– ¿Usted trabaja en la alcaldía? – preguntó confundido José.
– No – respondió.
– Entonces, cómo es que usted me va a hacer ese trámite – replicó incrédulo de las respuestas de aquel joven.
– A la puta, es que aquí la Mara cobra este impuesto – respondió aquel joven en tono intolerante, y siguió – son $140.
– Pero eso es mucho – respondió de inmediato José.
– Bueno, eso si querés, si no ahí tenelo en la casa – vociferó el joven pandillero al mismo tiempo que sacó de la bolsa de su short un teléfono celular. De inmediato llegaron al lugar dos pandilleros más, con el mismo tipo de vestimenta y con tatuajes en sus rostros. Uno de ellos dijo “¿qué pedo?”. José contestó “nada”, sacando el dinero de su bolsa y canceló el “impuesto” a “la Mara”.
“No es posible que ahora ya ni enterrar a la gente se puede”, lamenta José al darse cuenta que el cementerio aparentemente se encuentra bajo el control de un grupo de 15 pandilleros de la Mara Salvatrucha que operan en el Barrio La Peña, uno de los sitios más conflictivos y con mayor presencia de miembros de estructuras criminales según información policial.
Después de cancelar “el impuesto”, José recibió del grupo de pandilleros una cruz de cemento y una lápida para que él colocara el epitafio que deseara. Dos pandilleros más asistieron al entierro y fueron los encargados de cavar la fosa en donde fue enterrado el padre de José.
Diario 1 consultó a la Unidad de Comunicaciones de la Alcaldía de Acajutla sobre el cobro de presuntos pandilleros a los usuarios del cementerio. «A lo mejor se equivocaron y compraron un título de perpetuidad», dijeron al señalar que el cobro por este servicio ronda los $120.
«No tenemos conocimiento del caso; y de hecho sería el primero que se registra con estas características», señaló la fuente consultada. A pesar de esto, añadió que la autoridad municipal tiene conocimiento que en las cercanías del cementerio municipal existen personas que se dedican a trabajar dando mantenimiento a las lápidas, «lo que no sabemos si ellos son o no pandilleros», señaló.
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La zona sur del departamento de Sonsonate se convirtió en el refugio de pandilleros de la MS13 y del Barrio 18, teniendo como importante lugar de refugio a pandilleros deportados, siendo los fundadores de clicas de renombre como la Fulton Locos Salvatruchos.
El enfrentamiento entre los años 2011 y 2012 derivó en la huida del Barrio 18 de la zona, aunque en los años de la denominada tregua entre pandillas Acajutla mostró una reducción significativa, pasando de 75 a 15, en promedio anual.
Pero la tregua significó, en el caso de Acajutla, una reestructuración de la pandilla, logrando ganar territorios en donde no se tenía miembros, como el caso del cementerio.