Con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, Berta Luz Cárcamo abrazó por última vez a su pequeño hijo de tres años, lo persignó y se bajó del vehículo para ir a encontrarse con la muerte. Pasos adelante, en un predio baldío, dos hombres armados la escoltaron y la metieron a una cabaña, donde había otras ocho personas hincadas y con las manos amarradas.
Era la tarde del 30 de marzo del 2015 y Berta, junto a su primo y su hijo, llegaron al lugar equivocado, en el momento equivocado. Llegaron buscando un lugar donde dejar guardado su furgón. Llegaron sin saber que iban a morir.
La masacre estaba a punto de suceder, y Adonay Lemus Sánchez, alias El Choco, había dado la orden clara y precisa: mátenlos a todos y no dejen evidencias. Adentro de la cabaña estaba la principal víctima, por quien había comenzado todo, Ramón Alfredo Alemán Osorio, alias El Moncho.
El Moncho era parte de una banda que asaltaba furgones en todo El Salvador, para luego traficar la mercadería robada. Sin embargo, hacía un par de días atrás, uno de sus amigos había descubierto el secreto que lo llevaría a la tumba: Moncho se había estado aprovechando de los camiones de la estructura para traficar droga a beneficio propio. Lo habían declarado traidor.
Montes era ese amigo. «Montes» es el nombre con el que la Fiscalía General de la República (FGR) ha llamado al testigo clave que relató todos los hechos de la masacre del 30 de marzo del 2015, conocida como la masacre de Quezaltepeque.
La estructura de roba furgones estaba constituida por una veintena de hombres al servicio de Juan José Urbina Hércules, alias El Tigre, quien lideraba y coordinaba las operaciones a nivel nacional. Esta estructura venía operando desde el año 2008 hasta principios del 2015, cuando ocurrió la masacre.
De acuerdo con el requerimiento fiscal presentado por la FGR este martes 5 de julio, la banda de El Tigre había asaltado al menos nueve furgones y robado mercadería valorada en más de un cuarto de millón de dólares durante los últimos cinco años.
Sin embargo, luego de que Montes se diera cuenta que uno de los miembros de la estructura estaba traficando droga en los carros de la organización sin compartir los beneficios con los demás, informó a sus superiores para que le dieran muerte.
Fue por eso que El Tigre se reunió tres días antes de la masacre con Adonay Lemus Sánchez, alias El Choco, el líder de otra organización de tráfico de mercadería robada que operaba en Santa Ana, para tomar una decisión sobre el comportamiento de su compañero.
El Choco dudó menos y planificó de inmediato los roles que cada uno jugaría para terminar con la vida de El Moncho. Minutos después de la plática le hicieron una llamada telefónica para dejarlo en evidencia frente a sus jefes, preguntándoles si era verdad lo de sus movidas.
Tres hombres cuidarían la fachada de la cabaña, dos más estarían adentro para jalar el gatillo y dos más iban a “banderear” o a “postear” para asegurarse que no viniera la policía.
El Choco, junto a El Tigre, llegaron cerca del mediodía a la oficina de El Moncho, ubicada en un predio baldío sobre el kilómetro 28 y medio de la carretera Panamericana.
Tres hombres entraron a la cabaña y amarraron a El Moncho y otros dos de los suyos. Los hincaron, les amarraron las manos con cintas plásticas y comenzaron a torturar. Los golpes de una varilla de hierro en el pecho y en la espalda comenzaron a marcar la piel de El Moncho, mientras El Choco y El Tigre veían de cerca.
Montes y otro hombre andaban en el carro sobre la carretera que desde Opico conduce a Quezaltepeque y viceversa para darle un perímetro más amplio al “posteo” y asegurarse que no llegara la policía.
Pero una vez capturado El Moncho y otros dos de los suyos, sucedió algo inesperado. Dos jóvenes llegaron buscando comprar una batería para carro, parte del negocio de El Moncho en su local.
Los hombres de El Choco y El Tigre atraparon a los dos jóvenes y los amarraron a la par de El Moncho. Minutos después comenzó a llegar más gente que no tenía nada que ver con la estructura y su ajuste de cuentas y también fue capturada.
Cerca de las tres de la tarde, Marcos Wilfredo Cárcamo llegó junto a su prima y su sobrino de tres años a dejar su furgón. Al día siguiente tenía que salir, y había planeado llevar solo el cabezal. Pero todo salió mal y fue capturado por los hombres de El Choco.
Uno a uno los fueron ejecutando con un tiro en la cabeza sin distinción de inocentes o criminales. Luego, al estar los nueve cuerpos tendidos, El Choco ordenó retirar toda la evidencia y largarse del lugar, no sin antes pensar que no tardarían en comenzar a investigar la masacre.
Fue por eso que le ordenó a El Enano que dibujara unas zetas con sangre en las paredes, para que los investigadores creyeran que se trataba de un ataque de el cártel de Los Zetas, una organización mexicana de narcotráfico y terorrismo fundada a finales de los noventas, nacido como el brazo armado del Cártel del Golfo.
Los cuerpos de Ramón Alfredo Alemán Osorio “El Moncho”, Berta Luz Cárcamo Ortiz, Marcos Wilfredo Cárcamo Ordoñez, Omar Adolfo Alemán Osorio, Juan Douglas Pocasangre de León, René Edgardo Ramírez Morales, Ricardo Alemán Mancía, Rudis Alcides Lazo Flores y Franklin Vanegas Ayala quedaron tirados adentro de la cabaña.
Cuando los investigadores llegaron, alguien filtró en los medios de comunicación una imagen con las zetas de sangre en las paredes y, sumado a la fuerte presencia de agentes de la División Antinarcotráfico de la Policía Nacional Civil (PNC), se murmuró que podrían ser Los Zetas quienes habían masacrado en Quezaltepeque.
Sin embargo, días despúés de la masacre, el entonces director de la Policía, Mauricio Ramírez Landaverde, confirmó que el hecho estaba relacionado con drogas, pero que se trataba de una estructura nacional, no de Los Zetas.
Tras un año de investigaciones, la fiscalía logró dar con el paradero de once miembros de la estructura criminal a quienes les atribuye la masacre de nueve personas y nueve robos agravados. Además, el Ministerio Público descubrió que el grupo de narcotraficantes con el que El Moncho se relacionó fue con «Los Cacerolos», del municipio de Metapán, en Santa Ana.
Milton Omar Anaya Chinchilla, alias El Baba, Juan José Urbina Hércules, alias El Tigre (Jefe de la estructura), Victor Misael Rivera Ramirez, José Trinidad Quezada, de Adonay Lemus Sánchez, alias El Choco, Edwin Everto Morazán León, y Edgar Judith Pérez fueron enviados a prisión preventiva este martes, luego de la audiencia inicial.