Navidad y año nuevo es, para gran parte de la población, una época para disfrutar, compartir y también vacacionar. Aunque algunos sectores de la industria no pueden tener sus vacaciones en estas fechas, están amparados en leyes que les permiten tomarse un tiempo de descanso al año. Sin embargo, los trabajadores del sector informal, y en especial los que subsisten con un capital muy pequeño, la palabra “vacación” parece que se les borró del diccionario hace mucho.
Para encontrarlos en El Salvador, y en especial en San Salvador, no hay que hacer un mayor esfuerzo. Salimos a la calle, y el parque San Martín, de Santa Tecla, encontramos a cinco vendedores ambulantes que nos cuentan un breve resumen de su vida y desde cuándo no tienen vacaciones.
Vende panes “mata-niño”
José Antonio Martínez tiene 55 años de edad y empezó a trabajar cuando tenía 12. Hasta el día de hoy no sabe de vacaciones ni tampoco cómo se llama su mamá ni por qué motivos lo dejó solo con su padre, de quien heredó el vicio del alcoholismo que lo mantuvo en las calles por tres años.
Ahora tiene dos hijos que logró graduar de bachillerato gracias a su venta de panes “mata-niño” en su carretón que lleva empujado desde hace ocho años. No descansa porque dice que si hoy no trabaja, no come.
¿Quién le enseñó a hacer minutas a don Lucio?
Don Lucio Rosales dice, de entrada, que a él siempre le gusta andar “un par” de billetes en la bolsa y por eso ha trabajado desde los 8 años. Su primer trabajo fue “miquear”, o subirse a las copas de los árboles a cortar las ramas más altas. Ahora tiene 80 años pero calcula que su espíritu tiene, “lo más”, unos 50.
Vende minutas de piña, fresa, chicle, menta, uva y tamarindo a $0.25 y de leche a $0.60. Es de hablar ligero y cuando uno le pregunta que quién le enseñó este oficio no tarda en responder con una sonrisa en el rostro: “la necesidad”.
El pequeño Zaqueo
Al igual que el personaje de la biblia, José Zaqueo Escobar es pequeño de estatura. Dice que desde que nació es vendedor, pues su madre también lo era, y luego de parirlo lo crió debajo de una tarima donde vendía verdura en el mercado. Ahora tiene 53 años, mide poco menos de un metro y dice, con tono serio, que nació así porque cuando su mamá estaba embarazada de él, “vio a una “enanita y le pidió a Dios que yo naciera igual”.
Fue payaso durante cinco años y dice que ese es uno de los “cien mil” oficios que sabe. Repite constantemente la muletilla “póngale pluma” y dice con cara de extrañez que él no descansa ni el 24 de diciembre ni ningún otro día, porque el día que lo haga no puede llevar comida a su casa.
Dora Alicia Martínez sí ha faltado a trabajar
A diferencia de los anteriores vendedores, Dora Alicia sí recuerda dos días en los que ha faltado a trabajar. Fue el 17 y 18 de junio de este año, es decir el día en que murió su padre y el día que lo enterraron. Ahora ella tiene 42 años de edad y 10 de vender pan con café y plátanos en la calle. Los otros 22 años los pasó vendiendo verdura en el mercado, al igual que su ya fallecida madre.
Doña Dora Alicia se crió con su hermana mayor y tuvo sus dos hijos a la edad de 17 años. Ahora pasea su venta por el parque San Martín en una carretilla que dice le compró por $25 a un trabajador del supermercado.
El sufrimiento naturalizado de doña Teresa
Platica como si todo el día hubiera estado esperando a que alguien para hacerlo. Doña Teresa Ortiz podría comenzar a enumerar sus penas pero nunca terminar. Cuenta con naturalidad sorprendente que fue abusada por dos empleados de la tienda de una familiar suya y que tuvo un hijo de cada uno. Trabajó desde los ocho años como “muchacha” en una casa particular y después le ayudó por dos años a lavar ropa de doctores a una tía suya.
“Recuerdo que recogíamos los montones de caca de vaca y la echábamos en agua junto con la ropa blanca de los doctores. Es que eso es lejía”, cuenta. Doña Teresa se dedica ahora a vender platos y vasos en una orilla del parque San Martín ya que se cansó de esperar el salario en una venta de licuados donde por trabajar casi 18 horas solo le daban la comida. Ella tampoco puede descansar esta navidad, dice, pero sí lo hace los domingos, día en que va a la iglesia adonde le dan un vale con el que puede obtener tres tiempos de comida gratis en un comedor cercano.