El Salvador
lunes 25 de noviembre de 2024

«Con suerte se puede entrar al Botoncillal y salir vivo»

por Redacción


El cantón El Botoncillal, en el municipio de Colón, se ha convertido en sinónimo de muerte. En este lugar, según la policía, opera una estructura delincuencial a la que se le atribuye la mayor cantidad de homicidios en la zona norte de ese municipio.

En el kilómetro 23 de la carretera que de San Salvador conduce a Santa Ana, después del desvío a Sonsonate, existen dos calles divididas por un arriate. Son calles desoladas, entre dos fábricas. Esas calles pocos tienen el valor de cruzarlas. Esas conducen a El Botoncillal, uno de los cantones más temidos de Colón, en La Libertad.

Omar, tiene unos 30 años, parece policía de película de los 80´s. Utiliza una camisa blanca de mangas cortas pegadas a los bíceps. Sobre su nariz unos lentes oscuros de gota, pantalones de lona pegados, su cabello rapado oculta su calvicie cada vez más creciente, maneja un pick up doble cabina con vidrios polarizados. En la puerta del conductor asoma el codo de Omar.

El joven no conocía su ruta. Sabía donde quedaba, pero no sabía qué significaba en su hoja de destino las palabras “El Botoncillal”.

La mañana del miércoles, Omar tomó el vehículo y emprendió viaje. Escuchaba música cuando su vehículo en neutro se desplazaba por la autopista Los Chorros. Seguía bajando hasta pasar el desvío a Sonsonate. Después se cruzó. Un arco despintado, sucio y medio destruido no lo perturbó. Continuó. Pasó la Unidad de Salud de Colón. Al llegar a la cruz calle se asustó.

Un joven de aproximadamente 14 años se colgó de su codo. Con teléfono en la otra mano habló:

– Ya lo tengo.

Alguien respondió, Omar no sabía que decir, ni qué hacer, ni cómo reaccionar.

– Creo que es trofeo, apurate.

Seguía hablando el niño, mientras alguien le contestaba.

– Si acá lo tengo, no lo voy a dejar ir. Salí.

Omar se asustó, pero después dijo “este mono cerote”. Pero el niño lo soltó y vio al costado. Omar vuelve su mirada y ve que corren dos sujetos con apariencia de pandilleros. Se asusta. Los dos traen armas en sus manos. Se abren paso entre unas personas que caminaban por la acera.

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Colón es un municipio violento. En el año 2015, en sus 84 kilómetros cuadrados, se cometieron 114 asesinatos. En 2016 la cifra bajó a los 55 homicidios. Entre enero y febrero de este año se cometieron 7 muertes violentas, según cifras de la Policía Nacional Civil (PNC).

“La violencia es compleja en Colón”, asegura un oficial de la PNC que prefiere el anonimato. Además agrega que en el municipio operan las dos principales pandillas que existen en el país, la 18 y la Mara Salvatrucha (MS).

La MS lo hace en mayor parte del terreno de dicho municipio. La forma de operar es valerse de la zona rural para poder huir con facilidad. “Existe un corredor que conecta Colón, San Juan Opico y Quezaltepeque; ese es el que utilizan”, advierte el oficial.

Asegura que hay denuncias de la existencia de grupos armados en la zona. Su principal asentamiento se encuentra en el cantón El Botoncillal. Estos son los que engrosan los homicidios en la zona norte de Colón. O al menos esa es la hipótesis de la PNC.

“Nos han alertado de ellos, pero cuando llegamos ya huyeron. Son escurridizos”, añade el oficial.

Según publicaciones de El Diario de Hoy durante el año 2015 se reportaron 71 desaparecimientos denunciados, en 2016 bajó a 57. La misma publicación señala que la misma PNC, durante la investigación los periodistas fueron advertidos por algunos agentes policiales que les respondieron, ante la solicitud de ir al terreno “¡No! ¡No vayan!”.

Esta versión es negada por oficiales consultados por Diario1, pero a la vez creen que es cuestión de suerte ir a ese lugar y no encontrarse con pandilleros.

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“Yo creí que me iban a matar”, dice Omar. “Menos mal que antes de disparar me preguntó: ¿qué putas hacés? Me dio chance de contestar”.

Omar asustado, temblando, le intentó explicar que trabajaba. Que iba a entregar una encomienda, ya que trabaja en una empresa de distribución de paquetería. Intentó porque dice que los nervios lo traicionaron. No pudo explicar mucho. Mostró recibos, papeles, y documentos. El pandillero al ver aquel hombre de 30 años temblar y hablar entrecortado con el llanto amarrado en su garganta, se compadeció.

– Sabés me ganaste, va. Tranquilo – le dijo el pandillero a Omar.

– No caballero, disculpe si lo molesté – dijo Omar.

– Tranquilo dejate de culeradas va. Dale, podés pasar, pero no me volvás a hacer esto. Aquí la cosa es, va, como nosotros decimos, va. Hacé lo que tenés que hacer, nadie te va a hacer algo, va – le contestó el pandillero mientras guardaba la pistola en su cintura.

– No caballero, usted tiene razón fue mi error – dice Omar mientras pensaba “le voy a dar la razón de todo, me quiero ir a la mierda ya” recuerda -, si le molesta que ande acá, mejor me voy. Lo que no quiero es incomodarlo.

– Hay ve vos qué putas hacés. Ya te di mi palabra.

– Deme chance de dar la vuelta y me voy – le dijo Omar.

– Andate a la mierda pues – concluyó el pandillero mientras se alejaba.

«Es cuestión de surte. Con suerte se puede entrar al Botoncillal y salir vivo», señala Omar.