Eran pasadas las seis de la tarde cuando un hombre bañado en sangre entró a toda prisa a la sala de una funeraria donde velaban a la madre de un agente de la Policía Nacional Civil (PNC). Las personas que se encontraban frente al ataúd se quedaron desconcertadas, asustadas, con mil interrogantes en sus cabezas.
De pronto, escucharon una serie de detonaciones similares a una explosión simultánea de cohetes. Se creó cierta confusión. No sabían qué era lo que ocurría, pero casi por inercia se lanzaron al suelo para protegerse de lo que, intuitivamente, creyeron que eran balazos.
Un hombre que había asistido al velatorio observó, desde el suelo de la funeraria, la caótica escena que también lo envolvía a él. Un grupo de sujetos había irrumpido en la sala y disparaban a mansalva. Parecía que querían atrapar a alguien, pero esta persona, la que ellos buscaban, se les escabullía entre los que estaban en ese lugar.
El tiroteo duró varios segundos. La tormenta de balas terminó cuando los atacantes se quedaron sin municiones. Los gritos imperaban en aquella sala fúnebre. La desesperación era visible en los rostros de las personas. Había miedo, mucho miedo.
Al menos siete personas estaban heridas de bala. Algunos comenzaron a realizar llamadas al sistema de emergencias 911. Instantes después llegaron los cuerpos de socorro, quienes encontraron una vorágine incontenible. Llantos, gritos, suplicas y desesperación.
Los socorristas buscaron a las personas que estaban más graves y las subieron a la ambulancia. Pero la crisis duró durante varios minutos, porque algunos de los lesionados pedían ser intervenidos con rapidez, los familiares de estos también suplicaban a los paramédicos que atendieran a sus parientes.
Hubo quienes se subieron a la ambulancia sin permiso, pero los socorristas pidieron desalojar el vehículo, pues la prioridad de estos era atender a los más afectados. La recomendación que hizo uno de estos fue que los que estaban menos graves fueran trasladados en vehículos particulares. Así lo hicieron.
De acuerdo con el informe de la Policía Nacional Civil (PNC), siete personas resultaron lesionadas, cuatro de ellas iban heridas de gravedad. Las víctimas fueron identificadas como José Gilberto Vásquez, de 43 años edad, María Antonia Ruiz, de 58, Vilma Esperanza Rodríguez, de 54, Douglas Ismael Nolasco, de 29, Francisco Romero, de 32, Julio Alberto Araujo, de 59, y Julio César Vigíl.
El hecho se generó cuando un pandillero del Barrio 18, que era perseguido por pandilleros rivales para ser asesinado, ingresó a la sala de velación para intentar escapar de sus atacantes. Pero, los cuatro pandilleros que lo seguían también entraron y siguieron disparando sin importar que había más personas en el lugar.