Gerardo Ochoa corría por las calles de la colonia Atlacatl en San Salvador con toda la energía de un niño de seis años, con una capa atada a sus espaldas. Sus amigos de la infancia lo apodaron desde entonces Súper Manguito, y de ahí vino el sobrenombre que lo acompaña hasta hoy. Mango es ahora, a sus 34 años de vida, uno de los pioneros del arte corporal en el país y lo defiende a capa y espada. “Ver que a la gente le gusta el trabajo que hago es una de las mejores satisfacciones”, dice.
Mango tiene sus brazos repletos de tatuajes artísticos. Tres piercing en el umbral de sus fosas nasales, una barba espesa y unas expansiones de 100 milímetros en los lóbulos, decoran el cuerpo del primer salvadoreño que realizó una suspensión corporal en el país. “Fui el primero en incursionar en las modificaciones corporales desde escarificación, lengua bífida, implantes subdermales y “brandy solar” (arte a través de la quemadura de sol)” relata el perforador de cuerpos.
Aunque Mango ahora solo se dedica a hacer perforaciones y modificaciones corporales, el equipo de trabajo en su local lo forma junto a dos personas más que se encargan de tatuar. En la entrada hay una vitrina con las piezas de metal quirúrgico con las realiza sus perforaciones y al fondo están las camillas con las herramientas para manchar la piel. Como decoración, varias camisas con diseños excéntricos tapizan las paredes del local.
Antes de ser un pionero de las modificaciones corporales, Mango tuvo decenas de trabajos. Desde librerías universitarias, bares, oenegés como trasportista y a trabajar en una ladrillera en Aguilares descargando arena. “Así salía a conocer diferentes partes del país, y no pasaba en la casa”, narra Ochoa con un aire divertido.
A sus diecisiete años se hizo su primer tatuaje con el primer sueldo que ganó formalmente en las bodegas de una empresa de cuadernos. Desde entonces se adentró al mundo del tatuaje y las perforaciones, experimentando en él mismo, perforando a domicilio a sus amigos. “Todo lo que sé es emperico. Pero si he recibido capacitaciones con médicos acerca de infecciones de la piel y cursos de primeros auxilios. También me ha tocado leer libros de anatomía”, relata el artista con más de 10 años de trayectoria profesional.
Su trabajo no se puede catalogar dentro del arte urbano, como habitualmente se hace, según afirma. “Tatuajes puede hacerse cualquiera, no solo el artista urbano o que esté en la cultura underground salvadoreña”, añade. Al estudio se llegan a tatuar y perforar desde juezas de la Corte Suprema de Justicia hasta pastores de iglesias, según relata el modificador corporal.
“Una jueza me contó que se iba a perforar sus genitales porque su esposo se lo había pedido. Que primero se lo haría ella y después él. Él nunca apareció, pero la jueza vino una vez más por otro piercing ahí mismo”, cuenta el perforador. “El pastor Toby Jr. es nuestro cliente también, el viene en su moto para hacerse tatuajes. Todos pensarían que solo de temas religiosos, pero no es tanto así, son tatuajes más que todo de su familia”, relata Mango.
“Él viene como civil, y saluda y toda la onda como alguien normal. Aquí nosotros lo tatuamos como alguien normal”, cuenta.
El tipo de negocio que Mango realiza puede encontrarse en un vacío legal. No se puede considerar ni salón de belleza ni una clínica. “Tratamos y modificamos el cuerpo a las personas como si fueran a un spa y atendemos a las personas con procedimientos quirúrgicos, pero el Ministerio de Salud no nos quiere reconocer de ninguna forma”, agrega al reflexionar sobre su profesión, la que le ha dado de comer a sus hijos.
Mango cuenta que su piel pintada provocó en una ocasión que un vigilante lo detuviera en la entrada cuando quiso matricular a sus hijos en un instituto técnico salesiano. “No te puedo dejar”, recuerda que le decía. “Mis hijos lo ven normal. Han crecido en este mundo”, dice, aunque también reconoce que “en la escuela se sorprenden cuando ven quién es el papá”.
La mayoría de sus clientes le preguntan que si a su esposa también le gusta los tatuajes, que si se ve como él. “Una vez que estaba con un cliente, cuando ella vino al local, y todos se sorprendieron al verla con ropa formal de trabajo. Ella trabaja como ejecutiva de venta para una empresa de teléfonos” dice Mango. En la calle, las personas a veces le preguntan si es de otro país. “Soy de acá, aquí me hecho todas estas locuras” responde siempre.
Son cientos los tatuajes que decoran el cuerpo del Mango. Unos sacados de revistas de tatuadores famosos. Otros inventadas por sus historias de vida. Los nombres de sus hijos, engranes en su cráneo, y en las falanges de sus manos una leyenda que reza “Attitude & Respect”. En su pómulo derecho reposa un símbolo de los vikingos llamado Valknut, también llamado nudo de la muerte; un símbolo compuesto por tres triángulos entrelazados, que le recuerda a un colega.
En su brazo derecho tiene marcado el símbolo de la canción «Cowboys from Hell”, de la banda de heavy metal Pantera. “Yo me hice éste tatuaje un día martes, otro amigo se hizo el mismo tatuaje el jueves y otro más se lo hizo el sábado. A este último lo mataron el día siguiente. Representa mucho para mí” cuenta el perforador mientras señala y muestra cada una de sus tatuajes.
Mango fue unos de los primeros en experimentar diferentes técnicas en modificaciones corporales. Su lengua bífida, que consiste en tener cortada la lengua desde la parte central hasta la punta, es un ejemplo de ello. “Las tendencias van cambiando y volviéndose más extremas. Hay gente que se corta un dedo o otras partes del cuerpo experimentado” explica el modificador.
En 2012, el artista francés Lukas Zpira pasó por El Salvador para realizar tomas de su documental “The Chaos Chronicles”, que retrata diferentes expresiones artísticas a lo largo de América. Mango y un grupo de amigos lo recibieron para realizar la primera suspensión corporal en el país. “Fue algo inesperado, tres días antes nos avisaron que Lukas pasaba por acá, y rápido armamos algo, en un bar por la Colonia San Benito”, narra Mango.
La noche del 26 de septiembre, fueron dos mujeres, tres hombres y Mango los que se suspendieron, con dos ganchos de acero quirúrgico que atravesaban la piel de sus espaldas, quedando en el aire a una altura de más de dos metros. “El dolor no se siente por la adrenalina del momento. Toda una experiencia”, cuenta con satisfecho Gerardo de su proeza nunca antes vista en el país.
Mango dice que seguirá experimentando y aprendiendo cada vez más. “Alcanzando la simetría se alcanza la estética, y ver que a la gente le gusta el trabajo que hago es una de las mejores satisfacciones. Le cliente llega a confiar en vos como en un medico”, reflexiona.
El artista de la modificación corporal explica entre risas unos de sus tatuajes más extraños: una cucaracha en la muñeca izquierda. “Le tengo fobia a las cucas. Me hice un tatuaje para intentar superarlo, pero ni así. Al final es algo significativo para mí”, dice Mango mientras continua sonriendo.