En los últimos catorce años y medio El Salvador no ha pertenecido solo a los salvadoreños sino también se ha convertido en la casa, a veces temporal y otras definitiva, de más de 3,500 nicaragüenses, guatemaltecos, hondureños y estadounidenses que trabajan, estudian, consumen en centros turísticos y, las más desafortunadas de las ocasiones, deambulan en las calles como mendigos o van a parar a las cárceles acusados de cometer delitos.
Los primeros en la lista de extranjeros, según las estadísticas de Migración y Extranjería desde enero de 2000 hasta junio de 2015, a las que se tuvo acceso a través de una solicitud de información, son nicas seguidos de chapines, gringos y, en cuarto lugar, hondureños. En los 176 meses ha tocado suelo salvadoreños 50,574.
En el periodo se han movido, dentro de los 21,000 kilómetros nacionales, 4,882 nicas; 4,584 chapines; 4,003 gringos; y 3,683 hondureños. Pero también lo han hecho miles de mexicanos, costarricenses, panameños, colombianos, cubanos, venezolanos, argentinos, chilenos, peruanos, bolivianos, paraguayos, españoles y alemanes. La presencia ha variado cada año. En 2001, por ejemplo, los salvadoreños sufrieron las catástrofes en que se tradujeron los terremotos de enero y febrero y en medio de ella permanecieron 5,791 extranjeros. En 2002 disminuyó a menos de la mitad y continuó en declive hasta mantenerse en un promedio de 2,300 en el siguiente lustro.
En los 24 meses posteriores a los terremotos de 7.7 y 6.6 grados en la escala de Richter fue mayor la llegada de suizos, franceses y japoneses a la que se registró en 2007. Ocurrió lo contrario en 2006 cuando creció el número de chinos, coreanos y taiwaneses que obtuvieron el permiso de residencia definitiva.
Chapines, hondureños, nicas, costarricenses y panameños son los que más piden nacionalizaciones; cubanos, españoles, colombianos, mexicanos, gringos, chinos, taiwaneses, palestinos e iraníes suelen optar más a naturalizaciones, de acuerdo a las estadísticas oficiales.
Los vecinos del Triángulo Norte suelen dedicarse al comercio en mercados, centros comerciales, empleados o establecimientos en zonas consideradas de clase media baja, aunque también administran franquicias de multinacionales. El lazo también es familiar y data desde la Guerra Civil de los años 80 –cuyo fin se firmó en enero de 1992 en México- que obligó a centenares de salvadoreños a exiliarse en el país más cercano como única alternativa para salvarse de la violencia que infligía la Fuerza Armada o la entonces guerrilla del FMLN.
Pero ese no es el único antecedente de ese tipo en la considerada zona más violenta del mundo. En 1969 más de 300,000 nacionales vivían en suelo hondureño pero fueron expulsados –muchos no corrieron la suerte de regresar a su país sino que fueron asesinados- dando pie a la conocida como Guerra de las Cien Horas. Ambos países han mantenido, por más de 170 años, disputas migratorias y territoriales cuya génesis puede ubicarse en 1845 cuando Honduras pidió como pago al gobierno salvadoreño el departamento de San Miguel por los daños ocasionados en las luchas que dejó la ruptura de la República Federal de Centroamérica.
Guatemala, Honduras y El Salvador tienen en común la violencia, corrupción institucional y pobreza como consecuencia de la concentración de la riqueza. El panorama de Nicaragua, sin embargo, es distinto porque desayuna todos los días con las muertes de las pandillas ni del narcotráfico. ¿Qué hace tan tentador el suelo nacional para los miles de migrantes que llegan en temporada de la zafra y corta de café? Las ganancias en dólares.
En municipios fronterizos la presencia nica es mucho más evidente que las zonas Central y Paracentral. En Santa Rosa de Lima, La Unión, por ejemplo, es común que desempeñen las tareas que los salvadoreños que reciben mensualmente remesas enviadas desde Estados Unidos ya no quieren hacer. Por menos de $170 lavan, planchan, trabajan como carpinteros, mecánicos, vendedores ambulantes, entre otras. Aunque la migración también ha aumentado con el proyecto de construcción del Canal de Nicaragua.
En el caso de estadounidenses es común verlos trabajar con oenegés o multinacionales. Pero también hay casos como el de Sherry Ann que recolecta latas y aluminio para vender.
En los últimos seis años Panamá ha crecido a un ritmo promedio de 8% del Producto Interno Bruto. Eso también ha significado que las fortunas se han concentrado más y más dinero ha fluido a las sedes de las transnacionales. Una arista de esa desigualdad ha sido la gran migración anual de estudiantes panameños a los que les resulta más barato estudiar en las universidades privadas salvadoreñas que en las de su país.
Que miles de centroamericanos entren todos los años a El Salvador no lo convierte en una tierra de sueños. En realidad es todo lo contrario. Todos los días más de 300 salvadoreños migran ilegalmente a Estados Unidos en busca de lo que no encontraron en su patria: empleo digno, seguridad, estabilidad económica para su familia, perspectiva de un mejor futuro para sus hijos. Las estimaciones oficiales calculan más de 3 millones de connacionales viviendo en Norteamérica, Europa y Australia.