El Salvador
lunes 25 de noviembre de 2024

«Los estudiantes se insultaban y se agarraban a pedradas»

por Redacción


Esta es la historia de un joven que tuvo que flanquear esas dificultades para graduarse como bachiller.

Sebastián (nombre ficticio) nunca se entretenía en el camino. La rutina se repetía todos los días: de la casa al instituto y del instituto a la casa. Siempre cargaba en su bolsón una pequeña biblia por si pandilleros le salían al paso. Más de alguna vez lo hicieron, pero cuando hurgaban su maletín y la encontraban lo dejaban ir. Ya no le decían nada.

En El Salvador miles de jóvenes son asechados por las pandillas. Algunos tienen talento y ganas de superarse, pero el hecho de residir en colonias sitiadas por pandillas les hace renunciar, en muchas ocasiones, a sus sueños. Esto porque en los alrededores de los institutos o colegios a los que asisten están controlados por distintas pandillas.

Este es el caso de Sebastián, de 18 años, a quien le ha tocado vivir en carne propia la delincuencia. También para él, el hecho de ser un joven se convirtió en un “delito”.

Sebastián estudiaba en un colegio del municipio de San Martín, departamento de San Salvador. Era uno de los estudiantes más destacados. Pero residía en una de las colonias más violentas de la zona, en un lugar dominado por la Mara Salvatrucha (MS). El joven relata, con cierto nerviosismo en su rostro y con un bajo tono de voz, que su bachillerato transcurrió en medio de una tormenta de angustia y temor a ser asesinado por pandilleros.

Aunque Sebastián no pertenece a ninguno de los bandos delincuenciales asegura que jóvenes del Instituto Nacional de San Martín, que supuestamente son miembros activos de la pandilla 18, eran los que llegaban hasta su colegio para ver a qué estudiante “brincaban” o asesinaban por el solo hecho de estar en una zona contraria.

“Hoy pareciera que el hecho de ser un joven es un delito. Prácticamente ni las autoridades pueden hacer nada por nosotros, solo Dios”, resiente con tristeza Sebastián

Como el caso de Sebastián hay muchos más. La mayoría de los jóvenes callan. No dicen nada por temor a ser asesinados por la pandilla o por miedo a  que llegue a oídos de algún estudiante infiltrado en los salones de clase. En otras palabras, ser un joven implica recorrer ciertos riesgos aunque no esté inmerso en ese mundo.

Sebastián relata que a la hora del recreo o del almuerzo no podía ir a la parte trasera del colegio en busca de comida porque ahí estaban los pandilleros que son de la mara contraria a la de donde él reside.

Señala que buena parte de los maestros que conocen la situación tampoco dicen nada por temor a ser asesinados y deciden mantenerse al margen de la situación.

El joven recuerda haber visto, en muchas ocasiones, como algunos de sus compañeros se repartían drogas que se comercializaban adentro del recinto estudiantil. También consumían bebidas alcohólicas a escondidas.

“Es una situación complicada porque aunque uno sabe que no es correcto, lo mejor es callar si quiere seguir respirando”, comenta.

Por otra parte, asegura que si bien la Policía Nacional Civil (PNC) realiza de vez en cuando patrullajes en la zona, ello no garantiza seguridad porque es solo momentánea. La mayoría de veces ocurre cuando han asesinado a alguna persona y montan operativos; pero en el día a día, a la hora de la salida del colegio, se repite la misma historia: no hay policías.

Sebastián dice que otro de los problemas es que estudiantes del Instituto de San Martín reñían con los del colegio donde él estudiaba. Las peleas siempre ocurrían a la hora de la salida de clases.

“Cuando iban pasando jóvenes del colegio y se encontraban con los del instituto se insultaban y se agarraban a pedradas sin importarles que fuera pasando gente”.

Además, dice que el simple hecho de portar el uniforme del colegio donde él estudiaba era como “rifar la mara”. Agrega que tenía que quitarse la camisa del uniforme para subirse a la unidad de transporte para no ser identificado y evitar ser asesinado.

Aunque él no anda metido en pandillas; ya que pertenece a una familia cristiana evangélica, recuerda que siempre portaba su Biblia en la mochila, ya que en más de una vez fue interceptado por mareros, quienes pedían revisar su mochila y al darse cuenta que es cristiano “me soltaban”.

“Lo mismo sucede con el DUI y el celular. Ellos me pedían revisar lo que yo cargaba en música (para ver si eran alabanzas) y ver si no vivía en una zona contraía a la de ellos”.

Pero el peligro no solo estaba afuera del colegio, ya que el joven destaca que los mismos compañeros de clase se daban a la tarea de averiguar si todos los estudiantes eran del mismo lugar, de lo contrario les daban golpizas y eran amenazados que si “andaban con cosas en el colegio se iban a encargar de ellos”.

Actualmente, Sebastián acaba de culminar su bachillerato y asegura que estudiará ingeniería industrial en una universidad privada para poder ayudarle a su familia. Aunque reconoce que no será fácil porque deberá viajar más lejos para completar su sueño.