Aquella noche se escucharon gritos horripilantes llenos de dolor, risas desencajadas y golpes secos en el suelo que retumbaban como pisadas de elefante. Parecía la escena de un aquelarre.
“¡La bestia, la bestia!” fueron las únicas palabras comprensibles del barullo que arrancó de tajo la habitual tranquilidad de las márgenes del Río Grande, San Miguel. Eran pasadas las diez de la noche cuando el silencio regresó vestido de luto y escarcha.
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Kevin Gómez salió de su casa en Osicala, Morazán, como cualquier día de la semana, al Instituto Tecnológico de La Unión, conocido como MEGATEC, a dejar documentos académicos que servirían para su graduación como técnico en gastronomía en febrero. Estuvo ahí la mayor parte de la mañana y después del mediodía se fue con un amigo a San Miguel.
Kevin viajaba todos los días a La Unión y abordaba un autobús en San Miguel pero no lo conocía tan bien como el pueblo en el que nació. El viernes uno de sus amigos lo invitó.
Después todo es oscuro. Una parte de la historia todavía es borrosa.
El sábado en la mañana una mujer bañada en lágrimas llegó a pedir ayuda a la subdelegación de Osicala. Aseguraba que una página en internet había publicado la fotografía de un muerto que parecía su hijo. No paraba de llorar. Le dieron el número del Instituto de Medicina Legal (IML). En la puerta de entrada volvió a marcar al teléfono de su hijo para que los policías se dieran cuenta que no mentía. En el altavoz sonó el buzón de voz.
El joven de la página en internet era Kevin.
La Guanacos Locos Criminales de la Mara Salvatrucha (MS-13) lo asesinó, según las investigaciones preliminares de la PNC. Su muerte fue horrorosa. Lo secuestraron. Lo torturaron psicológicamente. Lo llevaron a una casa sostenida por pilares de bambú, madera y cartones. Lo tiraron al suelo y se echaron encima de él para que no pudiera moverse. Hicieron cortes erráticos en su tórax anterior. El filo de los puñales cortó las bolsas que protegen el corazón. La sangre chispeaba con fuerzas.
Los asesinos sacaron el corazón que aún palpitaba. Un hilo grueso de sangre corrió en el camino de tierra de la margen del Río Grande.
Kevin estaba vivo cuando los homicidas sacaron el corazón de su cuerpo. No lo vapulearon, no lo balearon ni lo hirieron más. Únicamente querían su corazón.
Unos quince metros adelante del cadáver los investigadores policiales encontraron la mitad del corazón.
En jerga policiaca se conoce como escena extendida. Los agentes encontraron una prueba por aquí y otra por allá. El hecho es muy confuso. La víctima no era pandillero. Su historial como estudiante está limpio. Los criminales ni siquiera golpearon su cara; aparentemente ni conocían su nombre cuando lo privaron de libertad.
Suele suceder, explicaron fuentes policiales, que cuando acribillan o apuñalan el corazón los asesinos demuestran que fue un crimen pasional. Pero este no es el caso.
Cuando el día estuvo a punto de terminar un grupo de militares llegó a Medicina Legal a reclamar el cadáver. Entre ellos iba su papá.
Efectivos de la Fuerza Armada resguardaron el sepelio. Se desconoce el nombre y grado castrense del papá de Kevin.
(Con reportes de Salvador Sagastizado)