El teléfono sonó y en la pantalla había un número desconocido. Don Roberto tomó el aparato y nunca se imaginó lo que iba a suceder: uno de sus empleados le llamaba desesperado diciendo que le acababan de robar un taxi de la flota y que apenas lo dejaron vivo.
El empresario de taxis colgó la llamada luego de asegurarse de que su empleado estaba bien e hizo un par de gestiones más. Era la mañana de un lunes de enero y para entonces el negocio iba bastante bien.
Pasaron apenas unos minutos cuando tuvo frente a sí a su empleado, agitado, cansado y titubeante al hablar. Este le explicó que un grupo de sujetos simularon pedirle una “carrera” desde Santa Tecla hasta San Salvador, y una vez en el destino lo encañonaron y le pidieron que se bajara del vehículo.
El taxista, sorprendido y temeroso, se bajó del carro a punta de pistola y entregó los documentos y el dinero. También le quitaron el radio comunicador y su teléfono. Eso sí, antes de marcharse, los ladrones le dejaron un papel con un número de teléfono al que debía llamar “si quería recuperar el taxi”.
Cuando el empleado logró conseguir un teléfono prestado para comunicarse con los ladrones, la voz de un pandillero contestó diciéndole que hablaba en nombre del Barrio 18 y que a partir de ese mes querían $100 cada sábado por cada uno de los taxis de la cooperativa, que ya sabían cuántos tenían y que no intentaran mentirles porque los tenían “controlados”.
Don Roberto escuchó atento el relato de su empleado y no tardó en llamar a la Policía Nacional Civil (PNC) para denunciar su caso. Un equipo de agentes de la Unidad Étlite Contra el Crimen Organizado (DECO) de la policía se hizo presente al lugar y comenzó la operación.
El primer paso, según consta en el expediente judicial del caso que más tarde sería llevado a los tribunales, fue que uno de los agentes investigadores se hizo pasar por el empresario y dueño de la flota de taxis que operaba en la zona de Santa Tecla, Antiguo Cuscatlán y San Salvador.
El agente tomó un teléfono de la policía y llamó al número que habían dado los pandilleros para negociar el monto de la extorsión. Acordaron dejar en $200 mensuales sin enojos. La pandilla aceptó y el policía detectó que era un caso de extorsión complejo en el que había, obviamente, más personas participando.
Así fue como decidieron hacer una serie de entregas controladas de dinero y conformaron tres equipos de investigadores que participarían para arrestar a los extorsionistas. El primer equipo estaría conformado por tres agentes vestidos de civil. Uno de ellos era quien haría las veces de “negociado” o víctima; el segundo lo trasladaría hasta el lugar donde pactaron hacer la entrega mensual del dinero, y el tercero se quedaría cerca, cuidando la zona.
El segundo equipo fue conformado por dos agentes más que llegarían en vehículo al lugar. Desde una posición estratégica, estos dos agentes tenían la tarea de fotografiar a los que llegaran a recoger el dinero. El tercer equipo eran tres policías uniformados cuya función principal era detener a los que recibieran el dinero y posteriormente “ficharlos”.
La primera entrega fue pactada en la entrada de un restaurante de comida rápida ubicado sobre la calle antigua a San Marcos, en el barrio San Jacinto, San Salvador. Los negociadores habían acordado que un sujeto vestido con un centro blanco llegaría a recoger el dinero y que la víctima se lo daría en un sobre de manila sin sellar.
Cada uno de los equipos estaban en sus posiciones, y cerca de las dos de la tarde del día pactado, un sujeto de centro blanco llegó al lugar acordado. Venía caminando un tanto sospechoso, viendo hacia los lados y a paso apresurado. Se acercó a una camioneta negra y tocó el vidrio de la ventana.
El oficial encubierto bajó el vidrio y fingió darle el dinero con un tanto de miedo. Después de un momento, la falsa víctima le entregó el dinero al pandillero y este último salió caminando sobre la calle conocida como Calle México, siempre en el mismo municipio. Dos de los agentes del segundo equipo caminaron detrás de ellos vestidos de civil para ubicar el rumbo con el que se dirigían y luego alertaron a los agentes uniformados para que los detuvieran.
A unos cuantos pasos del lugar donde fue la entrega, el sujeto de centro blanco se reunió con otro que parecía ser menor de edad y le entregó algunos billetes. Ambos siguieron su camino en una misma dirección como si nada. Más adelante, los tres agentes uniformados que ya habían sido alertados les salieron al paso y los detuvieron.
Los policías registraron a los detenidos y les encontraron a cada uno cerca de $100 en la bolsa del pantalón. Los sujetos, asustados, no supieron explicar la procedencia del dinero. Sin embargo, los agentes, como parte del plan que tenía como objetivo capturar a toda la estructura detrás de la extorsión, no les incautó el dinero sino que solo les tomó fotografías y anotó los números de serie de los billetes “fichados” y los dejó ir.
Como esta ocurrieron tres entregas controladas más en las que el equipo de investigadores logró realizar fotografías a los pandilleros que llegaban a recoger el dinero que previamente habían exigido vía telefónica. Estas constan en el expediente judicial del caso. En total fueron cinco los involucrados que la policía logró individualizar para luego pasar la información a la Fiscalía General de la República, quien les giró orden de captura por el delito de extorsión.
William Giovani Figueroa Mejía; José Guillermo Recinos Cueva; José Franchesinny Ángel; Iber Alejandro Carlos Morales, y Tommy Alberto Mejía Cárcamo fueron procesados y finalmente condenados a 15 años de prisión por el delito de extorsión por el tribunal sexto de sentencia de San Salvador, tras haber sido hallados culpables de cometer el delito de extorsión agravada. Esta sentencia fue emitida el pasado lunes 23 de mayo.