El Salvador
martes 26 de noviembre de 2024

Atrapado en un tragante del bulevar Monseñor Romero

por Redacción


La última llamada les había arrojado un nuevo indicio. “Ahí donde vean un par de zapatos estoy”. Esa frase hacía eco en las cabezas de los tres socorristas que se conducían en la ambulancia.

–  Estoy atrapado. No puedo salir. Voy a tirar mis zapatos. Ahí donde vean un par de zapatos estoy. Ayúdenme, por favor.

La llamada se cortó. Los socorristas hicieron más preguntas, pero al otro lado del teléfono ya no respondió nadie. Todo fue silencio. Sin embargo, el último mensaje había sido más claro y ahora tenían nuevas pistas. Eran pasadas las dos de la madrugada del pasado domingo.

Los rescatistas siguieron dando vueltas, pensando, cavilando, armando el rompecabezas. No tenían nada claro. Treinta minutos antes, un hombre había llamado a Cruz Verde para decir que había sufrido un accidente. Se escuchaba desesperado.  Aseguró que estaba en un barranco, atrapado, con lesiones que no le permitían salir.

Un equipo de socorristas salió a bordo de una ambulancia. Rápido. Sabían que tenían que llegar lo más pronto posible. Pero tenían dudas. La dirección que el hombre había dado era confusa. Decía estar en el bulevar Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Pero en ese lugar no hay barrancos, ni abismos, ni precipicios.

El bulevar Monseñor Romero es una carretera de tres carriles a cada lado, recta y plana, sin curvas pronunciadas. Por un instante los socorristas creyeron que les habían tendido una broma, que todo era falso, que no iban a encontrar ningún accidente.

La última llamada les había arrojado un nuevo indicio. “Ahí donde vean un par de zapatos estoy”. Esa frase hacía eco en las cabezas de los tres socorristas que se conducían en la ambulancia. Ya le habían dado tres vueltas al bulevar, pero no habían encontraban nada. Absolutamente nada.

Las llamadas anteriores habían sido confusas. Apenas habían distinguido la voz de un hombre que pedía ayuda. Frases entrecortadas. Sonidos extraños. Nada más que eso. Pese a todo, los socorristas siguieron andando, buscando, de un lado a otro.

De pronto se encontraron con un vehículo que circulaba despacio, a baja velocidad, como indagando algo. Ambos automóviles se detuvieron. Los conductores cruzaron algunas palabras. Los del otro carro eran familiares del hombre accidentado.

Estaba confirmado. La emergencia era real. No se trataba de una broma de mal gusto, de esas que a diario escuchan los operadores de Cruz Verde. Los socorristas iniciaron una búsqueda más minuciosa, lenta, a detalle.

Más adelante, cerca de un andén, vislumbraron unos pequeños bultos. Era un par de zapatos abandonados en los alrededores de una alcantarilla sin tapadera. Los socorristas entendieron que no se trataba de ningún accidente de tránsito. El hombre estaba atrapado en el interior de ese hoyo.

–  ¡Gracias a Dios… gracias a Dios… gracias a Dios! – repitió al observar la luz de una lámpara que le alumbraba el rostro.

–  Señor, ¿tiene alguna dolencia en particular? – preguntó uno de los socorristas.

La respuesta del hombre fue otra:

–  Los había visto pasar tres veces. Vi la luz de su vehículo, les grité, pero nadie me escuchó – dijo con un tono de angustia y reclamo. Después pidió que lo sacaran.

Fue en ese momento que uno de los socorristas, el más delgado de los tres, se metió al tragante. El hoyo tenía más de dos metros de profundidad. Le revisó las piernas, brazos y cabeza. Estaba ileso. No tenía lesiones graves.

Lo sacaron. El hombre estaba bañado en sudor. Lo continuaron revisando para verificar si tenía alguna fractura o alguna hemorragia. Pero no tenía nada de eso. Tampoco presentaba signos de ebriedad. El hombre explicó que regresaba de dejar a un amigo de la colonia Jardines del Rey, ubicada en Santa Tecla, y que por la oscuridad de la carretera no observó el agujero y se cayó. Aunque no especificó, dijo que había pasado «horas» pidiendo ayuda.

Óscar Polanco, de 63 años de edad. Esos fueron los datos que aparecían en el documento de identidad del accidentado, quien instantes después fue llevado a la clínica del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) de Santa Tecla. Ahí le dieron de alta horas después.