Eran cerca de las 8:00 de la noche y Kataleya se detuvo entre un tumulto de gente, frente al parque San José, en el Centro de San Salvador, a esperar el microbús de la ruta 41-F que la llevaría hasta su casa, sin saber lo que le iba a suceder.
De pronto, mientras dejaba la mirada perdida un momento sobre la calle, la mujer sintió un brazo que le rodeaba la cintura y una voz que le hablaba al oído: “¿Verdad que vos sos novia de un pandillero?”.
Un sujeto alto, moreno, pelo parado le hablaba de forma intimidante. Ella contestó que no, que no era novia de ningún pandillero. El sujeto obvió la respuesta de Kataleya y le lanzó otras dos afirmaciones: Vos siempre te peinás así; siempre esperás el bus aquí mismo. La mujer no supo qué responder cuando, a tiempo que escuchaba la voz amenazante, sintió una navaja que la punzaba por la cintura.
El sujeto le pidió a su víctima que colaborara. Le dijo que nada le iba a pasar. La hizo caminar por una calle hasta que estuvieron solos y le pidió todo el dinero que andaba y su teléfono. Kataleya entregó los únicos cuatro dólares que cargaba y su teléfono celular.
“Vos sos mujer de un marero, ¿va?”, insistía el victimario, mientras la acercaba a la entrada de un hospedaje llamado Arizona y pagaba la entrada con los mismos cuatro dólares que le acababa de robar a su víctima. La navaja seguía oculta y amenazante, cerca de la cintura. “Solo un rato”, le dijo al portero y le entregó el dinero.
“Desnudate, quiero ver si andás tatuajes”, le dijo el victimario a Kataleya, una vez que la había ingresado por la fuerza a una habitación. La víctima intentó resistirse, pero su captor estuvo presto a recordarle que podía quedar muerta en ese mismo lugar si no colaboraba. Accedió.
Una vez la mujer se quitó la ropa, el victimario se lanzó sobre ella para abusarla sin soltar la navaja durante al menos treinta minutos.
Después de violarla, el sujeto le ordenó que se pusiera nuevamente su ropa y salieron juntos, tomándola a ella del brazo, simulando que era su pareja. La encaminó hasta la parada de buses y le dio una moneda de $0.25. “Para que te vayás en el bus”, dijo, segúndos antes de desaparecer.
Pasaron dos meses desde el día de la violación, y Kataleya no supo cómo reaccionar. Fue hasta un diez de octubre del 2015 cuando vio la fotografía de aquel criminal que abusó de ella que supo lo que pasó. “Fiscalía acusa a otro supuesto violador en serie”, decía el titular de La Prensa Gráfica en el que se revelaba el nombre de Mauricio Geovany Pérez Guerra, el violador en serie del parque San José.
Pérez Guerra fue capturado en flagrancia cuando se disponía a violar a la que, según las autoridades, sería su cuarta víctima.
Fue esta noticia la que llevó a la víctima a denunciar su caso y entregarse como víctima bajo régimen de protección. Fue entonces cuando le asignaron un nombre ficticio: Kataleya. Con este se atrevería a denunciar y contar todo lo que sufrió.
Un proces judicial que duró más de seis meses terminó por fin a inicios de este mes de mayo: 18 años de cárcel más para su victimario, quien ya se encuentra recluido en el penal La Esperanza, conocido como “Mariona” por el caso de Kataleya y otros tres más.