Un pick up 4×4 color beige dobla la esquina y se detiene bruscamente frente a Medicina Legal. El conductor termina de parquearlo bien, mientras que el copiloto se baja y mira para todos lados, como buscando algo. Es un hombre moreno, cabello corto y fornido. Viste una camisa blanca y un jeans azul. En la cama del vehículo viene una especie de cofre, un ataúd metálico color oro.
El conductor se baja del carro y se acerca a su compañero haciendo el mismo gesto de buscar algo o a alguien mientras balancea en su mano un juego de llaves colgado de una cinta. Este viste una camisa beige y es más delgado y bajito que su compañero.
-¿Nada? –pregunta el que venía manejando.
-No. Solo una veo, la que está allá – responde el otro hombre, señalando hacia un árbol bajo el cual, desde hace unos minutos, están sentados un hombre y una mujer.
-¡Y no dijo que había varias familias, pues!
-Quizá nos dio paja aquel.
Ambos hombres son empleados de la funeraria El Perdón y han venido a buscar clientes. Familias a las que se les haya muerto hijo, un padre, una esposa, una hermana, un familiar, y necesiten llevárselo para velarlo y darle sepultura.
Según dicen, un empleado de Medicina Legal les llamó, avisándoles que había varias familias afuera, esperando que les entregaran los cuerpos. Porque así es; como “muerteros”, tienen contactos en Medicina Legal, en la policía, y hasta en cuerpos de socorro.
Uno de los muerteros explica que esta ayuda que les brindan sus fuentes “es agradecida” con 20 o 30 dólares por negocio que ellos hagan.
-A veces hasta los mismos policías nos echan la mano. Como ellos están en la escena, ¿va?, pero otras veces del mismo 911 nos avisan, como ahí sí les cae todo. Entonces uno les tiene que reconocer con algo ahí – dice el muertero que prefiere no decir su nombre.
Pero lo que han encontrado no es lo que esperaban. En toda la tarde de este viernes, solo cuatro familias han venido a retirar a sus muertos de Medicina Legal región centro, ubicada en San Salvador, esta que hace unos meses era una de las ciudades más violentas del mundo.
La Meditación, El Divino Salvador, El Eterno Descanso y El Perdón, son los nombres de las cuatro funerarias que han venido a retirar muertos esta tarde.
“Quemado”, así le llaman los muerteros a la situación cuando casi no hay muertos. Como hoy. O más bien, como estos últimos meses en los que el número de muertos diarios ha venido disminuyendo desde los 24 que teníamos a principio de año hasta alcanzar los 11 diarios a finales de abril, según estadísticas de la Policía Nacional Civil.
Paradójicamente, esta reducción de homicidios que para miles es una buena noticia, para otros no lo es del todo. Como para quienes, literalmente, viven de los muertos en El Salvador. Como para estos dos muerteros que están de turno en fin de semana “quemado”.
Aunque no solo viven de los muertos por violencia, pues no hay que olvidar que las funerarias también dan servicio a las muertes naturales o accidentales, los muerteros – además de las empresas de venta de armas, por mencionar uno más – han sabido ver en la violencia un negocio, y en cuando la demanda es poca, tienen que esforzarse más por conseguir clientes.
Según uno de los muerteros, hay varias formas de vender servicios fúnebres en este país. El primero es la venta por adelantado o “de previsión”, según ellos mismos le llaman. Para esto hay varios vendedores que se encargan de ir casa por casa, ofreciendo paquetes fúnebres a familias pobres que pueden pagar cuotas mensuales de hasta $12, dependiendo el servicio que deseen reservar.
Estos paquetes incluyen desde ir a traer el cadáver donde quiera que esté, prepararlo para que no se descomponga en término de 24 horas, un ataúd “básico”, y el traslado hasta el cementerio en un carro fúnebre con vitrina y música.
El precio de los servicios, según explica el muertero, varía desde los $750 hasta los $2 mil; siendo este último el paquete al que ellos llaman “el colombiano”, porque incluye un ataúd al que llaman con el mismo nombre, y la preparación del cuerpo hasta por tres días.
El segundo método, y en el que más fe los muerteros, es el de agarrar “en caliente” a las familias. Explica que esta forma de vender consiste en ir hasta las escenas del crimen, donde quiera que estén, y hablar con la familia de los fallecidos para proponerle un catálogo de precios.
-A veces hasta nos peleamos. ¿Vio la vez pasada a los dos que se agarraron a darse duro ahí enfrente? Era uno de la Luz de Israel con otro de otra funeraria – explica entre risas el muertero –. Es que eso pasa cuando a uno le quieren robar los clientes, porque créame que pasa, y bien seguido.
De esta pareja, el que venía manejando, según explican, es el que se encarga de negociar con las familias, y solo cuando se pone difícil, su compañero interviene. “A veces se para otro muertero a la par de uno y comienza a meterle cizaña a la familia. Le dicen que los muertos de uno se arruinan, que se engusanan, que se los dan cambiados. Entonces es cuando se pone fea la cosa”, explica el negociador.
Sin embargo, de las cerca de ocho funerarias más fuertes que hay en San Salvador, según estos muerteros, casi todos los empleados han logrado llegar a acuerdos cuando se encuentran en una escena de homicidio y hay pocos muertos.
-Por ejemplo, cuando llegamos a una escena y hay tres funerarias y hay cuatro muertos, nos decimos “vaya, agarrémonos uno cada uno, y el que pueda que se agarre el que sobra”. Y así nos vamos tranquilos. Otras veces, cuando hay más funerarias que muertos, el que llega de último se tiene que regresar – explica uno de los muerteros.
Pero no todo en el negocio de los muerteros es fácil. También ellos corren peligro al entrar a zonas controladas por pandillas, cuando quieren ir a negociar sus servicios con la familia de algún fallecido.
-La mayoría del tiempo, los bichos solo nos piden un par de monedas. Nos paran en la entrada y nos dicen “hey, ¿qué ondas? ¿te vas a sacar para los cigarros siquiera?” y ya uno les da unos dos dólares y se quedan tranquilos. Hasta le ayudan a uno dándole la dirección. Pero hay otras veces en las que nos han hincado y nos han quitado la camisa para ver si somos de maras. O nos piden el DUI y nos dicen que nos regresemos, que no podemos entrar.