El cadáver estuvo colgado durante dos días. Francisco Ortiz, de 71 años de edad, vivía solo en una casa al final del caserío El Majaguey, cantón El Espino, municipio de Jucuarán, departamento de Usulután.
Era un ebrio consuetudinario. No estaba perfilado como problemático ni violento. No tenía antecedentes penales. Los agentes de la delegación más cercana aseguran que nadie se quejó jamás de él.
Tenía amigos que lo buscaban para embriagarse. Pero, el pasado sábado por la tarde, no lo encontraron en su casa. Tampoco lo vieron caminar por las calles polvosas del caserío. Lo buscaron en las cantinas de la zona, pero ningún cantinero dio señales.
Uno de ellos dijo que lo había visto hacía poco tiempo. Le sirvió un trago y se lo tomó. Antes de irse, compró una botella de licor barato. Y se fue. El cantinero no lo volvió a ver.
Sus amigos continuaron buscándolo, pero no lo encontraron. Fue hasta el domingo que uno de ellos volvió a entrar a la casa y fue hasta el patio. Sintió un olor fétido. Siguió caminando hacia adentro y, de pronto, observó el cadáver de su amigo. Estaba suspendido en el aire, colgado de un árbol de mango, sujetado de su cuello por una soga.
Estaba rígido, con el rostro morado, casi negro. La lengua estaba hinchada y los ojos abiertos. Tenía los pantalones húmedos. Su cuerpo estaba inflamado, rodeado por un panal de moscardones.
Un equipo de Medicina Legal examinó y palpó el cuerpo. El dictamen preliminar indicó que la causa de muerte había sido asfixia por ahorcamiento. “El alcohol lo encaminó al suicidio. Fue la soledad la que lo levó a la soga”, dijo un policía que conocía al fallecido.